Estoy mejor que nunca. Como no hacerlo, si por fin me encuentro nuevamente; como no hacerlo si por fin dejo que me encuentren; como no hacerlo si ahora vuelvo a comprender que en la crueldad de la vida es donde se esconden los mejores tesoros de uno mismo; como no hacerlo si tengo la constancia de que hay algo al otro lado del sol; como no hacerlo si ahora tengo la oportunidad de coquetear con las tensiones del prójimo, que generan mi rebeldía; como no hacerlo si lo racional es placebo y lo irreal no deja de ser fútil.

sábado, 12 de julio de 2025

RECIPROCIDAD LIBERTARIA

 

En la catedral de musgo desollado, donde altar y ruina se funden, las sombras recitan letanías de cenizas en espejos oblicuos. La praxis corroída gotea su ácido, disolviendo promesas en estanques de mercurio que reflejan pupilas vacías. Bajo arcos de follaje podrido y grafitis desgastados, los susurros del acero oxidado devoran el último aliento. La corrupción perpetuada vomita cenizas de antiguas promesas, y la noche devora los sueños con colmillos de mercurio.

En un valle de voces frías y preñadas de desconfianza, el oro y la ambición deshacen puentes de carne viva. Cadenas invisibles aprietan corazones, mientras el eco de un sueño agrietado clama por manos entrelazadas. Surgen raíces de hiedra crepuscular tras el crujido de un clamor sepultado, manos de bronce fatigado tallan fisuras en el asfalto de la incertidumbre. Cada grieta exhala un aliento de revuelta, una sinfonía clandestina que rasga el sopor de las multitudes. Asoma un murmullo entre las ruinas de ideales quebrados, de dogmas vencidos, una chispa clandestina y rebelde que desgarra el velo de cenizas. 

Somos archipiélagos de temor, alzando muros revocados con mentiras íntimas, subastando jirones de alma al azar del mercado, ignorando la danza ancestral del dar, del intercambio sincero, esa partitura olvidada que enlaza espíritus sin dueño y cuerpos libres. Tus manos tiznadas de ruina, rebelión y furia laten al ritmo de un himno secreto que invoca verdades indomables. En la hondonada del desaliento brota un suspiro fértil: la promesa de un abrazo que no pide precio, caridad sin factura ni frontera, el canto leve de una reciprocidad insurgente, el murmullo feroz de una libertad responsable.

Libertad que no exige soledad, sino el coraje de entregarse sin dominio. En la reciprocidad voluntaria arde el verbo nuevo, y cada acto deliberado es semilla insurgente. Es como aquella grieta en la que brota un trazo incandescente: una ternura indómita y clandestina, fuego que germina en las fisuras de la sospecha. 

A partir de ahí surgen reclamos subterráneos como un clamor cimentado, voces que traman un puente de filamentos fracturados, al compás del susurro y la urgencia de vivir sin tarifas ni ataduras. Desde la quebrada germina el verdor anhelado: la ternura en rebelión, semilla de afecto que arde más allá del miedo y la servidumbre. Manos trenzadas disuelven fronteras en el halo glacial, y cada gesto autónomo riega un canto de reciprocidad cultivada. Se alzan torres de luz, columnas de claridad insurgente: lámparas encendidas por la esperanza, pétalos de libertad esparcidos en calles despiertas. El amor, cristalino y estelar, cincela susurros en muros resonantes, tejiendo lazos de piel donde el abrazo es rito compartido.

Entre las ruinas crepitan brasas de anhelo encendido, lucernas de obsidiana encendidas por lo imposible. Reverberan flores forjadas que se despliegan al ritmo del soplo rebelde. El amor, transmutación palpable, funde el plomo de la orfandad interior en alas abiertas que acarician el firmamento y besan el cielo de la revolución silenciosa.

Que tiemble el egoísmo ante el fuego compartido. Que deshaga sus oscuros imanes de codicia. Que el amor, puro y soberano, se vuelva ley común, y la solidaridad, la estirpe nueva de nuestra especie. Así danzamos hacia la utopía, paso a paso, sin prisa, corazones forjados en la fragua de la solidaridad. Danzamos por pasadizos de auroras metamórficas, sin cartografía ni grilletes, por aquel jardín utópico donde se despliegan brotes de fraternidad incendiaria.

El viaje es un himno de cicatrices que viran en coronas, un jardín sin dueño, perfumado de abrazos, y la verdad, un fuego compartido, alumbra la alianza forjada. Travesía que cura heridas erigiendo feroces laureles, si aún respiras entre las ruinas, que tu gesto autónomo encienda el pacto libre: ese vínculo sin contratos, donde el dar es también renacer ante un sol rojo que nos despierte sin cadenas.

 


(SAMU 12 de julio de 2025)

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