Estoy mejor que nunca. Como no hacerlo, si por fin me encuentro nuevamente; como no hacerlo si por fin dejo que me encuentren; como no hacerlo si ahora vuelvo a comprender que en la crueldad de la vida es donde se esconden los mejores tesoros de uno mismo; como no hacerlo si tengo la constancia de que hay algo al otro lado del sol; como no hacerlo si ahora tengo la oportunidad de coquetear con las tensiones del prójimo, que generan mi rebeldía; como no hacerlo si lo racional es placebo y lo irreal no deja de ser fútil.

sábado, 20 de septiembre de 2025

LITURGIA DEL CAFÉ

 

En la entraña húmeda de la tierra, donde el sol no manda, pero persuade, germina el café como promesa oscura, como conjuro vegetal que aguarda su destino. No nace por técnica, sino por pacto: la semilla se entrega, la tierra la acoge, y el tiempo la bendice con paciencia. Cada grano es un latido enterrado, un mapa de lluvias y soles por venir. La cosecha es ceremonia: manos sabias palpan el fruto como quien lee el pulso de un corazón dormido. El tueste es alquimia: el fuego transforma sin hervir, y el aroma que emerge es la voz de la tierra hecha perfume. La molienda es ruptura sagrada: cada grano, al quebrarse, libera su alma, esperando el agua como amante paciente.

Entonces, el agua hierve como deseo contenido y abraza el polvo oscuro en un beso secreto. Surge el elixir: vapor que escribe cartas en el aire, perfume que traza senderos en la mañana. Cada sorbo es plegaria sin dios, puente tendido entre la vigilia y el sueño. No solo despierta: revela, convoca, transforma. Quien lo bebe con el corazón despierto no consume, comulga.

Pero el café no se consagra en cualquier rincón. Requiere templo: muros que susurren historias, luz que acaricie sin invadir, mesas que sean altares de encuentro. Aquí, la prisa se quita los zapatos antes de entrar. Las sillas invitan sin retener, la música acompaña sin distraer, y el aroma convoca a las almas errantes. Se debate como en un ágora, se contempla como en jardín de ermita, se escribe sin saber que destino le depara a la letra. En este santuario profano, el café es más que bebida: es excusa para la pausa, escenario de miradas que fundan novelas, cómplice de amistades y amores, testigo de acuerdos y confesiones. Aquí los cuerpos se sientan, pero son las almas las que se inclinan.

¡El café es más que producto: es semilla, es elixir, es templo y es ritual!

Y llega el ritual. Caminar hacia la taza como quien busca un altar, abrir el sobre de granos frescos y liberar un aroma onírico que evoca recuerdos del petricor, de los mohosos troncos del bosque húmedo, del crujir de las hojas secas y la promesa de lucidez. El agua, en su hervor ritual, no invade: seduce. Cada sorbo se degusta: se siente su esencia, sus aceites con fragancias a frutos secos, el amargor que estimula las papilas y el despertar de viejos recuerdos en el corazón. Así, la semilla, el elixir, el templo y el ritual se funden en un mismo acto: materia y espíritu, pausa y revolución, vapor y deseo en danza lenta.

El café es aroma, pausa, compañía y revelación. Es puente entre la tierra y la palabra, entre la soledad y el encuentro, entre el silencio y la conversación. Porque en cada taza cabe un universo, y en cada sorbo late la certeza de que estamos aquí, más atentos, más humanos, compartiendo el milagro sencillo de una bebida que nos reúne y nos recuerda que vivir, también, es saber detenerse.

 

(SAMU 20 de septiembre de 2025)

jueves, 4 de septiembre de 2025

JUEGO CON TIERRA

 

Ella era tierra.

No aquella tierra pulida y ordenada en macetas,

sino la que resquebraja certezas

con su memoria de montaña viva.

Extendida en los valles tectónicos, concentrada en el corazón mismo de Pachamama y sus minerales ocultos, guardiana de secretos ancestrales y promesa de raíz. Puente a lo divino que se teje entre lo doméstico y lo eterno, la tierra late en el núcleo de nuestra permanencia. Gozosa en su silencio, poderosa en su firmeza. Virtudes conferidas por dioses y sabios: polvo, arcilla, piedra, cuarzo y hueso: sostén, fertilidad, dureza, alquimia y raíz. Metáforas densas y energías reposadas. Es transformación hecha forma, materia que condensa espíritu y sentido. Fenómeno táctil y emocional que inspira a quienes escuchan las grietas: sedimento, erosión, huellas antiguas, aroma a musgo y humedad de lo profundo; energía vital, pulso del suelo; energía creativa, lenta y fértil; energía en duelo, roca que conserva y tierra que transforma; energía ritual, altar de obsidiana y perfume de eucalipto; energía emocional, barro que une. No se mide en horas, sino en estaciones del alma.

Traía dentro estratos antiguos,

un linaje de raíces fósiles

que nunca aprendieron a desprenderse

y recorrieron selvas con paciencia.

Elemento denso y también poroso. Ciclo que sostiene y desintegra, que rebrota en cada vínculo: del arraigo silencioso al temblor tectónico; del susurro mineral al eco sagrado. Frente a la tierra descubres que no hay fronteras entre tu sangre y el suelo: cuna que resguarda el cuerpo, calidez del vínculo que no quiebra; honra del sentir y precio de entrega a lo lento con conciencia; forma que revela sin exhibir y raíz que reconforta o confronta; cimiento que edifica o erosión que libera; catarsis prolongada, sedimentación, hundimiento, pulido y redención. Incluso espejo que guarda historias, legados, duelos, silencios, fundamentos.

