Propugnemos una
convivencia sinérgica, compartiendo nuestras riquezas, no la codicia. Es mejor
que cada animal permanezca en el sagrado rincón de su esencia, respetando los
límites de su naturaleza y compartiendo sus virtudes, en lugar de forzar líneas
expansivas teñidas de imperialismo, que desgarren la tela viva del mundo y, en
su violento juego, nos condenen a todos.
Oh, extenso bosque sin
final, donde la tierra es cuna de lo eterno, allí moran criaturas de estirpe
única, herederas de rincones sagrados (cada una portadora de virtud y ambición)
tejiendo silenciosas melodías de existencia.
El oso polar, soberano de
hielos y auroras, extiende su dominio hasta donde le alcanza la memoria, pronto
marchará hacia las tierras del fiero dragón, creyendo que su fuerza bastaría para
domar el incendio que le es ajeno. Mas el dragón, con su fuego ancestral, se
precipitará entre montañas y engullirá islas bajo la vigilancia aguda del águila,
quien, con alas de orgullo y guerra, trazará nuevamente sobre los cielos su ley
impuesta.
En esa danza de desmedida
osadía la manada de lobos, símbolo de unión ancestral, vibrará en la penumbra y
en el clamor de una unión que otrora ha sabido ser fidedigna; mientras el audaz
zorro, astuto y doble, se deslizará entre sombras y hierbas, fingiendo la calma
del dócil compañero para herir con la fiereza del depredador. Extraña amistad
esta del zorro que, luego de perpetrar averías impronunciables, se refugiará
bajo las alas del águila arpía, quien con complacencia lo empollará y acogerá
en su nido.
¡Oh, lamento de intrusos
en dominios prestados! Cada embestida, cada zarpazo y llamarada dejará
cicatrices imborrables en la tierra, alterando el pulso sagrado del bosque que
por siglos albergó la vida en armonía. La nieve se fundirá en brasas lejanas, las
montañas llorarán aullidos desolados, y las praderas se teñirán del rojo de la
sangre derramada en vano.
En la ruina, entre las
sombras de la destrucción, los protectores y conquistadores descubrirán (demasiado
tarde) que la ambición de sobrepasar barreras y someter lo ajeno es sentencia
fatal. Si el destino universal se marchita y muere, o si un solo depredador
asume el control sobre un ambiente desolado, las víctimas serán aquellas almas que,
desde la lejana butaca de la indiferencia, permitan el espectáculo de la
desdicha, mientras un ojo eléctrico, impasible guardián, selle un silencio de
libertades marchitas y obedientes dedos sigan pasando página con la conciencia
dopada.
¡Oh, bosque sagrado, eco
de lo eterno! Que esta oda cante la verdad inmutable: es mejor que cada animal
permanezca en el medio que le vio nacer, respetando la cuna, la esencia, que
forzar incursiones que a la larga destruirán todo, dejando tras de sí un
planeta moribundo y un silencio absoluto. ¡Que viva la armonía del orden
natural, donde cada ser fluya en su ritmo propio, y las fronteras invisibles
sean el canto de una existencia en equilibrio, redimiendo al mundo de la sed
insaciable de dominar lo ajeno y, en vano, destruir!
(SAMU 06 de
junio de 2025)
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