Estoy mejor que nunca. Como no hacerlo, si por fin me encuentro nuevamente; como no hacerlo si por fin dejo que me encuentren; como no hacerlo si ahora vuelvo a comprender que en la crueldad de la vida es donde se esconden los mejores tesoros de uno mismo; como no hacerlo si tengo la constancia de que hay algo al otro lado del sol; como no hacerlo si ahora tengo la oportunidad de coquetear con las tensiones del prójimo, que generan mi rebeldía; como no hacerlo si lo racional es placebo y lo irreal no deja de ser fútil.

jueves, 4 de septiembre de 2025

JUEGO CON TIERRA

 

Ella era tierra.

No aquella tierra pulida y ordenada en macetas,

sino la que resquebraja certezas

con su memoria de montaña viva.

Extendida en los valles tectónicos, concentrada en el corazón mismo de Pachamama y sus minerales ocultos, guardiana de secretos ancestrales y promesa de raíz. Puente a lo divino que se teje entre lo doméstico y lo eterno, la tierra late en el núcleo de nuestra permanencia. Gozosa en su silencio, poderosa en su firmeza. Virtudes conferidas por dioses y sabios: polvo, arcilla, piedra, cuarzo y hueso: sostén, fertilidad, dureza, alquimia y raíz. Metáforas densas y energías reposadas. Es transformación hecha forma, materia que condensa espíritu y sentido. Fenómeno táctil y emocional que inspira a quienes escuchan las grietas: sedimento, erosión, huellas antiguas, aroma a musgo y humedad de lo profundo; energía vital, pulso del suelo; energía creativa, lenta y fértil; energía en duelo, roca que conserva y tierra que transforma; energía ritual, altar de obsidiana y perfume de eucalipto; energía emocional, barro que une. No se mide en horas, sino en estaciones del alma.

Traía dentro estratos antiguos,

un linaje de raíces fósiles

que nunca aprendieron a desprenderse

y recorrieron selvas con paciencia.

Elemento denso y también poroso. Ciclo que sostiene y desintegra, que rebrota en cada vínculo: del arraigo silencioso al temblor tectónico; del susurro mineral al eco sagrado. Frente a la tierra descubres que no hay fronteras entre tu sangre y el suelo: cuna que resguarda el cuerpo, calidez del vínculo que no quiebra; honra del sentir y precio de entrega a lo lento con conciencia; forma que revela sin exhibir y raíz que reconforta o confronta; cimiento que edifica o erosión que libera; catarsis prolongada, sedimentación, hundimiento, pulido y redención. Incluso espejo que guarda historias, legados, duelos, silencios, fundamentos.

A veces germinaba como promesa,

a veces se compactaba como advertencia.

A veces justo se agrietaba

cuando más se le necesitaba.

En cada gesto, en cada signo, en cada ceremonia, ella vuelve a brotar. Se manifiesta como sostén, ruptura, maduración, impulso interno, metamorfosis duradera. La tierra puede ser encuentro, nido; pero también frontera, polvo que ensalza la resistencia hasta enterrar el deseo. Es emocional, espiritual, ética, estética, mítica y envolvente. Contiene, moldea, preserva, sepulta, abre caminos y delimita pactos. La tierra infunde respeto, pertenencia, contemplación y arraigo.

Y era entonces, rompiendo el silencio,

cuando su regreso pesaba

más que la levedad de su ausencia.

Definitivamente sus virtudes honran aquel privilegio de fundar altares. Queda así planteada la invitación ante la meseta: permanece allí, deja que la danza de su forma moldee tus contornos con pigmentos de raíz, respira su firmeza y deja que te transforme sin desmoronarte. Allí mismo, en la frontera entre tú y el sedimento, encuentra tu esencia más auténtica, aquella que cuestiona tus cimientos, aquella que sostiene para sanar, para crear, para crecer y para amar.

Yo fui agua, quise ablandar la piedra.

Fui barro, quise moldearla.

Fui fósil, quise recordarla.

Ahora soy memoria. La montaña que se acerca

deberá aprender a conversar con la grieta.



 

(SAMU, 4 de septiembre de 2025)

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