A veces germinaba como promesa,

a veces se compactaba como advertencia.

A veces justo se agrietaba

cuando más se le necesitaba.

En cada gesto, en cada signo, en cada ceremonia, ella vuelve a brotar. Se manifiesta como sostén, ruptura, maduración, impulso interno, metamorfosis duradera. La tierra puede ser encuentro, nido; pero también frontera, polvo que ensalza la resistencia hasta enterrar el deseo. Es emocional, espiritual, ética, estética, mítica y envolvente. Contiene, moldea, preserva, sepulta, abre caminos y delimita pactos. La tierra infunde respeto, pertenencia, contemplación y arraigo.

Y era entonces, rompiendo el silencio,

cuando su regreso pesaba

más que la levedad de su ausencia.

Definitivamente sus virtudes honran aquel privilegio de fundar altares. Queda así planteada la invitación ante la meseta: permanece allí, deja que la danza de su forma moldee tus contornos con pigmentos de raíz, respira su firmeza y deja que te transforme sin desmoronarte. Allí mismo, en la frontera entre tú y el sedimento, encuentra tu esencia más auténtica, aquella que cuestiona tus cimientos, aquella que sostiene para sanar, para crear, para crecer y para amar.

Yo fui agua, quise ablandar la piedra.

Fui barro, quise moldearla.

Fui fósil, quise recordarla.

Ahora soy memoria. La montaña que se acerca

deberá aprender a conversar con la grieta.



 

(SAMU, 4 de septiembre de 2025)

sábado, 30 de agosto de 2025

CAFÉ MATINAL

 

Despertar no es sólo abrir los ojos, sino recordar que existe el café. Con los párpados aún pesados y el alma en estado de borrador, me levanto como quien busca un altar. Camino hacia la cocina con la devoción de un monje que conoce el poder de los granos tostados. El frasco se abre con un suspiro de vidrio, liberando una fragancia que no pertenece a este mundo: tierra húmeda, madera vieja, promesa de lucidez.

La cuchara se hunde en la molienda oscura como quien excava memorias. Cada gramo es una palabra no dicha, un mimo pendiente, una idea que aún no ha nacido. El agua hierve con impaciencia, como si supiera que su destino es fundirse con lo sagrado. Al verterla, el vapor asciende como plegaria, dibujando formas que sólo el alma entiende y el olfato lee cual caricia.

El primer sorbo no se bebe: se recibe. Tibio, amargo, honesto. Recorre la garganta como un río que despierta piedras dormidas. Las neuronas, aún en estado de letargo, se desperezan con dignidad. El corazón, que hasta hace poco latía por inercia, recuerda su vocación de tambor. Y el cuerpo, ese templo que a veces olvidamos, se alinea con el día que comienza.

No hay apuro. El café no se toma: se contempla. Se deja que hable, que revele sus secretos, que acompañe el tránsito entre el sueño y la vigilia. Porque cada mañana es una resurrección, y el café, su sacramento.

 


(SAMU 30 de agosto de 2025)

lunes, 25 de agosto de 2025

JUEGO CON VIENTO

 

Ella era viento.

No aquel viento que apenas susurra

entre las cortinas de una sala,

sino el que rasga el silencio

con su hipnótico filo de palabras.

Expansivo como los cielos sin fronteras, concentrado en el corazón palpitante de Hermes y sus sendas invisibles, espejo de los suspiros y de la voz que vincula lo humano con lo etéreo. Hada de los gemelos celestes, puente mágico que Mercurio entreteje entre la mente y el alma, el viento goza del don de lo intangible. Presente en las plumas más lúcidas: brisa, corriente, remolino, susurro, ráfaga, respiro; movimiento, palabra, idea, aliento y reflexión. Transformación hecha mensaje, materia convertida en sentido y símbolo. Fenómeno invisible que inspira hasta las mentes más sofocadas: eco, vibración, palabra danzante, fricción sutil, aroma errante, aire que acaricia y torbellino que arrasa. Es energía vital, pulso de garganta; energía creativa, curiosa, movediza; energía en tránsito, aire que escapa y que retorna; energía ritual, soplo intencionado, voz con perfume de incienso; energía emocional, brisa conectora. No se mide en horas, sino en pensamientos compartidos y en palabras que marcan destinos.

Traía dentro ráfagas antiguas,

un linaje de suspiros migrantes

que nunca aprendieron a callarse

y cruzaron cielos sin tregua.

Elemento leve y a su vez profundo. Ciclo que comunica y disuelve con cada vínculo: de la charla impulsiva al silencio revelador, de la risa efímera al gesto que permanece esculpido. Frente al viento descubres que no hay límites entre tu voz y su eco: humo de ideas sembradas, calidez que no quema, vínculo que roza sin romper. Verbo clarificador que revela sin invadir, palabra dual que cuestiona o reconforta, pensamiento que construye o brisa que limpia con sabiduría. Catarsis súbita, inspiración, torbellino, descarga y consuelo. Incluso espejo que recorre historias, memorias, amores, intuiciones, meditación.

A veces soplaba como promesa,

a veces como amenaza.

A veces se desvanecía

cuando más la necesitaba.

