Estoy mejor que nunca. Como no hacerlo, si por fin me encuentro nuevamente; como no hacerlo si por fin dejo que me encuentren; como no hacerlo si ahora vuelvo a comprender que en la crueldad de la vida es donde se esconden los mejores tesoros de uno mismo; como no hacerlo si tengo la constancia de que hay algo al otro lado del sol; como no hacerlo si ahora tengo la oportunidad de coquetear con las tensiones del prójimo, que generan mi rebeldía; como no hacerlo si lo racional es placebo y lo irreal no deja de ser fútil.

lunes, 18 de agosto de 2025

JUEGO CON AGUA

Ella era agua.

No aquella que gotea mansa

y humedece los bordes de una fuente,

sino la que disuelve fronteras

con su oleaje de sal y misterio.

 

Expandidas en abismos marinos, concentradas en el corazón líquido de Yemayá y Tiamat, bendición de los peces antiguos y sus cantos sin idioma. Puente hacia lo intuitivo que Apas extiende entre lo terrenal y lo onírico, latiendo como pulso en cada lágrima, el agua goza de su alquimia silente. Poderes conferidos por lunas y poetas: rocío, marea, lluvia, manantial y tempestad: fluidez, frescura, intuición, memoria y renacimiento. Metáforas envolventes y energías penetrantes. Es transformación hecha caudal, emoción convertida en ciclo y símbolo. Fenómeno sensorial que acaricia y arrastra: oleaje, humedad, reflejo, corriente perpetua, aroma de algas, sal viscosa, bruma que cubre y rocío que sana; energía vital, pulso del corazón; energía creativa, erótica, espiritual; energía en duelo, marea que arrastra y abono que fertiliza; energía ritual, baño lunar y perfume de copal; energía emocional, fluido conector. Cuántica: no se mide en horas, sino en ondas y partículas.

 

Traía dentro corrientes milenarias,

un linaje de aguas subterráneas

que nunca aprendieron a estancarse

y recorrían orillas sin descanso.

 

Elemento sutil y a la vez abismal. Ciclo creador y transformador que se repite en cada vínculo: del abrazo tibio al oleaje salvaje, del silencio que inunda al eco que sana. Frente al agua descubres que no hay barreras entre tu piel y su humedad: espejo que revela lo velado, profundidad que acoge sin juzgar; contenedor del sentir y precio de entrega sin defensa; fluidez que transforma sin romper; presencia serena o corriente impetuosa que limpia. Catarsis líquida, emergencia, inmersión, disolución y descanso. Incluso memoria que viaja en lágrimas, océanos, lloviznas, fuentes, rituales.

 

A veces fluía como refugio,

a veces azotaba como tormenta.

A veces simplemente se desbordaba

cuando más se necesitaba.

 

En cada palabra, en cada verso, en cada ritual, ella vuelve a brotar. Se manifiesta como deseo, desbordamiento, intuición mística, metamorfosis líquida, eternidad. El agua puede ser encuentro, amparo; pero también distancia, fluido que se escapa de las manos hasta colmar por dentro. Es emocional, espiritual, ética, estética, mítica y envolvente. Transforma, ahoga, sostiene, purifica, disuelve, abre cauces y diluye promesas. El agua infunde nostalgia, reverencia, gratitud y contemplación. Llena embalses como llena corazones. Mientras, dibuja el paisaje erosionando cañadas.

 

Y era entonces, en la quietud nocturna,

cuando su regreso mojaba

más que la sequía de su ausencia.

 

Definitivamente sus virtudes merecen santuario. Queda así planteada la ofrenda ante el altar acuático: permanece allí, deja que sus corrientes delineen tus formas con transparencia de reflejo, inhala su frescura y deja que te transforme sin desbordarte. Allí mismo, en la frontera entre tú y la marea, encuentra tu agua más profunda, aquella que diluye tu ego, aquella que fluye para sanar, para crear, para crecer y para amar.

 

Yo fui tierra, quise contener el agua.

Fui río, quise seguirla.

Fui piedra, quise grabarla.

Ahora soy esencia. La ola que se aproxima

deberá aprender a danzar con la calma.




(SAMU 18 de agosto de 2025) 

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