Estoy mejor que nunca. Como no hacerlo, si por fin me encuentro nuevamente; como no hacerlo si por fin dejo que me encuentren; como no hacerlo si ahora vuelvo a comprender que en la crueldad de la vida es donde se esconden los mejores tesoros de uno mismo; como no hacerlo si tengo la constancia de que hay algo al otro lado del sol; como no hacerlo si ahora tengo la oportunidad de coquetear con las tensiones del prójimo, que generan mi rebeldía; como no hacerlo si lo racional es placebo y lo irreal no deja de ser fútil.

martes, 24 de junio de 2025

LA JOYA DE LA LIBERTAD

  

¡Despierta, alma encadenada!
Rompe las ataduras invisibles
que el egoísmo y la opresión han tejido,
porque nadie es libre en soledad,
sino en la unión que clama por reciprocidad.
 
Extiende tu mano sin preámbulos;
cada gesto, cada ayuda es un grito
contra el muro de la indiferencia.
No basta con palabras huecas,
la coherencia exige actos que respalden el ideal.
 
¿Acaso te callas mientras otros sufren?
Alza tu voz, impera el apoyo mutuo,
pues en el intercambio sincero de solidaridad
se forja el puente de nuestra coexistencia:
¡liberar al prójimo es liberarse uno mismo!
 
Que ardan las estructuras de poder,
esas leyes farsantes que compran libertad
con falsas promesas y contratos de silencio.
Nosotros, empáticos hijos de la rebeldía,
desafiamos el capitalismo con un arte
que es tanto furia como ternura.
 
Somos el torrente que no se detiene,
el río caudaloso de la libertad compartida;
sin el eco del otro, nuestro grito es solo un susurro,
pero unido, retumba en cada rincón del mundo.
 
¡Libera, y deja que te liberen!
En cada mano extendida, en cada palabra firme
se escribe la nueva historia:
una de solidaridad sin fronteras,
donde la reciprocidad y el apoyo son ley,
y la verdadera libertad florece
en el abrazo colectivo que transforma el destino.
 
¡Actúa ya! No esperes la utopía,
construyamos hoy las bases de un mañana
donde cada acto honesto derribe las murallas
y en la coherencia del amor mutuo,
nuestra libertad sea la joya que nos haga invencibles.

 


(SAMU 21 de junio de 2025)

lunes, 23 de junio de 2025

EL ECO DE LAS BARRICADAS

 

En aquella ciudad de bajadas profundas y esqueletos desprendidos de las laderas arcillosas, donde el asfalto se torna en lienzo y el estruendo de la opresión se mezcla con el murmullo de la esperanza, se avizora a una foránea que por vez primera arriba tan lejos de su tierra y sus ancestros. No está sola ni es un viaje de placer. Ella es parte de una comitiva que trae como equipaje el grito de protesta. Son atavíos de hartazgo, son lágrimas silenciadas, son derechos perdidos y esperanzas muchas veces ultrajadas. Son el hastío que llega en turbión desde todas las grietas abiertas a sangre, de un territorio herido de mezquindad, reventado por el abuso de poder, apisonado con crampones de autoritarismo y corrupción.

Ella es Wayra, quien avanza entre la multitud como un faro en la noche. Potosina de sangre y coraje, hija de mineros relocalizados, lleva en sus 28 años el peso y la dulzura de la tierra que la vio nacer. Aquella mañana, llegó a la sede de gobierno en compañía de su jauría, no como un ejército de sombras, sino como un torrente de luces y voces que reclaman el derecho a soñar.

Entre largos minutos suspendidos en el tiempo, donde el silencio es tan elocuente como el clamor, el ambiente se impregna de momentos que oscilan entre la introspección y la euforia contenida. En esos espacios de pausa, la reciprocidad se manifiesta como el suave murmullo de un río cristalino: cada gesto solidario es una gota que, al unirse a otras, forma la corriente incesante del apoyo mutuo. En esa comunión de manos y miradas es donde se redescubre que compartir un abrazo es tan vital como vibrar en un mismo ideal.