En cada conversación, en cada símbolo, en cada ritual, ella vuelve a volar. Se manifiesta como pregunta, contradicción, expansión, impulso verbal, metamorfosis, permanencia volátil. El aire puede ser encuentro, refugio; pero también distancia medida, palabra que infla el ego hasta dejarlo a la deriva. Es emocional, filosófico, ético, estético, arquetípico y enigmático. Transforma, nombra, revela, borra, abre rutas y horada barreras. El viento infunde curiosidad, respeto, confusión y contemplación.

Y era entonces, en la ruptura del silencio,

cuando su regreso susurraba

más que la ausencia misma.

Definitivamente sus virtudes honran aquel privilegio de manifestar lo invisible. Queda así planteada la invitación a la gruta: permanece allí, deja que su danza moldee tus pensamientos con plumas de sombra, respira su vibración, silva su mensaje y deja despeinarte, que te transforme sin dispersarte. Allí mismo, en la frontera entre tú y el viento, encuentra tu aire más auténtico, aquel que cuestiona tu ego, aquel que sopla para borrar y sanar, para crear, para crecer y para amar.

Yo fui tierra, quise atrapar el viento.

Fui montaña, quise escucharlo.

Fui barro, quise grabarlo.

Ahora soy esencia.

La corriente que se aproxima

deberá aprender a conversar con el eco.


(SAMU 25 de agosto de 2025)

miércoles, 20 de agosto de 2025

UN DESPERTAR SEGURO

Musa de la poesía más sincera,

tu cuerpo empieza a celebrar rituales propios

como templo que susurra lenguajes nuevos,

o un jardín brindado al sol por vez primera.

Ese latido no es prisa,

es repiques de campanas anunciando

el llamado de la vida

que te invita a explorar su música.

Es un instante sagrado

donde el cuerpo y el alma se reconocen.

Cuando el río del deseo te acaricie los pasos,

no temas su corriente,

pues no has nacido para reprimir el cauce

ni para dejar que te arrastre sin rumbo.

Es el fuego que danza en la tierra fértil,

el agua que busca cauce

y el aire que quiere volar.

Has nacido para remar en tu propia barca,

con las manos firmes y el horizonte elegido.

Cuando llegues al encuentro con otro corazón,

recuerda que ambos ritmos pueden ser distintos.

Él puede llegar como chispa que brinca,

ímpetu mental, instinto que avanza.

Y tú, como agua, tienes el don de la pausa,

la brújula de la ternura, la melodía de la calma.

Pero no te quedes solo en tu elemento.

Aprende a leer su pulso:

cuando su corazón se acelere,

acompáñalo con tu agua,

no lo detengas en seco ni apagues su fuego,

déjalo danzar en tu corriente sin consumo.

Quien se acerque a ti,

que lo haga como quien lee una novela sagrada:

explorando cada página,

sin saltar capítulos,

escuchando el silencio entre las frases.

Que sus manos sean pluma y no peso,

que su mirada sea faro y no tiniebla.

Leyéndote como poesía:

con amor, interpretación y reverencia.

Recuerda que el fuego puede calentar o quemar,

y que tu agua puede fluir o contener.

Baila el encuentro como arte,

no como impulso:

elije, siente, invita,

y nunca cedas aquello

que tu corazón no celebra.

Si alguna grieta aparece en el viaje,

no la ocultes.

Rellénala con oro de palabras,

con la paciencia de quien sabe

que la belleza verdadera

nace también de lo reparado.

Y si en medio de la danza

necesitas pausa, refugio o silencio,

ven a mí, que mi corazón está abierto.

No como guardián que vigila,

sino como abrazo que sostiene,

como orilla donde reposar

antes de volver al mar.

El diálogo es refugio, no vigilancia.

Cada pregunta merece ser escuchada,

cada emoción nombrada.

Cada duda será un verso,

y cada respuesta, un faro,

para que el pulso de tu anhelo

nunca tiemble en la penumbra.

Este despertar es tuyo,

pero mi amor y mi confianza

caminarán siempre cerca,

para que cada paso tuyo

sea placentero, seguro

y lleno de la luz que mereces.

Que tu fuego no se apague,

que tu agua no se estanque,

que tu aire no se pierda,

y que tu tierra te sostenga.

Y si alguna vez dudas,

recuerda que el amor verdadero

no exige, no apura, no invade.

Solo acompaña, como lo haré yo,

desde la orilla, celebrando cada ola

que tú decidas navegar.

 


(SAMU 19 de agosto de 2025)


lunes, 18 de agosto de 2025

JUEGO CON AGUA

Ella era agua.

No aquella que gotea mansa

y humedece los bordes de una fuente,

sino la que disuelve fronteras

con su oleaje de sal y misterio.

 

Expandidas en abismos marinos, concentradas en el corazón líquido de Yemayá y Tiamat, bendición de los peces antiguos y sus cantos sin idioma. Puente hacia lo intuitivo que Apas extiende entre lo terrenal y lo onírico, latiendo como pulso en cada lágrima, el agua goza de su alquimia silente. Poderes conferidos por lunas y poetas: rocío, marea, lluvia, manantial y tempestad: fluidez, frescura, intuición, memoria y renacimiento. Metáforas envolventes y energías penetrantes. Es transformación hecha caudal, emoción convertida en ciclo y símbolo. Fenómeno sensorial que acaricia y arrastra: oleaje, humedad, reflejo, corriente perpetua, aroma de algas, sal viscosa, bruma que cubre y rocío que sana; energía vital, pulso del corazón; energía creativa, erótica, espiritual; energía en duelo, marea que arrastra y abono que fertiliza; energía ritual, baño lunar y perfume de copal; energía emocional, fluido conector. Cuántica: no se mide en horas, sino en ondas y partículas.

