Ella era viento.
No aquel viento que apenas susurra
entre las cortinas de una sala,
sino el que rasga el silencio
con su hipnótico filo de palabras.
Expansivo
como los cielos sin fronteras, concentrado en el corazón palpitante de Hermes y
sus sendas invisibles, espejo de los suspiros y de la voz que vincula lo humano
con lo etéreo. Hada de los gemelos celestes, puente mágico que Mercurio
entreteje entre la mente y el alma, el viento goza del don de lo intangible.
Presente en las plumas más lúcidas: brisa, corriente, remolino, susurro,
ráfaga, respiro; movimiento, palabra, idea, aliento y reflexión. Transformación
hecha mensaje, materia convertida en sentido y símbolo. Fenómeno invisible que
inspira hasta las mentes más sofocadas: eco, vibración, palabra danzante,
fricción sutil, aroma errante, aire que acaricia y torbellino que arrasa. Es
energía vital, pulso de garganta; energía creativa, curiosa, movediza; energía
en tránsito, aire que escapa y que retorna; energía ritual, soplo intencionado,
voz con perfume de incienso; energía emocional, brisa conectora. No se mide en horas,
sino en pensamientos compartidos y en palabras que marcan destinos.
Traía dentro ráfagas antiguas,
un linaje de suspiros migrantes
que nunca aprendieron a callarse
y cruzaron cielos sin tregua.
Elemento
leve y a su vez profundo. Ciclo que comunica y disuelve con cada vínculo: de la
charla impulsiva al silencio revelador, de la risa efímera al gesto que
permanece esculpido. Frente al viento descubres que no hay límites entre tu voz
y su eco: humo de ideas sembradas, calidez que no quema, vínculo que roza sin
romper. Verbo clarificador que revela sin invadir, palabra dual que cuestiona o
reconforta, pensamiento que construye o brisa que limpia con sabiduría.
Catarsis súbita, inspiración, torbellino, descarga y consuelo. Incluso espejo
que recorre historias, memorias, amores, intuiciones, meditación.
A veces soplaba como promesa,
a veces como amenaza.
A veces se desvanecía
cuando más la necesitaba.
En cada
conversación, en cada símbolo, en cada ritual, ella vuelve a volar. Se
manifiesta como pregunta, contradicción, expansión, impulso verbal,
metamorfosis, permanencia volátil. El aire puede ser encuentro, refugio; pero
también distancia medida, palabra que infla el ego hasta dejarlo a la deriva.
Es emocional, filosófico, ético, estético, arquetípico y enigmático.
Transforma, nombra, revela, borra, abre rutas y horada barreras. El viento
infunde curiosidad, respeto, confusión y contemplación.
Y era entonces, en la ruptura del silencio,
cuando su regreso susurraba
más que la ausencia misma.
Definitivamente
sus virtudes honran aquel privilegio de manifestar lo invisible. Queda así
planteada la invitación a la gruta: permanece allí, deja que su danza moldee
tus pensamientos con plumas de sombra, respira su vibración, silva su mensaje y
deja despeinarte, que te transforme sin dispersarte. Allí mismo, en la frontera
entre tú y el viento, encuentra tu aire más auténtico, aquel que cuestiona tu
ego, aquel que sopla para borrar y sanar, para crear, para crecer y para amar.
Yo fui tierra, quise atrapar el viento.
Fui montaña, quise escucharlo.
Fui barro, quise grabarlo.
Ahora soy esencia.
La corriente que se aproxima
deberá aprender a conversar con el eco.
(SAMU 25 de agosto de 2025)
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