¡Si! Me puse a soñar..., soñar despierto.
¿El ambiente? Tranquilo; sin gente; y la gente, estaba dispersa. Cada uno en su mundo. Unos pensaban y otros transmitían, pero... cada uno en su mundo.
Nadie se atrevió a interrumpir al prójimo. Reinó la paz.
En fin, soñé despierto, percibí muchas cosas. Me ensimismé, y el sueño, la abstracción me atrajo, me imantó, magnetizó.
La alucinación consistía en un agujero negro, o, una puerta dimensional; una luz blanca quizás. No podría precisarlo. Dicha luz (o lo que sea), me absorbía paulatinamente.
Yo, precisamente, me dirigí con cierta cautela, pero..., mucha curiosidad, hacia algún paraje abstracto. Nadie podría establecer ciertamente si era bueno o malo, pero, ¡de que era atractivo, sí lo era! ¡lo aseguro!
¡De repente!, algo rompió el éxtasis y violó la inseguridad. Abruptamente fui interrumpido; ¡y ahí estabas tú! prendida de mi pierna impidiendo un despegue incierto.
¡Gracias! porque por ti es que estoy aquí; porque evitaste que me pierda en lo desconocido; y, sobre todo, porque después de tu entrada triunfal, de tu brusca interrupción, encontré la paz. ¡Si! la paz perpetua y la ubicación exaterritorial.
¡Gracias! por ayudarme a pisar tierra, realizarme (en términos concretos y etimológicos, además del sentido literal) y mostrarme caminos seguros, pacíficos, llanos y con metas concretas, palpables.
¡Gracias! ¡por estar aquí, por ser tú, por formar parte mía! Por la conjunción perfecta y por la libertad que me brindas.
Mejor dicho, por la libertad que me permites ya que la libertad no se brinda, sólo se merece.
¡Gracias! por ayudarme a encontrar y afianzar esa libertad. ¡Sólo podría construirla contigo!
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