 

Traía dentro corrientes milenarias,

un linaje de aguas subterráneas

que nunca aprendieron a estancarse

y recorrían orillas sin descanso.

 

Elemento sutil y a la vez abismal. Ciclo creador y transformador que se repite en cada vínculo: del abrazo tibio al oleaje salvaje, del silencio que inunda al eco que sana. Frente al agua descubres que no hay barreras entre tu piel y su humedad: espejo que revela lo velado, profundidad que acoge sin juzgar; contenedor del sentir y precio de entrega sin defensa; fluidez que transforma sin romper; presencia serena o corriente impetuosa que limpia. Catarsis líquida, emergencia, inmersión, disolución y descanso. Incluso memoria que viaja en lágrimas, océanos, lloviznas, fuentes, rituales.

 

A veces fluía como refugio,

a veces azotaba como tormenta.

A veces simplemente se desbordaba

cuando más se necesitaba.

 

En cada palabra, en cada verso, en cada ritual, ella vuelve a brotar. Se manifiesta como deseo, desbordamiento, intuición mística, metamorfosis líquida, eternidad. El agua puede ser encuentro, amparo; pero también distancia, fluido que se escapa de las manos hasta colmar por dentro. Es emocional, espiritual, ética, estética, mítica y envolvente. Transforma, ahoga, sostiene, purifica, disuelve, abre cauces y diluye promesas. El agua infunde nostalgia, reverencia, gratitud y contemplación. Llena embalses como llena corazones. Mientras, dibuja el paisaje erosionando cañadas.

 

Y era entonces, en la quietud nocturna,

cuando su regreso mojaba

más que la sequía de su ausencia.

 

Definitivamente sus virtudes merecen santuario. Queda así planteada la ofrenda ante el altar acuático: permanece allí, deja que sus corrientes delineen tus formas con transparencia de reflejo, inhala su frescura y deja que te transforme sin desbordarte. Allí mismo, en la frontera entre tú y la marea, encuentra tu agua más profunda, aquella que diluye tu ego, aquella que fluye para sanar, para crear, para crecer y para amar.

 

Yo fui tierra, quise contener el agua.

Fui río, quise seguirla.

Fui piedra, quise grabarla.

Ahora soy esencia. La ola que se aproxima

deberá aprender a danzar con la calma.




(SAMU 18 de agosto de 2025) 

sábado, 9 de agosto de 2025

¡QUE LA PAZ DESPIERTE!

 

Que entre los latidos de la injusticia y el sueño colectivo, broten valores que transformen tensiones en creación; que una triada de análisis, acción y palabra viva construya puentes de equidad y relación sostenida. Entre capas de miedos y deseos profundos, tracemos mapas de poder e intereses ocultos; prototipos de futuro con rituales y murmullos, donde tecnología y arte forjen vínculos intergeneracionales.

Con mesas giratorias de café y espacios abiertos, ontológica danza teatral que desnude roles y nuevos acuerdos; que murales y cantos alcen la voz de la diversidad, y en la red digital se tejan ecos verdaderos. Que, en laboratorios de paz nazcan embajadores, políticas y alianzas entre lo público y lo civil; fondos y observatorios alcen sembradores que enraícen la cultura de paz como ley y perfil.

Que, de barrios a naciones viaje la memoria; que rituales diarios celebren la escucha sagrada. Enseñemos a los niños que la discordia puede ser victoria cuando se cultiva la convivencia enlazada. Que, con algoritmos vigilantes, nazca la voz digital; jóvenes y mayores cincelen memoria compartida. Que la desinformación ceda ante un diálogo cordial, y en redes globales brote la paz comprometida.

Que, un tapiz de valores florezca donde el anhelo de justicia convierta tensiones en creación: que semillas vivas hallen en cada disputa un crisol de cambio y retorno al diálogo. Que no haya falla técnica, sino un duelo de heridas y percepciones reclamando voz y ternura. Y que en tres espejos (el yo, el devenir y la raíz), revelemos el mapa secreto de nuestro propio conflicto.

Que rigor, participación y palabra consciente se abracen para sembrar puentes de cooperación duradera, mientras se tracen alianzas que deshojen capas de urgencia como quien busca el corazón oculto de una cebolla dulce. Que latencia, escalada y apaciguamiento marquen el pulso orgánico de la discordia, domando ansiedades con freno oportuno. Que, aquel árbol hecho diagrama, desvele efectos y causas profundas, muestre puentes entre el follaje aparente y desnude al tronco escondido tras la corteza de la tozudez.

Que con mandalas expandamos ventanales al ser: cuerpo, mente, cultura y masa. Sumerjámonos en el silencio para cocrear prototipos que germinen esperanza. Firmemos compromisos, sembremos bosques, compartamos símbolos: rituales que anclen avances en la memoria, ceremonias vivas que tallen aprendizajes y transmitan vibraciones de cohesión al tejido social.

Entre cafés y tertulias, espacios abiertos y teatros populares desarmemos jerarquías, tejamos historias de vínculos vivos, pintemos la transformación constructiva en mandalas y dramaticemos sombras hasta transfigurarlas en rutas de reconciliación. Que, videoconferencias y algoritmos emocionales, extiendan el abrazo humano, siempre custodiando la calidez de la mirada en cada umbral.

