Desperté abruptamente con un fuerte golpe en la puerta de mi dormitorio.
Acompañaba aquel golpe, un tono de voz al principio ininteligible. Se trataba
de esas frases infinitas que nunca logro definir dónde empiezan y dónde acaban,
porque la emisora acostumbra a pensar en voz alta y a hablar a la gente
presumiendo que se le está prestando atención: atención a lo que dice y
atención a lo que piensa, valga aclarar. En fin, esas frases que empiezan
sonando a estática hasta que despiertas y buscas la sintonía adecuada. El
mensaje, presumo que era una convocatoria a levantarse. Sonaba a mal sueño o
abstracción fuera de lugar, pues aún no había clareado el alba.
Me incorporé para entender qué es lo que estaba sucediendo y procuré
seguir esa voz mientras aún intentaba sintonizarla. Así llegué hasta la cocina
y la vi a ella, en medio de su monólogo, preparando el desayuno y diciendo que
debíamos salir a algún lado por no sé qué motivo.
Así que asumí la premura, me dirigí al baño, me despabilé lavándome la
cara con agua fría y recién sentí que mis neuronas empezaban a asentarse en el
cerebro, luego de pasearse toda la noche en otros mundos, en las lejanías de lo
onírico.
Una vez listo, aseado, vestido, bien despertado y con todo el ser en mis
cabales, acompañé mi desayuno informándome de mejor manera, así, con un diálogo
retórico, logré precisar justo cuando empezaba a clarear, que fuimos convocados
a una reunión ordinaria del sindicato campesino, de la zona donde mi padre
tiene una cabaña con una pequeña huerta de frutales.
Luego del desayuno, emprendimos el viaje. El sol cada vez más brillante,
el tráfico cada vez más pesado, las calles periurbanas cada vez más agitadas y
en cada pueblo se notaba mayor vitalidad en la medida que recorríamos la
carretera y el astro viajaba rumbo al cenit.
Luego de un poco más de una hora de viaje, llegamos a nuestro destino. Era
un terraplén, un recoveco entre las faldas escarpadas del cerro y una quebrada,
techado con tinglado de calamina, una mesa larga con las cuatro sillas de la
directiva, ladrillos de seis agujeros o piedras planas alrededor, dispuestas
casi caóticamente, para que cada uno escogiera su aposento en torno a aquella
testera apoteósica, con tronos de plástico brasilero, que marca los privilegios
de la élite dirigencial.
En fin, sentada a sus anchas en una de las clásicas sillas playeras, con
un sombrero de ala ancha, se encontraba la presidente del sindicato quien, en
cuanto nos vio llegar, puso cara de pocos amigos, nos hizo una expresión como
si fuéramos extraterrestres intrusos y bajó la cabeza para disimular que redactaba
documentos de suma importancia burocrática. Movimientos tan torpes, que se
hicieron sumamente evidentes. Lo único que pasaba por esa mente mezquina era
acomodar su jeta en el ángulo preciso para que el ala de su sombrero ocultara
su rostro y sus expresiones maliciosas. Con esa intención para evitarnos el
saludo, evitar contacto con aquellos seres poco bienvenidos por pertenecer a
otra cultura, a otra raza y a otras condiciones de vida. Discriminación
absoluta hacia lo citadino, el desarrollo intelectual, el extraño descendiente
de élites que en el pasado explotaron a su gente. En ese momento me sentí como
un patitoo feo, tan diferente al resto, sin embargo, el convertirme en cisne no
sería un halago a la elegancia, sino otro motivo más para quedar
segregado.
Entretanto, nosotros procuramos integrarnos de la manera más natural
posible. Saludamos a la gente que ya estaba sentada en sus respectivas piedras
planas o ladrillos de seis agujeros, según cada preferencia.
Al describir el terraplén y el tinglado, omití mencionar que,
estacionado como dueño de casa, se encontraba un tractocamión de 80 mil
dólares, refugiado bajo las calaminas azules (tono favorito e identitario del
partido de gobierno), ocupando al menos el 30 por ciento de aquel improvisado
auditorio (mal llamado sede sindical) y probablemente pagando un arriendo de
estacionamiento que nadie más que la detentadora vería.
