Estoy mejor que nunca. Como no hacerlo, si por fin me encuentro nuevamente; como no hacerlo si por fin dejo que me encuentren; como no hacerlo si ahora vuelvo a comprender que en la crueldad de la vida es donde se esconden los mejores tesoros de uno mismo; como no hacerlo si tengo la constancia de que hay algo al otro lado del sol; como no hacerlo si ahora tengo la oportunidad de coquetear con las tensiones del prójimo, que generan mi rebeldía; como no hacerlo si lo racional es placebo y lo irreal no deja de ser fútil.

lunes, 23 de junio de 2025

EL ECO DE LAS BARRICADAS

 

En aquella ciudad de bajadas profundas y esqueletos desprendidos de las laderas arcillosas, donde el asfalto se torna en lienzo y el estruendo de la opresión se mezcla con el murmullo de la esperanza, se avizora a una foránea que por vez primera arriba tan lejos de su tierra y sus ancestros. No está sola ni es un viaje de placer. Ella es parte de una comitiva que trae como equipaje el grito de protesta. Son atavíos de hartazgo, son lágrimas silenciadas, son derechos perdidos y esperanzas muchas veces ultrajadas. Son el hastío que llega en turbión desde todas las grietas abiertas a sangre, de un territorio herido de mezquindad, reventado por el abuso de poder, apisonado con crampones de autoritarismo y corrupción.

Ella es Wayra, quien avanza entre la multitud como un faro en la noche. Potosina de sangre y coraje, hija de mineros relocalizados, lleva en sus 28 años el peso y la dulzura de la tierra que la vio nacer. Aquella mañana, llegó a la sede de gobierno en compañía de su jauría, no como un ejército de sombras, sino como un torrente de luces y voces que reclaman el derecho a soñar.

Entre largos minutos suspendidos en el tiempo, donde el silencio es tan elocuente como el clamor, el ambiente se impregna de momentos que oscilan entre la introspección y la euforia contenida. En esos espacios de pausa, la reciprocidad se manifiesta como el suave murmullo de un río cristalino: cada gesto solidario es una gota que, al unirse a otras, forma la corriente incesante del apoyo mutuo. En esa comunión de manos y miradas es donde se redescubre que compartir un abrazo es tan vital como vibrar en un mismo ideal.

Para Wayra, la libertad tiene el sabor a cielo abierto, a vastos horizontes sin fronteras. No es solamente la ruptura de cadenas individuales, sino la apertura de caminos para que cada alma emerja sobre el yugo opresor. Es una trascendencia del alma humana, que surca desde la energía vital hasta el ideal más místico. Ella no puede concebir semejante egoísmo en este mundo, tanto así que, afiebrada, suele descargar su adrenalina propugnando con la voz al viento las bondades del ser libre.

Con cada paso, las aceras se transforman en alfombras de posibilidades, y cada esquina, en un altar donde se sacrifica el miedo para rendir homenaje a la dignidad. “Nadie es libre si el prójimo vive encadenado”, resonaba como un eco que se fundía con la pólvora, un verso eterno que desafiaba la gravedad del sistema. Pero lo que confería un brillo especial a aquella lucha era la coherencia intrínseca de Wayra, esa claridad de espíritu que la lleva a escuchar antes de hablar, a analizar cada latido del colectivo antes de emitir juicio.

En medio del fragor de las barricadas (donde las balas parecen pinceladas en una obra de protesta y los gritos se acompañan con arranques de poesía callejera), ella brilla como el cristal, ella es en sí la brújula que no se pierde en la tormenta. Su actuar, reflejo constante de una promesa firme: si alzas la voz por la justicia, cada palabra debe ser eco sincero de un compromiso real.

Bajo la lúgubre luz de las farolas y entre el humo de los graffitis, un grito se alza al unísono, como si las calles mismas quisieran cantar: "¡queremos libertad y solidaridad, exigimos democracia y transparencia!" Ese grito no es solo una protesta, sino una invocación (una metáfora viva del fuego que consume la injusticia) invitando a cada alma a ser parte de la revolución que no espera al Estado, sino que se construye en el corazón de quien se atreve a liberar al prójimo. Tras las nubes de gas y humo se alzan las barricadas como murallas vivientes, tapices de eternidad en los que se entrelazan la adrenalina, el llanto y la esperanza. En un instante, la calle se convierte en un campo de batalla y, al siguiente, en un salón de musas donde la lucha es compartida con mendrugos y tertulia. En esos momentos de cruda belleza, la triada: reciprocidad, libertad y coherencia se funde en un solo latido. La solidaridad se muestra en cada gesto espontáneo, en cada mano que se extiende sin titubear, en cada mirada que dice sin palabras: “Estoy contigo.”

Mientras los días se suceden en un ciclo de picos y valles, de embestidas de represión y de respiros de calma ensordecedora, Wayra sigue su camino, consciente de que cada paso es una semilla de cambio. En la penumbra de la rebelión, cada acto recíproco, cada grito de libertad y cada gesto coherente tejen una red que, como un manto, abriga a los que creen en un mañana compartido. El eco de esa lucha, vibrante e incesante, nos recuerda que la verdadera revolución no se da en soliloquio, sino en el abrazo colectivo, en la danza sincronizada de aquellos que, al liberar al otro, se liberan a sí mismos. Y así, en el palpitar de aquellas barricadas, donde la violencia se transmuta en poesía urbana, se inscribe en la historia el imperativo de una solidaridad que, sin depender del Estado, enciende la chispa de la transformación.

Después de un fraudulento proceso de muchos octubres adormecidos, ese clamor llegó a retumbar, con la fuerza de antaño, en las grietas del valle de ánimas, en los intersticios de la sede de un gobierno lleno de grietas, como la ciudad que lo acogió. Wayra trajo clamor, vio dolor y cargó lágrimas. Supo cosas horrendas que hicieron con las chicas del otro autobús. Aún así, mantuvo su fuerza y con ese coraje persistió hasta remover el lodo pestilente… al menos por una nueva temporada, mientras se asentaba a sus espaldas otro episodio del ciclo corruptor. Pero lo vivido por ella y la constatación de que la triada es más que un corto verano, le da aún hoy mucha razón para persistir, con puño en alto y voz en cuello, como mujer forjada en las minas que sabe donde está el mejor tesoro: en la solidaridad humana en pro de la libertad.

 


(SAMU 26 de junio de 2025)

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