Estoy mejor que nunca. Como no hacerlo, si por fin me encuentro nuevamente; como no hacerlo si por fin dejo que me encuentren; como no hacerlo si ahora vuelvo a comprender que en la crueldad de la vida es donde se esconden los mejores tesoros de uno mismo; como no hacerlo si tengo la constancia de que hay algo al otro lado del sol; como no hacerlo si ahora tengo la oportunidad de coquetear con las tensiones del prójimo, que generan mi rebeldía; como no hacerlo si lo racional es placebo y lo irreal no deja de ser fútil.

miércoles, 4 de junio de 2025

EL HIJO REBELDE DE CRONOS


Arys nació en la penumbra perpetua de un reino donde el tiempo se consumía a sí mismo, devorando el fluir de las horas como un fuego insaciable. En ese vasto imperio silente, donde los ecos de un antiguo poder se mezclaban con el tic-tac incesante de relojes invisibles, sentía en su pecho la inquietud de una criatura que aún no ha aprendido a someterse a la gravedad del destino.

Desde muy pequeño, el crujir de las manecillas y el murmullo de la cuenta regresiva se colaban en sus sueños. Aunque su mirada se llenaba del brillo inocente de la eterna infancia, en lo profundo de su alma se abría un abismo: el temor a crecer y, con ello, a ser absorbido por aquel devorador ineludible, cuyo rostro se desdibujaba en la bruma de lo inevitable, su propio padre.

Una noche, mientras el cielo se vestía de sombras y la luna derramaba su luz pálida sobre sendas olvidadas, Arys, el hijo de Cronos, tomó la decisión de huir de aquel destino prescrito. Se adentró, con pasos temblorosos y un corazón acelerado, en un bosque de enredaderas y espejismos donde el tiempo parecía derretirse en un eterno crepúsculo. Cada hoja, cada susurro del viento, llevaba consigo la promesa de un instante sin medidas, de un latido que escapaba a los dictados de un reloj cruel.

Durante su marcha, Arys descubrió antiguos vestigios de un saber olvidado. Un hombre errante (Kairos), cuya voz parecía provenir de un eco primordial, le habló en metáforas y silencios:  "El tiempo, amado ser de luz, es solo el reflejo de nuestros temores. No dejes que sus sombras te marquen; en la pureza de tus instantes reside la clave para no ser devorado. Vive como vuela la brisa, sin temor a la inmediatez ni a la espera, y hallarás en lo efímero la inmortalidad de tu espíritu."

Esos versos se grabaron profundamente en el hijo pródigo de Cronos, como un conjuro, un mantra, una luz tenue en medio del caos. Inspirado, caminó y atravesó ríos de plata, donde el agua parecía contar historias de un ayer que se fundía en el presente, y de un mañana que aún soñaba con renacer. En cada recodo, la ansiedad se tornaba un compañero silencioso, una melodía que vibraba en el fondo de su mirada, recordándole que la lucha contra el destino era, en sí misma, el arte de reinventar la existencia.

A medida que el viaje avanzaba y las reflexiones le resonaban ecos de lucidez, la firmeza del tiempo (estructura gélida y predefinida) se revelaba como un velo opresivo que ralentizaba la esencia de la vida. Los implacables engranajes del destino, ocultos tras la fachada de una rutina inamovible, se convertían en un susurro que amenazaba con borrar la persistencia de la individualidad. Pero Arys, con su espíritu forjado en la resistencia y bañado en el rocío de la noche, halló en la imperfección de cada instante la exaltación de la libertad. 

En un claro, donde la naturaleza parecía haber olvidado los designios del tiempo, Arys se detuvo y, mirando al infinito, comprendió la paradoja: la verdadera rebeldía no era negar el paso de las horas, sino transformar el temblor de la ansiedad en un latido que celebrase la vida en su forma más pura. Allí, en la quietud de la noche, renació en él un sentimiento ancestral: la certeza de que crecer no implicaba perder la esencia tergiversada de su niñez, sino integrar la inocencia con la sabiduría, como dos ríos que confluyen en un océano de nuevos comienzos.

Así, el hijo del devorador del tiempo emprendió un nuevo sendero, uno en el que cada segundo ya no era una cuenta regresiva, sino un verso de una interminable poesía. Su destino, antes marcado por la ruta opresiva de un eterno reloj, se fue transformando en una danza fluida entre la ansiedad y el consuelo, entre la angustia y la esperanza. Y mientras él se sumergía en ese viaje interior, la silueta del devorador se disolvía entre las sombras, dejando paso a una vida en la que lo efímero se convertía en la semilla de la eterna libertad.

 


(SAMU 03 de junio de 2025)

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