En fin, saludamos a la gente y buscamos cómo acomodarnos, lo más
integrados posible, a sabiendas de que éramos frijoles de otro costal. Poco a
poco el lugar se fue llenando. Ya eran más de 30 minutos pasada la hora de
convocatoria y aún se podían contar los presentes a simple paneo, sin embargo,
con absoluta solemnidad, la secretaria de actas inició el control de asistencia
respetando las formas más protocolarias heredadas de la colonia que, a su vez,
heredaron del imperio romano y quizás de las polis griegas.
Obviamente muy pocos respondían al llamado de lista, porque era mínima
la presencia aún. Sin embargo, la secretaria de actas se seguía desgañitando,
solfeando con voz en cuello como si pretendiera hacerse oír en los pueblos
vecinos, coreaba nombres de una lista interminable de gente ausente. A medida
que avanzaba, se interrumpía con exponencial frecuencia, porque los rezagados
se hacían notar presentes y ella los buscaba y tiqueaba el recuadro respectivo
si ya hubo mencionado aquel nombre en particular. Vago precisar cuánto tiempo
insulso demoró esa ineficiente diana.
Luego de insulsa pérdida de tiempo y sentido, por fin se dio inicio a la
reunión. Los gestos hablaban más que las palabras. El quechua, un idioma ajeno
para algunos, se deslizaba por los labios de los líderes mientras el lenguaje
corporal sellaba el mensaje no dicho: “nosotros”, los “otros”.
La secretaria dio lectura al orden del día y en seguida al acta de la
reunión pasada. Hoy se resalta como tareas imprescindibles en su estructural
formato: punto 1. Control de asistencia; punto 2. Saludos a la concurrencia;
punto 3. Lectura del acta de la reunión pasada; punto 4. Informe de la
presidenta; punto 5. Temas orgánicos; punto 6. Ejecución del presupuesto
operativo anual asignado al municipio; punto 7. Temas políticos; punto 8.
Proyecto de "atajado de agua"; punto 9. Palabras del representante de
la subcentral: lo orgánico, lo político, lo municipal y los proyectos en curso;
punto 10. Cobro de multas y sanciones por inasistencias; punto 11. Cobro de la
cuota por presencia en la reunión ordinaria; punto 12. Varios y pendientes.
El saludo fue más breve que el propio orden del día. Básicamente se paró
la presidente, hizo reverencia al público asistente, saludó a compañeros y
compañeras (así, tal cual, usando, en femenino y en masculino el término casi
obligatorio que representa la prueba irrefutable de su pertenencia a los
buenos, a quienes forman parte del "proceso de cambio" y lucha contra
el imperialismo), dio la bienvenida y se sentó nuevamente para que la
secretaria de actas pudiera dar la tarea por cumplida y pasar al siguiente
punto. Interesante mencionar cómo el saludo, en lugar de ser un gesto
espontáneo, se convirtió en una especie de fórmula protocolaria, más una
afirmación de identidad política que un verdadero acto de conexión con los
asistentes. La reverencia calculada, el uso meticuloso del lenguaje inclusivo,
todo parecía responder más a una necesidad de reafirmación que a un verdadero
intercambio.
Para el punto tres, ya las náuseas de un obsesivo compulsivo ante
semejante teatro burócrata-improductivo y un sol que subía la calda sobre
nuestra presencia cual si fuéramos ollas express se entremezclaban con el fluir
de frases sueltas, adheridos a un texto casi sin sentido, como si fueran la
enumeración de conclusiones derivadas de otra reunión análoga. Obviamente se
leyó el orden del día de aquella pretérita reunión y obviamente ese orden
excedía en extensión a las conclusiones enumeradas.
Llegado el informe de la presidenta, quien toda solemne y fingiendo cara
de emperatriz, se levantó al ritmo que levantaba la voz y las ideas empezaron a
mezclarse. Un complicado discurso aparentemente redactado por Mario Moreno
Cantinflas y los guionistas de Chespirito, juntó en una sola bolsa todos los
temas venideros del orden del día. De pronto, tras una mirada de rayo caído del
olimpo que escaneó la presencia de aquellos dos guijarros desentonados
(nosotros, los urbanos), pasó casi automáticamente a otro idioma: el quechua,
como recordándonos que no éramos ni bienvenidos ni merecedores de tan magna
información. Entre su quechua contaminado con algunas palabras en castellano,
logré deducir que tanto lo político, lo orgánico, lo ejecutivo, el atajado de
agua y la pantomima de reunión eran una sola cosa. Realmente el informe de la
presidenta se transformó en un espectáculo surrealista donde el contenido se
diluía en la teatralidad. La combinación de solemnidad imperial y discurso
desordenado hizo que el mensaje se vuelva un laberinto donde todo parece
decirse sin realmente decir nada.