Para Wayra, la libertad tiene el sabor a cielo abierto, a vastos horizontes sin fronteras. No es solamente la ruptura de cadenas individuales, sino la apertura de caminos para que cada alma emerja sobre el yugo opresor. Es una trascendencia del alma humana, que surca desde la energía vital hasta el ideal más místico. Ella no puede concebir semejante egoísmo en este mundo, tanto así que, afiebrada, suele descargar su adrenalina propugnando con la voz al viento las bondades del ser libre.

Con cada paso, las aceras se transforman en alfombras de posibilidades, y cada esquina, en un altar donde se sacrifica el miedo para rendir homenaje a la dignidad. “Nadie es libre si el prójimo vive encadenado”, resonaba como un eco que se fundía con la pólvora, un verso eterno que desafiaba la gravedad del sistema. Pero lo que confería un brillo especial a aquella lucha era la coherencia intrínseca de Wayra, esa claridad de espíritu que la lleva a escuchar antes de hablar, a analizar cada latido del colectivo antes de emitir juicio.

En medio del fragor de las barricadas (donde las balas parecen pinceladas en una obra de protesta y los gritos se acompañan con arranques de poesía callejera), ella brilla como el cristal, ella es en sí la brújula que no se pierde en la tormenta. Su actuar, reflejo constante de una promesa firme: si alzas la voz por la justicia, cada palabra debe ser eco sincero de un compromiso real.

Bajo la lúgubre luz de las farolas y entre el humo de los graffitis, un grito se alza al unísono, como si las calles mismas quisieran cantar: "¡queremos libertad y solidaridad, exigimos democracia y transparencia!" Ese grito no es solo una protesta, sino una invocación (una metáfora viva del fuego que consume la injusticia) invitando a cada alma a ser parte de la revolución que no espera al Estado, sino que se construye en el corazón de quien se atreve a liberar al prójimo. Tras las nubes de gas y humo se alzan las barricadas como murallas vivientes, tapices de eternidad en los que se entrelazan la adrenalina, el llanto y la esperanza. En un instante, la calle se convierte en un campo de batalla y, al siguiente, en un salón de musas donde la lucha es compartida con mendrugos y tertulia. En esos momentos de cruda belleza, la triada: reciprocidad, libertad y coherencia se funde en un solo latido. La solidaridad se muestra en cada gesto espontáneo, en cada mano que se extiende sin titubear, en cada mirada que dice sin palabras: “Estoy contigo.”

Mientras los días se suceden en un ciclo de picos y valles, de embestidas de represión y de respiros de calma ensordecedora, Wayra sigue su camino, consciente de que cada paso es una semilla de cambio. En la penumbra de la rebelión, cada acto recíproco, cada grito de libertad y cada gesto coherente tejen una red que, como un manto, abriga a los que creen en un mañana compartido. El eco de esa lucha, vibrante e incesante, nos recuerda que la verdadera revolución no se da en soliloquio, sino en el abrazo colectivo, en la danza sincronizada de aquellos que, al liberar al otro, se liberan a sí mismos. Y así, en el palpitar de aquellas barricadas, donde la violencia se transmuta en poesía urbana, se inscribe en la historia el imperativo de una solidaridad que, sin depender del Estado, enciende la chispa de la transformación.

Después de un fraudulento proceso de muchos octubres adormecidos, ese clamor llegó a retumbar, con la fuerza de antaño, en las grietas del valle de ánimas, en los intersticios de la sede de un gobierno lleno de grietas, como la ciudad que lo acogió. Wayra trajo clamor, vio dolor y cargó lágrimas. Supo cosas horrendas que hicieron con las chicas del otro autobús. Aún así, mantuvo su fuerza y con ese coraje persistió hasta remover el lodo pestilente… al menos por una nueva temporada, mientras se asentaba a sus espaldas otro episodio del ciclo corruptor. Pero lo vivido por ella y la constatación de que la triada es más que un corto verano, le da aún hoy mucha razón para persistir, con puño en alto y voz en cuello, como mujer forjada en las minas que sabe donde está el mejor tesoro: en la solidaridad humana en pro de la libertad.