Que, del barrio al orbe se tejan redes horizontales, se multipliquen aprendizajes sin muros. Y organismos, empresas, instituciones, asociaciones alcen estandartes de solidaridad en un coro de voces diversas. Que observatorios de paz capturen datos y relatos silentes, midiendo la empatía como latido social, mientras ciencia ciudadana y ética del conocimiento alimenten transparencia y cultura.

Que, aulas convertidas en jardines de diálogo, germinen futuros ciudadanos que erijan puentes, y en cada gesto cotidiano (el saludo sincero, la escucha atenta), crezca el hábito de la no violencia. Que, los presupuestos participativos y asambleas vecinales hagan de la consulta un coro de corresponsabilidad, mientras la diplomacia civil y empresas restaurativas auditen su cadena con espíritu de reconciliación.

Que murales, cantos y teatros comunitarios liberen las sombras del rencor, pintando senderos de solidaridad. Arteterapia, rituales ancestrales y poemas al río nos reconcilien con la tierra y con los otros. Que fondos fiduciarios y donaciones (desde pequeñas hasta magnánimas) sostengan semilleros de mediadores, laboratorios de conflictos, donde el impulso creativo se alimente de rigor analítico.

Que, bajo faroles urbanos, germinen corredores de diálogo, donde las veredas sean pactos de convivencia; calles arboladas inviten a la pausa, plazas abiertas se alcen como ágoras de encuentro espontáneo. Pues la paz se escribe en ecuaciones de cooperación: cada axioma, cada código, cada asistente digital, cada precepto ético, cada pixel guardan la llama humana de la mediación y deben cundir el deseo de concordia por todas las redes, como hoy cunde la frivolidad.

Que géneros, generaciones, razas y naciones se reúnan en círculos mixtos, pintando narrativas de equidad. Y un triple pacto (moral, sociedad y planeta) tejan la urdimbre de un mañana sostenible. Que la utopía devenga praxis, cuando cada gesto (desde ceder la voz hasta compartir el pan), se convierta en verso activo del gran poema de la convivencia.

Así, sin punto final, que la cultura de paz vuelva cada amanecer en invitación a recomenzar: un hábito colectivo que transforme el conflicto en semilla de creación. Que cada paso nos impulse a edificar comunidades creativas y resilientes, donde convivir sea, ante todo, el arte de construir juntos un futuro de armonía compartida.

 


(SAMU 9 de agosto de 2025)

viernes, 1 de agosto de 2025

JUEGO CON FUEGO

 

Ella era fuego.

No aquel fuego que ilumina

manso y difuminado en una sala,

sino el que rasga la opacidad

con su lengua de brillante lava.

 

Expandido en los llanos infernales, concentrado en el corazón mismo de la principal deidad animista, pecado de Prometeo y esperanza de Fénix, Puente a lo divino que Agni hila entre lo doméstico y lo cósmico, latiendo en el núcleo de nuestra existencia, el fuego goza privilegiado por un abanico de virtudes hasta dicotómicas. Poderes conferidos por dioses y poetas: chispa, llama, plasma, brasa y ceniza: impulso, temperatura, candor, energía y fertilidad. Metáforas poderosas y energías arrolladoras. Es transformación hecha luz, materia convertida en energía y símbolo. Fenómeno físico sensorial que inspira hasta a las plumas más agudas: plasma, combustión, ecos crujientes, movimiento perpetuo, aromas resinosos, brea reptante, humo asfixiante y saumerio curativo; energía vital, pulso del plexo; energía creativa, sexual, pasional; energía en duelo, brasas que devoran y cenizas que abonan; energía ritual, vela intencionada y aroma a palosanto; energía emocional, plasma conector. No se mide en horas, sino en etapas del alma misma.

 

Traía dentro llamaradas antiguas,

un linaje de fluorescentes brasas

que nunca aprendieron a extinguirse

y recorrieron bosques sin clemencia.

 

Elemento agudo y a su vez obtuso. Ciclo creador y destructor que se repite en cada vínculo: de la pasión impulsiva al abrazo luminoso, del grito interno al refugio silencioso. Frente al fuego descubres que no hay fronteras entre tu sangre y la llama: hogar que refuerza el abrigo, la calidez del vínculo que no quema; honorario del sentir y precio de entrega al ardor con conciencia; luz clarificadora que revela secretos sin herir y candor dual que hiere o reconforta; llama constructiva o sabia combustión que nutre; catarsis súbita, emergencia, explosión, descarga y consuelo. Incluso espejo que transita historias, amores, duelos, memorias, razonamientos.

 

A veces ardía como promesa,

a veces ardía como amenaza.

A veces justo se apagaba

cuando más la necesitaba.

 

En cada palabra, en cada verso, en cada ritual, él vuelve a nacer. Se manifiesta como deseo, ruptura, expansión, impulso místico, metamorfosis, eternidad. El fuego puede ser encuentro, abrigo; pero también ruptura, llama dosificada que loa al orgullo hasta quemar por dentro. Es emocional, espiritual, ético, estético, mítico e hipnótico. Transforma, forja, funde, aniquila, derrite, abre caminos y rompe pactos. El fuego infunde temor, respeto, admiración y plegaria.

 

Y era entonces, rompiendo penumbra,

cuando su regreso quemaba

más que el ardor de su ausencia.

 

Definitivamente sus virtudes honran aquel privilegio de usurpar altares. Queda así planteada la invitación ante el tabernáculo: permanece allí, deja que la danza de sus llamas dibuje tus expresiones con pigmentos de sombra, respira su calor y deja que te transforme sin consumirte. Allí mismo, en la frontera entre tú y la flama, encuentra tu fuego más auténtico, aquel que cuestiona tu ego, aquel que arde para sanar, para crear, para crecer y para amar.