Así, resulta que el "atajado de agua" qué figuraba en el punto
8 del orden del día, era justamente el POA asignado por el municipio (punto 6)
y que se estaban haciendo las gestiones orgánicas (punto 5) para que los
funcionarios sientan la presión política (punto 7); pero que no se tienen
resultados, porque los del municipio pertenecen al ala del partido que está en
el gobierno y la presidenta del sindicato pertenece al ala disruptiva del mismo
partido político. De tal manera que, todo lo "orgánico" terminó
diluido en quien es quien y cuanta influencia individual tiene, dentro de una
página de poder en un partido fragmentado (como si su mundo sólo fuera eso y no
existieras alternativas posibles además de su sigla política).
Toda aquella explicación le dio pie a la presidenta para incluir en su
informe que, ante la profunda crisis que atraviesa el país, se debe participar (en
calidad de autoconvocados espontáneos) de unas marchas con bloqueos de
carreteras y cercos a ciudades, con carácter indefinido, hasta que renuncie en
presidente (miembro de su propio partido político, pero en el ala opuesta),
para así emplazar a elecciones y que venga alguien a salvarnos de la hecatombe.
Realmente yo "no contaba con su astucia" como diría el Chapulín
Colorado. Estamos en medio proceso electoral, las elecciones generales ya están
en curso para llevarse a cabo en menos de tres meses, pero esta gente quiere
imponer "orgánicamente" la decisión de generar convulsión para que
renuncien las autoridades y se llame a elecciones. Para colmo, su imperativo
mandato aclaraba que deberíamos formar parte de las protestas como
autoconvocados, es decir a iniciativa propia, caso contrario seríamos posibles
a multas y sanciones.
A esa altura, el sol no era más que un arcano mayor apuñalándonos desde
el cenit con sus filosas lanzas o espadas, hirviendo nuestra sangre sin piedad
alguna y prestando mayor atención a la reunión que los asistentes mismos. Hasta
que por fin pasamos al noveno punto del orden del día: como salido de debajo de
las piedras, aparece un elegante galán que guiñaba el ojo a cada cholita que
había en su camino. Luciendo una brillante chamarra de cuero (más me inclino a
creer que era cuerina sintética), sudando su atavío a 28° de temperatura, se
ubicó al centro de la testera y con voz en cuello, dio las palabras de rigor
con toda la solemnidad imperante, hizo una venia y prosiguiendo con su ínclito
discurso repitió exactamente lo mismo que, segundos antes, dijo la presidenta. ¡El
cherry decorando la torta de aquella parafernalia! simplemente para mostrar su
presencia como autoridad jerárquica superior y refuerzo a su leal esbirra.
Ya en los confines de semejante suplicio, como confirmando que la
tortura que padecimos era para reducir nuestra voluntad a su mínima expresión,
pasamos al décimo punto: cobro de multas y sanciones. Curiosamente un tercio de
toda aquella recaudación fue lo pagado por los dos forasteros, sin chance a
rendición de cuentas y menos a explicación.
Y ante el menor indicio de reclamo tronó el abucheo de todos los
presentes y se oyeron aisladas algunas arengas en quechua qué cubrían
parcialmente a otras en español: básicamente acallaban la queja, insultaban,
manifestaban su victimización ante siglos de tortura perpetrados por gente que
no conocemos en contra de gente que ya no existe.
Finalmente concluye la reunión, se acerca una camioneta de la cual
descargan unos sacos pesadísimos y nos distribuyen a todos por igual unas
raciones de perdigones marrones. Se trata de una dotación periódica que se
reparte a los sindicatos agrarios con recursos del "fondo indígena".
Prebenda descarada que asegura la lealtad hacia un sistema de gobierno
perpetuado desde hace 20 años, con el argumento de descolonizarnos y librar a
nuestro país del imperialismo yanqui. Irónicamente, lo que nos repartieron era
abono importado de una empresa petroquímica estadounidense.
(SAMU 31 de mayo de 2025)
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