 


(SAMU 26 de junio de 2025)

jueves, 19 de junio de 2025

ENGULLIDO POR LA BOA

 

Nuevamente el país se desmorona bajo una crisis galopante: la moneda se devalúa cada amanecer, los pasillos del poder retumban con insultos y traiciones, y las carreteras (antes arterias vivas) se han transformado en trincheras de manifestantes. Neumáticos humeantes y cuerpos plantados en el asfalto exigen cambios que el diálogo no supo fraguar, dejando a la tierra cerrada y a los ciudadanos exiliados en sus propios caminos. A pesar de ello, la vida debe continuar y nuestro sustento pende de vincularnos con otras regiones.

Entre tribulaciones que ya se arrastran por lustros, me veo obligado a emprender un viaje, muy a pesar mío y muy a pesar de las circunstancias tan adversas. Noches antes cargo ánimos y hago una y otra vez mi equipaje para asegurarme que llevo lo necesario. Antes de partir, exhalo con profunda nostalgia y abordo un taxi que pronto sortea barricadas hasta la vieja terminal aérea. Afuera, los piquetes rinden homenaje al estancamiento, obligándome a buscar refugio en un aeropuerto que se alza como bastión de esperanza para quienes anhelan moverse.

La sala de embarque es un caos medido por relojes atrasados. La fila para el registro de pasajeros serpentea bajo luces mortecinas, con asientos rotos y el murmullo de quienes esperan, resignados. Un espresso cuesta más que el heroico taxi en el cual crucé las trincheras de adoquín apilado y los bocadillos poco decentes se venden a precios de lujo. Mi pulso se acelera: ansío el despegue, pero temo la impuntualidad legendaria de esta aerolínea monopólica que raudamente decae.

Al alcanzar el mostrador, dos agentes batallan con pantallas que crujen, mientras las filas se incrementan y los murmullos de descontento suben de tono. A falta de asientos disponibles, comparto suelo con viajeros que usan sus maletas como almohada; unos consultan libros ajados, otros teclean mensajes de despedida; muchos son una extensión de la pared a través de los cargadores de batería de sus aparatos portátiles. A cada murmullo que me llega, a cada retumbante voz de perifoneo ininteligible, a cada paso que se da a mi alrededor, percibo el retraso como un presagio que corroe mi aliento.

Una vez a bordo, la cabina se convierte en jungla comprimida: codos que afilan silencios, bultos del tamaño del pasillo y azafatas sobrecargadas de rostros impacientes que procuran moverse con cautela para no reventar las costuras de sus apretados uniformes. Una señora en pollera, sentada al lado mío, me ofrece una marraqueta con queso que quien sabe de dónde la saca. Son horas de espera y las tripas ya reclaman, así que dejo de lado mis melindros y acepto con boca enjugada aquel tibio pan crocante, reconociendo un asidero de hogar mientras ascendemos sobre tierras bloqueadas.

El rugido del motor se amolda a mis latidos, mientras todos los pasajeros expresamos indiferencia ante las instrucciones del personal de abordo. No termino de entender por qué se repite ese mensaje metódicamente si se sabe que no causa aforo; a veces pienso que sería mucho más eficiente tener a un comediante que transmita el importantísimo mensaje de manera más receptiva.

Siempre que viajo en avión disfruto mucho del despegue, de esa frenética carrera previa a decolar. Disfruto la adrenalina al ver los interlineados de la pista fundirse en una vertiginosa línea infinita, disfruto cómo la inercia me hunde en el asiento y disfruto perversamente al ver las caras de terror en algunos pasajeros novatos. Es un momento energético, pero además es la confirmación de que no hay vuelta atrás ni habrá más retrasos (aunque reconozco que más de una vez hicieron regresar a la terminal a algún avión abordado en mis viajes). Usualmente es el momento más emocionante de cualquier viaje, sin embargo, en éste tuve la dicha de cruzar por un cúmulo nuboso con mucha turbulencia. Me encantó sentir que la aeronave se sacudía como un bronco recién sacado del potrero anunciando la huida de recuerdos petrificados en criptas de memoria.