 

Yo fui tierra, quise sostener el fuego.

Fui magma, quise recorrerlo.

Fui roca, quise recordarlo.

Ahora soy esencia. La llama que se aproxima

deberá aprender a conversar con la ceniza.


 

(SAMU 1 de agosto de 2025)

miércoles, 23 de julio de 2025

IN MEMORIAM A OZZY

 

Cuando aún la luz del mundo emergía sin grietas, un niño fue rozado por el filo de Saturno. John Michael no nació profeta, sino como herida abierta en la armonía. El escenario se convirtió en su evangelio y el micrófono en su confesionario. Cantó el Apocalipsis sin pedir permiso y repudió guerras santas con guitarras blasfemas; cada grito suyo conjuraba el olvido. Existía un pacto, secreto como los huesos de Lilith. Belcebú lo visitaba cada noche, ofreciéndole coros de lamentos en clave menor. Ozzy respondía con agudos, riffs y una botella medio vacía, con el alma medio rota.

A veces se tentaba con el abismo; otras, dormía junto a él. La Parca, sin embargo, temía pronunciar su nombre. Llegó varias veces con la guadaña al cuello, pero se retiró en silencio: la voz del Príncipe era más poderosa que su mandato de ceniza.

En la medianoche, bajo un cielo encapotado de humo, y tras tribular la amarga noticia, me adentré en los vestigios de Villa Park, en Birmingham. Me acompañaban gárgolas corroídas por el moho que escupían su silencio sobre naves góticas, donde el eco de un órgano olvidado se mezclaba con el estruendo de guitarras, baterías y bajos que habían retumbado al mundo recientemente. El aire olía a incienso rancio y a humedad sepulcral; las piedras mismas aguardaban un latido postrero.

Avancé por el pasillo central, trazado de vitrales rotos que teñían el suelo con tonos de sangre fenecida. Al fondo, una lápida coronada por un busto ennegrecido: el retrato del “Príncipe Nocturno”, trovador enigmático cuya voz había quebrado la cordura de multitudes. Bajo su nombre, un epitafio: “Aquí duerme el que cantó al abismo”.

Pulsé un interruptor oxidado y el órgano cobró vida con un gemido grave. Cada nota vibró como presagio, agitando mi alma con un terror primigenio. Seis pilares temblaron, y los relieves de demonios se disolvieron en una niebla espectral que ascendía del suelo. Entonces sentí, tras de mí, un aliento helado.

Me giré y, ante mis ojos, apareció la sombra de Osbourne: unos ojos vacíos y un susurro a brebaje y hollín: “Ven… he pactado con estrellas muertas, exhalado secretos al Innombrable y jurado enfrentar a la Huesuda con acordes de furia. Ven a escuchar las melodías finales.”

La bóveda gótica se abrió como boca de pesadilla, revelando un firmamento de terror cósmico. Miles de brasas incandescentes flotaban en órbita, eclipsando estrellas que el hombre no debía contemplar. Mi razón, asaltada por aquel espectáculo, crujió como ataúd mal sellado.

El Monarca avanzó, dejando un rastro de óxido. Sus dedos, largos como nervaduras vivientes, aferraron un relicario con el mechón de su voz petrificada. Al alzarlo, resonaron en las criptas los versos del Apocalipsis: “bajo el cementerio, todos somos huesos podridos…”

Un grito de demonio estremeció los muros; una llamerada azotó el aire, castigando el silencio con furia. Es suelo se desgarró y, en el fondo, vislumbré el Río Leteo. Caronte, abatido, contemplaba sin poder zarpar.

Comprendí entonces que aquel homenaje era el triunfo: el músico había trascendido la muerte, transformado su tumba en teatro de lo inmortal. Su sombra de desvaneció en un acorde final, dejándome solo con el peso de lo indefinible.

Hoy brota en el mundo una catedral de palabras erigida con sus versos: cada estrofa, una bóveda que resuena con lamentos antiguos; cada nota, un vitral sombrío. Gran Ozzy, fuiste poema convertido en himno ceremonial, entonado por coros de sombras en el templo del ocaso. Los cuervos, antaño heraldos de tu grito salvaje, yacen mudos ante tu ausencia. Sus colecciones de ojos secuestrados, supuran lágrimas de metal. Mientras, campanas de ceniza repican tu partida, un réquiem que navega sin rumbo en los pechos dolidos. Cada copla es un suspiro en la penumbra, afinando un clamor gutural en Do Sostenido, pues el Príncipe de la Oscuridad ha partido y el silencio se alza como corona.

Trillones de litros de lágrimas bañan las criptas donde el eco de himnos se funde en lamento. Vino por ti un tren enloquecido, arañando el cielo nocturno con hollín azabache, arrastrando tu fúnebre vagón al regazo materno. Cediste al soplo final pese a tu linaje vampírico. La Muerte llegó a tu tocador con paso ceremonioso y, al rozar tu hombro, retrocedió. Nunca antes la Parca había sentido tal pavor: el poder de tu voz la superaba. Hastiada de obedecer su mandato, cerró la guadaña y te rindió reverencia. La Diosa del Adiós también teme acercarse con su barca de luna menguante; sabe que su refulgencia insulta tu sombra. La diana plateada cierra su manto, rechazando el peso del alma nocturna. Dejas al sol huérfano de rival: su candor mengua al carecer de contraste, y las estrellas llorarán tu partida entonando tus líricas.

