Estoy mejor que nunca. Como no hacerlo, si por fin me encuentro nuevamente; como no hacerlo si por fin dejo que me encuentren; como no hacerlo si ahora vuelvo a comprender que en la crueldad de la vida es donde se esconden los mejores tesoros de uno mismo; como no hacerlo si tengo la constancia de que hay algo al otro lado del sol; como no hacerlo si ahora tengo la oportunidad de coquetear con las tensiones del prójimo, que generan mi rebeldía; como no hacerlo si lo racional es placebo y lo irreal no deja de ser fútil.

sábado, 9 de agosto de 2025

¡QUE LA PAZ DESPIERTE!

 

Que entre los latidos de la injusticia y el sueño colectivo, broten valores que transformen tensiones en creación; que una triada de análisis, acción y palabra viva construya puentes de equidad y relación sostenida. Entre capas de miedos y deseos profundos, tracemos mapas de poder e intereses ocultos; prototipos de futuro con rituales y murmullos, donde tecnología y arte forjen vínculos intergeneracionales.

Con mesas giratorias de café y espacios abiertos, ontológica danza teatral que desnude roles y nuevos acuerdos; que murales y cantos alcen la voz de la diversidad, y en la red digital se tejan ecos verdaderos. Que, en laboratorios de paz nazcan embajadores, políticas y alianzas entre lo público y lo civil; fondos y observatorios alcen sembradores que enraícen la cultura de paz como ley y perfil.

Que, de barrios a naciones viaje la memoria; que rituales diarios celebren la escucha sagrada. Enseñemos a los niños que la discordia puede ser victoria cuando se cultiva la convivencia enlazada. Que, con algoritmos vigilantes, nazca la voz digital; jóvenes y mayores cincelen memoria compartida. Que la desinformación ceda ante un diálogo cordial, y en redes globales brote la paz comprometida.

Que, un tapiz de valores florezca donde el anhelo de justicia convierta tensiones en creación: que semillas vivas hallen en cada disputa un crisol de cambio y retorno al diálogo. Que no haya falla técnica, sino un duelo de heridas y percepciones reclamando voz y ternura. Y que en tres espejos (el yo, el devenir y la raíz), revelemos el mapa secreto de nuestro propio conflicto.

Que rigor, participación y palabra consciente se abracen para sembrar puentes de cooperación duradera, mientras se tracen alianzas que deshojen capas de urgencia como quien busca el corazón oculto de una cebolla dulce. Que latencia, escalada y apaciguamiento marquen el pulso orgánico de la discordia, domando ansiedades con freno oportuno. Que, aquel árbol hecho diagrama, desvele efectos y causas profundas, muestre puentes entre el follaje aparente y desnude al tronco escondido tras la corteza de la tozudez.

Que con mandalas expandamos ventanales al ser: cuerpo, mente, cultura y masa. Sumerjámonos en el silencio para cocrear prototipos que germinen esperanza. Firmemos compromisos, sembremos bosques, compartamos símbolos: rituales que anclen avances en la memoria, ceremonias vivas que tallen aprendizajes y transmitan vibraciones de cohesión al tejido social.

Entre cafés y tertulias, espacios abiertos y teatros populares desarmemos jerarquías, tejamos historias de vínculos vivos, pintemos la transformación constructiva en mandalas y dramaticemos sombras hasta transfigurarlas en rutas de reconciliación. Que, videoconferencias y algoritmos emocionales, extiendan el abrazo humano, siempre custodiando la calidez de la mirada en cada umbral.

Que, del barrio al orbe se tejan redes horizontales, se multipliquen aprendizajes sin muros. Y organismos, empresas, instituciones, asociaciones alcen estandartes de solidaridad en un coro de voces diversas. Que observatorios de paz capturen datos y relatos silentes, midiendo la empatía como latido social, mientras ciencia ciudadana y ética del conocimiento alimenten transparencia y cultura.

Que, aulas convertidas en jardines de diálogo, germinen futuros ciudadanos que erijan puentes, y en cada gesto cotidiano (el saludo sincero, la escucha atenta), crezca el hábito de la no violencia. Que, los presupuestos participativos y asambleas vecinales hagan de la consulta un coro de corresponsabilidad, mientras la diplomacia civil y empresas restaurativas auditen su cadena con espíritu de reconciliación.

Que murales, cantos y teatros comunitarios liberen las sombras del rencor, pintando senderos de solidaridad. Arteterapia, rituales ancestrales y poemas al río nos reconcilien con la tierra y con los otros. Que fondos fiduciarios y donaciones (desde pequeñas hasta magnánimas) sostengan semilleros de mediadores, laboratorios de conflictos, donde el impulso creativo se alimente de rigor analítico.

Que, bajo faroles urbanos, germinen corredores de diálogo, donde las veredas sean pactos de convivencia; calles arboladas inviten a la pausa, plazas abiertas se alcen como ágoras de encuentro espontáneo. Pues la paz se escribe en ecuaciones de cooperación: cada axioma, cada código, cada asistente digital, cada precepto ético, cada pixel guardan la llama humana de la mediación y deben cundir el deseo de concordia por todas las redes, como hoy cunde la frivolidad.

Que géneros, generaciones, razas y naciones se reúnan en círculos mixtos, pintando narrativas de equidad. Y un triple pacto (moral, sociedad y planeta) tejan la urdimbre de un mañana sostenible. Que la utopía devenga praxis, cuando cada gesto (desde ceder la voz hasta compartir el pan), se convierta en verso activo del gran poema de la convivencia.

Así, sin punto final, que la cultura de paz vuelva cada amanecer en invitación a recomenzar: un hábito colectivo que transforme el conflicto en semilla de creación. Que cada paso nos impulse a edificar comunidades creativas y resilientes, donde convivir sea, ante todo, el arte de construir juntos un futuro de armonía compartida.

 


(SAMU 9 de agosto de 2025)

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