Estoy mejor que nunca. Como no hacerlo, si por fin me encuentro nuevamente; como no hacerlo si por fin dejo que me encuentren; como no hacerlo si ahora vuelvo a comprender que en la crueldad de la vida es donde se esconden los mejores tesoros de uno mismo; como no hacerlo si tengo la constancia de que hay algo al otro lado del sol; como no hacerlo si ahora tengo la oportunidad de coquetear con las tensiones del prójimo, que generan mi rebeldía; como no hacerlo si lo racional es placebo y lo irreal no deja de ser fútil.

sábado, 30 de agosto de 2025

CAFÉ MATINAL

 

Despertar no es sólo abrir los ojos, sino recordar que existe el café. Con los párpados aún pesados y el alma en estado de borrador, me levanto como quien busca un altar. Camino hacia la cocina con la devoción de un monje que conoce el poder de los granos tostados. El frasco se abre con un suspiro de vidrio, liberando una fragancia que no pertenece a este mundo: tierra húmeda, madera vieja, promesa de lucidez.

La cuchara se hunde en la molienda oscura como quien excava memorias. Cada gramo es una palabra no dicha, un mimo pendiente, una idea que aún no ha nacido. El agua hierve con impaciencia, como si supiera que su destino es fundirse con lo sagrado. Al verterla, el vapor asciende como plegaria, dibujando formas que sólo el alma entiende y el olfato lee cual caricia.

El primer sorbo no se bebe: se recibe. Tibio, amargo, honesto. Recorre la garganta como un río que despierta piedras dormidas. Las neuronas, aún en estado de letargo, se desperezan con dignidad. El corazón, que hasta hace poco latía por inercia, recuerda su vocación de tambor. Y el cuerpo, ese templo que a veces olvidamos, se alinea con el día que comienza.

No hay apuro. El café no se toma: se contempla. Se deja que hable, que revele sus secretos, que acompañe el tránsito entre el sueño y la vigilia. Porque cada mañana es una resurrección, y el café, su sacramento.

 


(SAMU 30 de agosto de 2025)

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