Incluso Caronte, cuando supo que te encaminabas, bajó la cabeza en pena. No hay óbolo ni río capaces de contener una leyenda tan vasta, ni poeta como Virgilio que no enmudezca ante tu presencia. El barquero se inclina abatido en reverencia y, ante tremenda insubordinación, es el propio Hades quien debe recoger tu cuerpo inerte, aunque no tiene fuerzas de llevar tu honra. Tras la escolta, Belcebú ruge en el foso ardiente. Su látigo se alza, no con furia, sino en duelo, pues ha perdido a su cantor favorito, mientras hordas de demonios se arrastran hacia el altar donde el micrófono yace en llamas.

Bajo el cementerio, los huesos dorados de la memoria susurran: “aquí yace quien convirtió el dolor en furia”. Los altares del rock gimen tu nombre. Hoy cantamos tu vida como epopeya de pentagramas sombríos, pactos ocultos y versos imperecederos. Los cuervos, antes frenéticos en vuelo infernal, graznan como niños abandonados. Sus alas agitan criptas y torres, portando las lágrimas del mundo.

Aquí yace quien hizo del grito una ofrenda, del infierno un escenario. En lo alto, las constelaciones se remueven ante el peso de la voz que desató el Armagedón. “No cantaré el ocaso”, murmura la noche, “de quien hizo del averno un escenario”. Mientras, tus reflexiones resuenan entre sarcófagos: “todo lo que eres, no te lo llevas cuando te vas”. Y, aún así, te lo llevaste todo: el contraste, el vértigo, lo prohibido y tu legado imprescriptible.

El Príncipe no partió, se hizo eterno entre acordes rotos y alaridos celestiales. Bajo el cielo ceniciento, la locomotora se consumió en un destello carmín, como si escupiera al abismo un ultimo arpegio. Hoy, cada compás perdido en la penumbra late en los vientos góticos, recordándonos que la verdadera canción se instala en el temblor de nuestras almas, susurrando nuestro propio terror y sed de eternidad.

En el mausoleo donde duermen las horas alzo un suspiro teñido. Tus huellas son eco y polvareda, y el viento arrastra esta última ofrenda. La luna, herida en su manto fantasmal, rechaza el peso de tu sombra partida. Sus rayos entonan un réquiem callado, mientras tu silueta se disuelve en la bruma. Bajo vitrales rotos de dolor, las velas titilan su lamento final. Las llamas arden con tu triste nombre; cada chispa escribe tu epitafio en el aire.

Adiós, guardián de noches perpetuas, portador del caos y el suave desvelo. Que tu voz se instale en la médula del viento y que tu silencio reine en cada oscuridad.

 


(SAMU 23 de julio de 2025)

lunes, 21 de julio de 2025

CONVOCATORIA PARA LOS “NADIES”

 

Somos los que no colgamos pasacalles. Somos los que no engrudamos afiches con propaganda partidócrata. Somos los que respetamos el silencio. Los que no surcamos calles con banderas ni megáfonos. Los que ocupamos plazas para gozarlas, no para ahuyentar la vida de ellas. Los que no encontramos brújula en ninguna sigla, pero igual sabemos dónde está el norte. Los que creemos que la ciudad no se ensucia por falta de limpieza, sino por exceso de propaganda. Somos los “nadies”, y esta es nuestra fiesta democrática sin cotillón institucional.

Las papeletas están impresas, sí. Pero nuestras ideas no caben en ellas. Se llenan de siglas, no de propuestas. Reflejan escaños, no convicciones. Están coloreadas con la tinta de la prebenda y el transfugio. Nos llaman indecisos. Las encuestas nos reducen a un acrónimo: NS/NR. Pero somos la única tendencia que crece cinco puntos por semana. Y sólo sabemos que ellos no merecen respuesta. Porque votar no es elegir, cuando nadie propone futuro.

Los partidos repiten el libreto como ecos de mausoleo. Las alianzas se pegan con cinta de urgencia ideológica (o incluso con chicle). Dicen: “yo no soy como ellos” y así, todos se convierten en el mismo otro. Y la competencia de quien alarga más su cola de paja se acerca a la bandera de cuadros. Buscan nuestro voto en obligatorias urnas, para administrar ruinas. Lavan dinero y contrabandean conciencias. Ofrecen cambio sin cambiar el guión.

Nosotros buscamos visión, no reacción. Políticas con poesía, no con planillas. Los “nadies” no somos vacío, somos semilla. No nos abstiene la flojera, sino nos mueve la reflexión ética. No votamos por bronca, sino por belleza política.

Queremos ciudades sin afiches engrudados, sin banderas de censura. Queremos ser país y no un plástico paisaje casi virtual. Queremos futuro, no presente tergiversado. La posverdad nos ahoga, nos consume. Queremos discursos que no trasquilen al ciudadano como oveja electoral. Queremos creatividad cívica. Gestos que no contaminen la urbe ni la conciencia. Exigimos coherencia, no corrupción sinvergüenza. Exigimos ideologías, no idolatrías.

Nos representa el silencio más que el slogan. Desearíamos que votar en blanco también sea un grito. Estamos cansados de elegir entre lo malo y lo peorcito. Invocamos a quienes quieran pensar antes de votar. Convocamos a quienes no buscan gobierno, sino convivencia.

