Sí, siempre. Así fui
yo, siempre. La eternidad me tendió sin disuasión, contemplación ni compasión
tal destino. Desde siempre purgué un estar paupérrimo entre líquidos. Del
amniótico al alcohólico, para terminar en el antihigiénico: aquel purgatorio de
los desechos urbanos, otrora denominado “las claras aguas del oro”. Templada
estancia donde paso los días, desenredándome de algas y aletargándome con la
suave fricción del limo que arrastran las corrientes. En aquellas profundidades
retenidas por la oscura fosa del anonimato, esperando la epifanía de alguna
sirena rivereña.
Ya es un nuevo año, se acerca la temporada húmeda y las
autoridades tienen apremio por hacer el rutinario mantenimiento de toda la
estructura subterránea, que canalizará las acaudaladas aguas que traerán las
tormentas de verano. Se establecen los protocolos y se trazan las prioridades.
Concluida la engorrosa pantomima burocrática, se levanta la bandera y empieza
el despliegue de ingentes cuadrillas de limpieza: sumideros, bocas de tormenta,
alcantarillas, embovedados, diques y canales, todos ultrajados por palas
extasiadas y topadoras quemando diesel al máximo de revoluciones por minuto.
Después de tanto
tiempo estando acá, hablando con migo mismo y con mi soledad; soportando el
frío de mi entorno y el de mi soledad; ahogándome en rutina, ahogándome en
supuradas aguas, ahogándome en mi soledad, por fin encuentro compañía en tres
sujetos que, amablemente, deciden compartir mi morada por un tiempo, trayéndome
novedades de la superficie y alegrándome el halo con sus anécdotas y aventuras,
típicas de aquella complicidad que emerge en las rutinas entre colegas.
Lamentamos reportar a toda la ciudadanía, que en horas de la
tarde, una patrulla de obreros contratados por el gobierno de la ciudad, los
cuales se encontraban haciendo una inspección de grietas y cuantificación de
sillares a reponerse en la bóveda del río principal, fue terriblemente
sorprendida por la granizada. Habiéndose puesto en resguardo, a pesar de las
dificultades, el supervisor de obra y cuatro obreros, se lamenta el extravío y
posible deceso del capataz y dos obreros que lo acompañaban en la punta de la
comitiva, los cuales aparentemente no corrieron la misma suerte que el resto
del grupo y fueron arrastrados por la riada. Informan las autoridades que ya
fueron desplegados los equipos de salvación y se aunarán esfuerzos para
recuperar a los extraviados.
A diferencia mía, estos
mis tres nuevos acompañantes cargan prestigioso ropaje y sólo conocen la vida a
través del trabajo. De lo único que hablan es de su laburo y los logros
obtenidos a través de éste. Ya van tres semanas que no se cambia de tema y
aquella rutina me hace extrañar mi soledad. Quizás hubiera sido más oportuno
mantenerme acomodado con mis sueños, mi frio y mis miedos, a tener que aguantar
la cháchara de aquellos que empiezan a serme intrusos en mi morada.
Informamos que, después de veintitrés días de extenuada
búsqueda, los equipos de salvamento organizados por la comuna, dieron con el
paradero del capataz y los dos obreros que fueron arrastrados por la tormenta
de febrero, mientras estaban inspeccionando la bóveda del río principal. Así
mismo se encontró un cuarto cadáver, aparentemente de un desafortunado
alcohólico que habría acabado sus días en algún bar clandestino o “cementerio
de elefantes”.
Al final de cuentas
logré acostumbrarme a la compañía. Incluso me fueron contagiadas sus ganas de
vivir y veo a la postre mi rehabilitación. Creo que por fin dejaré de beber.
Por lo pronto me quedo con la impresión que me traen aquellas siluetas que
pretenden sacarme de mu refugio, las cuales vencieron la resistencia de las
algas y ya abdujeron a mis nuevos amigos. Tendré que acostumbrarme a esa nueva
luz que ahora y repentinamente me está encandilando.
(SAMU 21/11/2015)