Ahí, abstraído, embelesado, absorto, fascinado, afóbico,
naufragando voluntariamente en aquella profundidad abismal de supernova;
enganchado, asido, enredado, apegado, aprehendido por aquella fuerza
gravitacional golosa, hambrienta, galga, voraz, ontófaga, ávida, devoradora
incluso del vacío espacio entre dos miradas amalgamadas, fundidas, anexadas,
derretidas, en imperceptible nubarrón de mucho y nada, de verdades altisonantes
y silencios sublimes; mutismos que dicen mucho e historias errantes que
concatenan, sintetizan, refieren,
condensan el linaje de Lilith y Afrodita.
Ahí, flotando, divagando, merodeando inerte, a cálida
deriva, surcando el caudal de penumbras dulces cual pulpa, adornadas y
alumbradas por aureolas de ilusión, ganando cercanía en la ruta a la Vía
Láctea, para pasear al ritmo de una cueca, marcando compás en cada
constelación, hasta llegado el reposo en Orión, donde debiera esperarse a que
el éxtasis absoluto irradie en deschavetado merodeo; o hasta que la diosa
Ariadna decida intempestivo abordaje en su balsa Luna para aquel viaje final.
(SAMU, 6 de junio de
2016)