Exigimos no vender esperanza sin fundamento. Ni permitir que el Estado se confunda con espectáculo. Ni rendirnos ante la futilidad administrativa. Ni confundir popularidad con proyecto. Ni permitir que los pasacalles y el griterío tengan más protagonismo que los manifiestos, los planes estructurados y las ideas cuerdas. Ya nos cansamos que los pasacalles pasen por sobre nosotros, que las campañas nos confundan, nos corrompan y nos conviertan en rebaños aturdidos y descreídos.

Quisiéramos que nos permitan votar por “nadies”, por los que aparentemente no existen: los honestos, los comprometidos, los desinteresados, los auténticos, los ingobernables, los que ofrecen verdad ante la incertidumbre, los que nutren con proyectos, los que unifican, los que acompañan y guían de abajo a arriba, los que escuchan y proponen, los que realmente construyen. No es que no haya opciones, sino que ninguna merece aún ser algo más que opción.

El voto es ritual y nosotros somos herejía. Hagamos de agosto un mes de poesía civil. De urnas que tiemblen ante el papel marcado con conciencia. Y ojalá logremos que los payasos vuelvan al circo, y los comprometidos con el país lleguen a los escaños merecidos. Que los curules se llenen de coherencia, no de pragmatismo ni componenda.

 


(SAMU 21 de julio de 2025)

sábado, 12 de julio de 2025

RECIPROCIDAD LIBERTARIA

 

En la catedral de musgo desollado, donde altar y ruina se funden, las sombras recitan letanías de cenizas en espejos oblicuos. La praxis corroída gotea su ácido, disolviendo promesas en estanques de mercurio que reflejan pupilas vacías. Bajo arcos de follaje podrido y grafitis desgastados, los susurros del acero oxidado devoran el último aliento. La corrupción perpetuada vomita cenizas de antiguas promesas, y la noche devora los sueños con colmillos de mercurio.

En un valle de voces frías y preñadas de desconfianza, el oro y la ambición deshacen puentes de carne viva. Cadenas invisibles aprietan corazones, mientras el eco de un sueño agrietado clama por manos entrelazadas. Surgen raíces de hiedra crepuscular tras el crujido de un clamor sepultado, manos de bronce fatigado tallan fisuras en el asfalto de la incertidumbre. Cada grieta exhala un aliento de revuelta, una sinfonía clandestina que rasga el sopor de las multitudes. Asoma un murmullo entre las ruinas de ideales quebrados, de dogmas vencidos, una chispa clandestina y rebelde que desgarra el velo de cenizas. 

Somos archipiélagos de temor, alzando muros revocados con mentiras íntimas, subastando jirones de alma al azar del mercado, ignorando la danza ancestral del dar, del intercambio sincero, esa partitura olvidada que enlaza espíritus sin dueño y cuerpos libres. Tus manos tiznadas de ruina, rebelión y furia laten al ritmo de un himno secreto que invoca verdades indomables. En la hondonada del desaliento brota un suspiro fértil: la promesa de un abrazo que no pide precio, caridad sin factura ni frontera, el canto leve de una reciprocidad insurgente, el murmullo feroz de una libertad responsable.

Libertad que no exige soledad, sino el coraje de entregarse sin dominio. En la reciprocidad voluntaria arde el verbo nuevo, y cada acto deliberado es semilla insurgente. Es como aquella grieta en la que brota un trazo incandescente: una ternura indómita y clandestina, fuego que germina en las fisuras de la sospecha. 

A partir de ahí surgen reclamos subterráneos como un clamor cimentado, voces que traman un puente de filamentos fracturados, al compás del susurro y la urgencia de vivir sin tarifas ni ataduras. Desde la quebrada germina el verdor anhelado: la ternura en rebelión, semilla de afecto que arde más allá del miedo y la servidumbre. Manos trenzadas disuelven fronteras en el halo glacial, y cada gesto autónomo riega un canto de reciprocidad cultivada. Se alzan torres de luz, columnas de claridad insurgente: lámparas encendidas por la esperanza, pétalos de libertad esparcidos en calles despiertas. El amor, cristalino y estelar, cincela susurros en muros resonantes, tejiendo lazos de piel donde el abrazo es rito compartido.

Entre las ruinas crepitan brasas de anhelo encendido, lucernas de obsidiana encendidas por lo imposible. Reverberan flores forjadas que se despliegan al ritmo del soplo rebelde. El amor, transmutación palpable, funde el plomo de la orfandad interior en alas abiertas que acarician el firmamento y besan el cielo de la revolución silenciosa.

Que tiemble el egoísmo ante el fuego compartido. Que deshaga sus oscuros imanes de codicia. Que el amor, puro y soberano, se vuelva ley común, y la solidaridad, la estirpe nueva de nuestra especie. Así danzamos hacia la utopía, paso a paso, sin prisa, corazones forjados en la fragua de la solidaridad. Danzamos por pasadizos de auroras metamórficas, sin cartografía ni grilletes, por aquel jardín utópico donde se despliegan brotes de fraternidad incendiaria.

El viaje es un himno de cicatrices que viran en coronas, un jardín sin dueño, perfumado de abrazos, y la verdad, un fuego compartido, alumbra la alianza forjada. Travesía que cura heridas erigiendo feroces laureles, si aún respiras entre las ruinas, que tu gesto autónomo encienda el pacto libre: ese vínculo sin contratos, donde el dar es también renacer ante un sol rojo que nos despierte sin cadenas.

 


(SAMU 12 de julio de 2025)