Ya llegó la hora esperada. La calidez de las sábanas queda
aún, tenue, en las gavetas de la memoria cercana. Empieza a sentirse el
presuroso acelerar de pulmones y corazón, asfixia el hueco en el estómago que
digiere adrenalina, las venas marcan toda la silueta del cuerpo con su candente
carrera. Entretanto, cada jinete revisa sus enceres y ajusta las correas de
reatas y monturas, atravesando por la misma sensación de ansiedad que sus pares,
al mismo tiempo que el sol va tomando posesión del firmamento.
Paulatinamente, cual parejas tomando la pista de baile, van asaltando
el picadero aquellos que están prestos a emprender la ruta anual al trono de
los Andes. Confusa danza, cuyo eclecticismo enmaraña el tango con cueca, vals e
incluso zapateo andaluz, dando lugar a rebeldes cabriolas o calmas mansedumbres
en los equipados équidos que no paran de relinchar.
De pronto, con el brioso resoplido de purasangre árabe, cual
herencia de los tormentosos ventarrones del desierto, repicando su alegre
marcha, retumbando con rápido eco de cascos contra el pedregal, entra en escena
del más entusiasta de la recua. Bayo de agilidad desmesurable, afanosamente
sujetado por la brida, percibe con sorpresa que dando un salto lo montó su
jinete. Motivándose a emprender carrera de inmediato se ve frustrado por la
pericia y experiencia de su dominante, quien lo hace zapatear en su sitio,
logrando simplemente un coqueto movimiento de ancas a la par que encorva su
fino cuello.
8/8/13
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Tus comentarios me retroalimentan