Estoy mejor que nunca. Como no hacerlo, si por fin me encuentro nuevamente; como no hacerlo si por fin dejo que me encuentren; como no hacerlo si ahora vuelvo a comprender que en la crueldad de la vida es donde se esconden los mejores tesoros de uno mismo; como no hacerlo si tengo la constancia de que hay algo al otro lado del sol; como no hacerlo si ahora tengo la oportunidad de coquetear con las tensiones del prójimo, que generan mi rebeldía; como no hacerlo si lo racional es placebo y lo irreal no deja de ser fútil.

miércoles, 17 de abril de 2013

ENSAYEMOS

Señores conciudadanos:

Hoy pretendo ensayar la lucidez cual pupilo de Saramago. El origen de tal intromisión, es porque lo que le hace falta a este país en general, y a esta ciudad en particular, es que abramos los ojos y dejemos atrás esas cegueras post colonialistas, que nos heredaron tanto el imperio inka como el español.

Démonos cuenta de una vez, que la cuna de nuestros problemas (y no la solución como se piensa generalmente) radica en el Estado. ¿Qué haríamos nosotros, los bolivianudos y gulivandeces sin el amparo de un Estado?:

Piensen conciudadanos, anímense a pensar sin que lo haga un representante por ustedes. ¿Qué fuera de esta ciudad si su gobierno la abandonara a su suerte? ¿Además de quedarnos muchos sin pega, que podría pasarle a la urbe? Tal vez, y es lo más probable, nos daríamos cuenta todos los vecinos que la consolidación del comercio gremial depende, no de la autorización municipal, sino del empoderamiento que le damos cada uno de nosotros como asiduo cliente.

Las leyes del hombre definitivamente son quebrantables y existe goce de eso. Sin embargo los sistemas perduran y nos someten efectivamente, cual mutaciones virulentas. Mas lo prohibido seguirá precediendo al deseo de lo ilícito.

Tal vez, y es lo más probable, nos daríamos cuenta que son aberrantes aquellos casos de mujeres solas, desamparadas, padre y madre de sus biznietos, que deben copar espacios ante la sociedad, aún pasadas en ancianidad, para finalmente ser despojadas por sus propios descendientes a título de sucesión en vida, quienes con fines de especulación arrendataria darán continuidad al despojo, privándole a la sociedad de lo poco que nos queda como seres colectivos y pensantes, abusando de lo público.

¿Qué haríamos los pródigos vecinos, si dejara de pasar el carro basurero todas las mañanas para llevarse las toneladas de deshechos que nosotros mismos generamos? Posiblemente nos volveríamos emprendedores en lugar de consumidores. Tal vez empezaríamos a reciclar y ese sería nuestro nuevo laburo, en lugar de esperar que el paterno nos asegure la vida. Tal vez nuestras vidas dejarían de consumirse, mientras estiramos la mano por un poco de basura.

Imagino que si no hubieran entidades que regulan la publicidad, a pesar de los prodigios de la humanidad, esta nuestra sociedad poco madura llenaría todos los pocos espacios visibles que nos quedan, con intromisiones individuales a título de publicidad. Cada uno de nosotros tendría su propia publicidad, así como cada uno de nosotros ya tiene sus correos, blogs, webs. ¿Pueden imaginarse como serían las fachadas con tanta imagen sobrepuesta? ¿sería posible que la conjunción de tantos puntos publicitarios formara una línea, y de ahí partamos a la monotonía de color, hasta llegar nuevamente a cero?

Pues eso nos está pasando a pesar de la existencia de gobiernos y entes reguladores de ésta actividad, siendo nuestro único camino la madurez. Madurez entendida como capacidad de pensar en el prójimo, comportarnos proactivos con nuestra comunidad, respetuosos de lo público sin perder nuestra individualidad.

¿Para qué exigir que se señalicen metódicamente las vías? De todas formas haremos lo que queramos, desconoceremos las señales o justificaremos nuestras faltas. Si no es por la hora, ya sea el apuro o que pasaron los horarios administrativos, encontramos justificativo en la muerte del abuelo del vecino de no se quien, o lo dañino que comió un gato en aquel callejón, o lo que sea que veamos conveniente para justificarnos. Quizás, y es lo más probable, nos daríamos cuenta que sin un gobierno a quien exigirle las cosas, podríamos prescindir de ellas, o al contrario, darles el valor que merecen sabiendo perfectamente porqué se lo merecen.

Al final de cuentas, las cosas seguirían su curso, así como las aguas lo marcan a discreción perdiendo lo turbulento y cristalizando su libertad. Al final de cuentas encontraríamos nuevos caminos, nuevos paradigmas exentos de aquella venda, que nos ciega con las ficciones impuestas por la impotencia y el temor.

09/07/2008

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