No es mera presunción, pero si fuera el caso,
si estuviéramos en este mundo no sólo por azar, sino por el designio de un
perverso ente creador que nos haya gestado como avatares a su merced, quisiera
creer que en la concepción se nos dio la oportunidad de escoger las alícuotas
de distribución de nuestra porción de felicidad en este mundo, lo cual daría
lugar a la mayoría de nuestras desventuras, pues en ningún momento se puso en
evidencia las consecuencias de dicha elección.
Indudablemente, y a nuestro favor, cada
tribulación viene recompensada con una pizca de alegría, pero es más cierto que
nuestra previsión y la de la actual normativa que sustenta a éste sistema, tenderían
a acumular la mayor cantidad posible de cuotas dopamínicas para la infancia, lo
cual lastimosamente acarrearía escases en el transcurso del resto de nuestras
vidas.
Bueno sería poder redistribuir dichas cuotas
para que aplaquen el sufrimiento de la vejez, ora atenúen las dolorosas
enfermedades, ora garanticen nuestro goce de tiempos ociosos para así generar
un respiro creativo. Mejor que bueno sería que le perdiéramos el miedo a aquel
ente creador que nos mezquinó librealbedrío supeditándonos a caprichos de algún
poderoso de turno, sea éste erróneamente electo por nuestros pares o impuesto
por el engaño y la demagogia.
En fin, es obvio que nuestro destino no viene
previamente marcado por fantasmagóricos designios estructuralistas. Tampoco
sucede, a pesar de lo expuesto anteriormente, que el control de nuestras vidas
y subsecuente administración de cuotas de felicidad ya nos hayan sido
determinados. Pues lo que no cabe a duda alguna, es que existe estrecha alianza
entre libertad y felicidad, por tanto y para ambos dones naturales, los seres
humanos tenemos plena capacidad para su ejercicio, sobrepasando el margen de
los derechos, para concretarse como reales imperativos categóricos en cada uno.
La antepuesta dialéctica expresada entre el
idílico del automatismo y la verídica causa moral que sustenta a los principios
libertarios, acarrea la conclusión de que la raíz de todos nuestros pesares no
radica necesariamente en el abuso del poder, lo cual es absolutamente inmoral,
sino en todo caso brota del miedo que a todos nos acecha. Éste mismo, además de
representar una simple secreción de vasopresina en la amígdala temporal del
cerebro, aparte de ser una afección al sistema límbico, resulta ser el
concatenador de los medios, dando así a entender que la distorsión en nuestra
evolución social queda lejos de achacarse a la mediocridad, sino a la prominencia
y administración de los miedos (lo que me conduce a inventar el término usado
en éste título).
El miedo engendra Estado, el cual a su vez,
genera costumbre perpetuada por la represión del Gobierno, sustentado en la
demagogia y prebendal engaño, socapando así mismo la diferencia de clases que
crece cual hongo alimentado por la burocracia, privándonos de libertades por la
vía del terror. De ésta manera el ciclo reinicia y se perpetúa, cambiando los
rostros del poder, mas no sus estratagemas para monopolizar su abuso.
A efecto de verificar que la tesis no se aleja
de la realidad, basta analizar, a vuelo de pájaro y muy sucintamente, algunos
antecedentes históricos que homologarán la ratificatoria:
a) En un inicio el hombre vio la
necesidad de agruparse en clanes, luego en tribus y finalmente en sociedades
complejas. Todo ello, a razón del miedo que se le tenía a los peligros innatos
de la naturaleza. En efecto, lo que nos lleva a agruparnos es el instinto de
supervivencia, rector ineludible de los miedos.
b) Constituidas las sociedades, el
miedo nos llevó a supeditarnos a Estados que nos protegieran de otras
invasiones humanas (otros Estados y tribus bárbaras), lo cual dio origen a los
gobiernos rectores de dichas aglomeraciones.
c) Los gobernantes, por el miedo a
que les arrebatáramos su corrupto poder, buscaron alianzas estratégicas con los
cultistas de las religiones para fundarse en designios divinos; a su vez
empoderaron a algunos lambiscones para que guíen los teoremas de su propia demagogia
y los imbuyan de retórica; así mismo generaron distintos niveles de súbditos
temerosos a perder, quienes forjaron la defensa a su opresor en la represión de
los menos afortunados, haciendo manifiesto su miedo a sobreponerse a quien
tuvieran encima.
d) A medida que las encrucijadas
religiosas iban perdiendo terreno ante la incredulidad de sus feligreses, los
sustentadores de demagogia tuvieron que inventar otros placebos ficticios para
que el miedo siga dominando a sus víctimas, dando lugar a los estados modernos,
con todas las ficciones sociales que ahora conocemos.
e) El miedo a cuestionar todas estas
estratagemas, siempre nos ha tenido sumidos en el pantanal, donde hacemos el
papel de cimientos para la construcción de la pirámide de desdichas que nos oprime
la existencia.
f) Y en cuanto decidimos despojarnos
de aquellos miedos, es porque tememos perder lo que quede de libertad (si es
que ésta pudiera de alguna forma ser fraccionada), brotando así los procesos
revolucionarios que, por tergiversaciones, demagogia y engaños de nuevos
tiranos, acaban degenerándose en nuevos gobiernos (o dictaduras). Claro,
siempre y cuando los manipuladores del poder no hayan logrado ahogar las ansias
reivindicatorias antes de su alumbramiento.
Ahora ya queda claro que el miedo nos lleva a
agruparnos, subordinarnos y resignarnos casi voluntariamente, pues el carácter
volitivo que sustenta nuestros pesares viene viciado de engaño y violencia. El
carácter volitivo de nuestra servidumbre se sustancia en el miedo que nos
engendran quienes quieren perpetuar su poder, los mismos que, además de
presunta mala fe en su actuar, agonizan paritariamente del miedo que los
carcome, aquel miedo a quedarse sin sustento, aquel miedo que los impulsa a
ejercer terror en contra nuestra.
El idealismo nos hace pensar constantemente en
que un mundo mejor es posible. Ocasionalmente los idearios nos enseñan a
superar aquel miedo que le da el carácter de utopía. A la vez que la razón nos
recalca constantemente y de manera muy bien argumentada: cómo nos hacemos presa
de ficciones sociales cuales el Gobierno, la costumbre, dios, el dinero, las
leyes, la guerra, la educación (especialmente la conductual), etc.,
demostrándose por los hechos que los preceptos de libertad, igualdad y fraternidad quedan en el tintero de la prebenda.
La virtud se ancla en reconocer al miedo como
un simple esquema adaptativo sustentador de la mediocridad. Por lo tanto, lo
único que queda por hacer de ahora en adelante, es despojarnos de nuestros
miedos y animarnos a tomar las riendas de nuestra propia libertad, sin
permitirle a la ficción estructuralista o determinista ahogar nuestros sueños.
¡ya es hora de actuar sin miedo! ¡ya es hora del libertarismo!
11/07/2013