Estoy mejor que nunca. Como no hacerlo, si por fin me encuentro nuevamente; como no hacerlo si por fin dejo que me encuentren; como no hacerlo si ahora vuelvo a comprender que en la crueldad de la vida es donde se esconden los mejores tesoros de uno mismo; como no hacerlo si tengo la constancia de que hay algo al otro lado del sol; como no hacerlo si ahora tengo la oportunidad de coquetear con las tensiones del prójimo, que generan mi rebeldía; como no hacerlo si lo racional es placebo y lo irreal no deja de ser fútil.

viernes, 1 de agosto de 2025

JUEGO CON FUEGO

 

Ella era fuego.

No aquel fuego que ilumina

manso y difuminado en una sala,

sino el que rasga la opacidad

con su lengua de brillante lava.

 

Expandido en los llanos infernales, concentrado en el corazón mismo de la principal deidad animista, pecado de Prometeo y esperanza de Fénix, Puente a lo divino que Agni hila entre lo doméstico y lo cósmico, latiendo en el núcleo de nuestra existencia, el fuego goza privilegiado por un abanico de virtudes hasta dicotómicas. Poderes conferidos por dioses y poetas: chispa, llama, plasma, brasa y ceniza: impulso, temperatura, candor, energía y fertilidad. Metáforas poderosas y energías arrolladoras. Es transformación hecha luz, materia convertida en energía y símbolo. Fenómeno físico sensorial que inspira hasta a las plumas más agudas: plasma, combustión, ecos crujientes, movimiento perpetuo, aromas resinosos, brea reptante, humo asfixiante y saumerio curativo; energía vital, pulso del plexo; energía creativa, sexual, pasional; energía en duelo, brasas que devoran y cenizas que abonan; energía ritual, vela intencionada y aroma a palosanto; energía emocional, plasma conector. No se mide en horas, sino en etapas del alma misma.

 

Traía dentro llamaradas antiguas,

un linaje de fluorescentes brasas

que nunca aprendieron a extinguirse

y recorrieron bosques sin clemencia.

 

Elemento agudo y a su vez obtuso. Ciclo creador y destructor que se repite en cada vínculo: de la pasión impulsiva al abrazo luminoso, del grito interno al refugio silencioso. Frente al fuego descubres que no hay fronteras entre tu sangre y la llama: hogar que refuerza el abrigo, la calidez del vínculo que no quema; honorario del sentir y precio de entrega al ardor con conciencia; luz clarificadora que revela secretos sin herir y candor dual que hiere o reconforta; llama constructiva o sabia combustión que nutre; catarsis súbita, emergencia, explosión, descarga y consuelo. Incluso espejo que transita historias, amores, duelos, memorias, razonamientos.

 

A veces ardía como promesa,

a veces ardía como amenaza.

A veces justo se apagaba

cuando más la necesitaba.

 

En cada palabra, en cada verso, en cada ritual, él vuelve a nacer. Se manifiesta como deseo, ruptura, expansión, impulso místico, metamorfosis, eternidad. El fuego puede ser encuentro, abrigo; pero también ruptura, llama dosificada que loa al orgullo hasta quemar por dentro. Es emocional, espiritual, ético, estético, mítico e hipnótico. Transforma, forja, funde, aniquila, derrite, abre caminos y rompe pactos. El fuego infunde temor, respeto, admiración y plegaria.

 

Y era entonces, rompiendo penumbra,

cuando su regreso quemaba

más que el ardor de su ausencia.

 

Definitivamente sus virtudes honran aquel privilegio de usurpar altares. Queda así planteada la invitación ante el tabernáculo: permanece allí, deja que la danza de sus llamas dibuje tus expresiones con pigmentos de sombra, respira su calor y deja que te transforme sin consumirte. Allí mismo, en la frontera entre tú y la flama, encuentra tu fuego más auténtico, aquel que cuestiona tu ego, aquel que arde para sanar, para crear, para crecer y para amar.

 

Yo fui tierra, quise sostener el fuego.

Fui magma, quise recorrerlo.

Fui roca, quise recordarlo.

Ahora soy esencia. La llama que se aproxima

deberá aprender a conversar con la ceniza.


 

(SAMU 1 de agosto de 2025)

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