Somos los
que no colgamos pasacalles. Somos los que no engrudamos afiches con propaganda
partidócrata. Somos los que respetamos el silencio. Los que no surcamos calles
con banderas ni megáfonos. Los que ocupamos plazas para gozarlas, no para
ahuyentar la vida de ellas. Los que no encontramos brújula en ninguna sigla,
pero igual sabemos dónde está el norte. Los que creemos que la ciudad no se
ensucia por falta de limpieza, sino por exceso de propaganda. Somos los “nadies”,
y esta es nuestra fiesta democrática sin cotillón institucional.
Las
papeletas están impresas, sí. Pero nuestras ideas no caben en ellas. Se llenan
de siglas, no de propuestas. Reflejan escaños, no convicciones. Están
coloreadas con la tinta de la prebenda y el transfugio. Nos llaman indecisos.
Las encuestas nos reducen a un acrónimo: NS/NR. Pero somos la única tendencia
que crece cinco puntos por semana. Y sólo sabemos que ellos no merecen
respuesta. Porque votar no es elegir, cuando nadie propone futuro.
Los
partidos repiten el libreto como ecos de mausoleo. Las alianzas se pegan con
cinta de urgencia ideológica (o incluso con chicle). Dicen: “yo no soy como
ellos” y así, todos se convierten en el mismo otro. Y la competencia de quien
alarga más su cola de paja se acerca a la bandera de cuadros. Buscan nuestro voto
en obligatorias urnas, para administrar ruinas. Lavan dinero y contrabandean
conciencias. Ofrecen cambio sin cambiar el guión.
Nosotros
buscamos visión, no reacción. Políticas con poesía, no con planillas. Los “nadies”
no somos vacío, somos semilla. No nos abstiene la flojera, sino nos mueve la
reflexión ética. No votamos por bronca, sino por belleza política.
Queremos ciudades
sin afiches engrudados, sin banderas de censura. Queremos ser país y no un plástico
paisaje casi virtual. Queremos futuro, no presente tergiversado. La posverdad
nos ahoga, nos consume. Queremos discursos que no trasquilen al ciudadano como
oveja electoral. Queremos creatividad cívica. Gestos que no contaminen la urbe
ni la conciencia. Exigimos coherencia, no corrupción sinvergüenza. Exigimos
ideologías, no idolatrías.
Nos representa
el silencio más que el slogan. Desearíamos que votar en blanco también sea un
grito. Estamos cansados de elegir entre lo malo y lo peorcito. Invocamos a
quienes quieran pensar antes de votar. Convocamos a quienes no buscan gobierno,
sino convivencia.
Exigimos no
vender esperanza sin fundamento. Ni permitir que el Estado se confunda con
espectáculo. Ni rendirnos ante la futilidad administrativa. Ni confundir
popularidad con proyecto. Ni permitir que los pasacalles y el griterío tengan
más protagonismo que los manifiestos, los planes estructurados y las ideas
cuerdas. Ya nos cansamos que los pasacalles pasen por sobre nosotros, que las
campañas nos confundan, nos corrompan y nos conviertan en rebaños aturdidos y
descreídos.
Quisiéramos
que nos permitan votar por “nadies”, por los que aparentemente no existen: los
honestos, los comprometidos, los desinteresados, los auténticos, los
ingobernables, los que ofrecen verdad ante la incertidumbre, los que nutren con
proyectos, los que unifican, los que acompañan y guían de abajo a arriba, los
que escuchan y proponen, los que realmente construyen. No es que no haya
opciones, sino que ninguna merece aún ser algo más que opción.
El voto es
ritual y nosotros somos herejía. Hagamos de agosto un mes de poesía civil. De
urnas que tiemblen ante el papel marcado con conciencia. Y ojalá logremos que
los payasos vuelvan al circo, y los comprometidos con el país lleguen a los
escaños merecidos. Que los curules se llenen de coherencia, no de pragmatismo
ni componenda.
(SAMU 21 de julio de 2025)
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