Después de un rato de silencio hojeando la revista de a bordo, nos informan que vamos a aterrizar. Terminado el descenso se abren las compuertas dando paso a la humedad que ataca como un viejo espectro. Imbuido en paciencia aguardo mi turno para abandonar el estómago de ese bicho de fierro. Salgo por una sonda ruidosa que nos regurgita a todos en la sala de equipajes. Al viajar únicamente con un bolso de mano, puedo salir de allí mostrando un rostro sádicamente contento que se clave en la llaga de quienes aún deben esperar que aparezcan sus calzoncillos.

Una vez fuera de la terminal subo al bus desvencijado que me conduce al centro, rodeado de paceñas en pollera y gorro de lana a más de 30° de temperatura y comprendo que volar se ha convertido en un acto de resistencia: democratizar el cielo mientras la tierra se atrinchera. Cada boleto comprado, cada marraqueta o cuñapé compartido y cada sombra liberada son escalones hacia un futuro donde, por fin, nuestros caminos puedan converger sin barricadas ni fronteras.

Apeándome en la plaza, camino hacia el Café Esperanto, santuario pueblerino de “alta alcurnia” donde vitrinas cubiertas de líquenes laten en violeta. Egos cavernosos retumban como tambores huecos. Me río internamente: esas voces estridentes contrastan con la serenidad de mi poética, mientras los meseros saludan muy protocolarmente a elegantes clientes que horas antes se les cruzaron en paños menores por los pasillos del hotel.

Esa noche una parrillada filosófica y al día siguiente, un taller que naufragó entre protocolos absurdos. Tan irracional correteo, tantas ansias agolpadas, tanto suplicio burocratizado, para retornar con manos vacías y memorias llenas que se alojaran entre el musgo de otras vitrinas.

 


(SAMU 18 de junio de 2025)

 

martes, 10 de junio de 2025

MARKETING, EL MIDAS MODERNO


Entre susurros digitales y la fría penumbra de datos dispersos se alza una voz seductora, promesa de riquezas invisibles. Sus palabras, suaves como miel envenenada, logran apagar ese latido sincero del alma. En el parpadeo fugaz de notificaciones y en la danza de imágenes efímeras se esconde una trampa sutil para el espíritu, un laberinto tejido con falsos deseos y espejismos, donde la verdad se disuelve entre incontables ofertas y descuentos.

Cada clic se transforma en un grito silente que resuena en la maraña de lo virtual; es un afán desesperado que borra la línea entre lo real y lo ilusorio, mientras lo auténtico se desangra en un pozo de sombras, reduciéndose a un eco insípido de una felicidad manufacturada. Entre esas palabras se ocultan falacias discursivas y hechizos retóricos, parte de un trance mercantil en el que se efectúa una transacción de orfismos, vendiendo el misterio a cambio de ilusiones que enturbiarían el más agudo discernimiento.

En un futuro sombrío, si persistimos en adorar las ilusorias promesas de este marketing que, con un toque letal, transforma lo intangible en oro, nuestras almas se endurecerán y se volverán tan pesadas como estatuas abandonadas en la lodosa profundidad de un pantano. Olvidaremos que la verdadera esencia del ser reside en fluir libremente, como el agua que se rehúsa a ser encadenada por falsos encantos. Y así, al disiparse el velo de seducciones doradas, se revela la cruda alquimia de nuestro tiempo: ese poder corrosivo, en esencia, es el moderno Midas, que roba la autenticidad y despoja la chispa vital que nos hace humanos.

