Nuevamente veo sus rubias trenzas cada vez que me fijo en los sembradíos de cebada, con dichas espigas doradas brillando con el sol del altiplano. Un sol resecante, en un lugar tan lejano y solitario, donde es tan difícil ver un alma. Así de difícil es para mi entender este sentimiento tan anónimo, y, a la vez, tan repetitivo, monótono y conocido. Un sentimiento tan distinto pero con un solo nombre, en su caso, con mayor gravedad.
En mi mente solo percibo una concordia de frases y recuerdos en revoltija, que me hablan de ella, de sus verdes ojos como la miel fresca; de sus angulosas facciones y de su cuerpo virgen buscando algo de experiencia entre lobos hambrientos de carne humana; potros deseosos, husmeando yeguas; o aves de rapiña entre los deshechos y excrementos.
Un cuerpo semiperfecto para el ojo humano, pero tan atractivo que los hombres terminan embrujados como hormigas en el azucarero.
23/07/1995
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