El ser humano, por sí mismo y como individuo aislado, es pacífico y racional, mas cuando se ve amparado en un grupo social, explota el impulso de su entorno y libera el poder que le vierte la clandestinidad, haciéndose beligerante e irrespetuoso. Más aún, cuando ve sus intereses amenazados, momento en el que pierde toda concepción de tolerancia.
Este individuo, camuflado por el conjunto con el que conforma “su” sociedad, instiga al resto e impone su Estado (hace creer, demagógicamente, que se trata de una causa común). Es por esto que todas las guerras han sido siempre libradas por Estados, los cuales velan por los mezquinos intereses de un gobierno supuestamente legítimo.
Recalco el término de “suposición” porque es evidente que la legitimidad, amparada en un contrato viciado por la obligatoriedad de sufragio, es simplemente circunstancial, toda vez que cuando éste individuo, apocado por su entorno, sin desprenderse de sus bajos instintos egoístas, ve en su líder al títere que le saciará ese vil deseo coyuntural.
¡A este grado de ingenuidad es al que caemos, cuando sometemos nuestra libertad individual al contractualismo!
05/12/2009
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