 


(SAMU 10 de junio de 2025)

viernes, 6 de junio de 2025

DESORDEN HEGEMÓNICO MUNDIAL


Propugnemos una convivencia sinérgica, compartiendo nuestras riquezas, no la codicia. Es mejor que cada animal permanezca en el sagrado rincón de su esencia, respetando los límites de su naturaleza y compartiendo sus virtudes, en lugar de forzar líneas expansivas teñidas de imperialismo, que desgarren la tela viva del mundo y, en su violento juego, nos condenen a todos.

Oh, extenso bosque sin final, donde la tierra es cuna de lo eterno, allí moran criaturas de estirpe única, herederas de rincones sagrados (cada una portadora de virtud y ambición) tejiendo silenciosas melodías de existencia.

El oso polar, soberano de hielos y auroras, extiende su dominio hasta donde le alcanza la memoria, pronto marchará hacia las tierras del fiero dragón, creyendo que su fuerza bastaría para domar el incendio que le es ajeno. Mas el dragón, con su fuego ancestral, se precipitará entre montañas y engullirá islas bajo la vigilancia aguda del águila, quien, con alas de orgullo y guerra, trazará nuevamente sobre los cielos su ley impuesta.

En esa danza de desmedida osadía la manada de lobos, símbolo de unión ancestral, vibrará en la penumbra y en el clamor de una unión que otrora ha sabido ser fidedigna; mientras el audaz zorro, astuto y doble, se deslizará entre sombras y hierbas, fingiendo la calma del dócil compañero para herir con la fiereza del depredador. Extraña amistad esta del zorro que, luego de perpetrar averías impronunciables, se refugiará bajo las alas del águila arpía, quien con complacencia lo empollará y acogerá en su nido.

¡Oh, lamento de intrusos en dominios prestados! Cada embestida, cada zarpazo y llamarada dejará cicatrices imborrables en la tierra, alterando el pulso sagrado del bosque que por siglos albergó la vida en armonía. La nieve se fundirá en brasas lejanas, las montañas llorarán aullidos desolados, y las praderas se teñirán del rojo de la sangre derramada en vano.

En la ruina, entre las sombras de la destrucción, los protectores y conquistadores descubrirán (demasiado tarde) que la ambición de sobrepasar barreras y someter lo ajeno es sentencia fatal. Si el destino universal se marchita y muere, o si un solo depredador asume el control sobre un ambiente desolado, las víctimas serán aquellas almas que, desde la lejana butaca de la indiferencia, permitan el espectáculo de la desdicha, mientras un ojo eléctrico, impasible guardián, selle un silencio de libertades marchitas y obedientes dedos sigan pasando página con la conciencia dopada.

¡Oh, bosque sagrado, eco de lo eterno! Que esta oda cante la verdad inmutable: es mejor que cada animal permanezca en el medio que le vio nacer, respetando la cuna, la esencia, que forzar incursiones que a la larga destruirán todo, dejando tras de sí un planeta moribundo y un silencio absoluto. ¡Que viva la armonía del orden natural, donde cada ser fluya en su ritmo propio, y las fronteras invisibles sean el canto de una existencia en equilibrio, redimiendo al mundo de la sed insaciable de dominar lo ajeno y, en vano, destruir!

 


(SAMU 06 de junio de 2025)

jueves, 5 de junio de 2025

LA PURGA DEL ZOMBI


Desde hace mucho, se cuenta la leyenda de un hombre que, en su rebeldía por ser libre, comenzó a caminar descalzo por su propio destino. Antes fue nombre y voz, un ser lleno de aspiraciones; pero el peso de la rutina lo fue desterrando al abismo de la mediocridad hasta convertirlo en algo menos que humano, en un espectro sin pensamiento crítico, cuyo cerebro se fue consumiendo con cada día de conformismo.

Al principio, sus ojos brillaban con la chispa de la inquietud, pero las presiones del entorno (largas jornadas en oficinas grises, monotonía de calles de neón y el incesante bullicio de una gran metrópolis) le marchitaron esa mirada. Poco a poco, su piel comenzó a adoptar la palidez del desencanto, y sus movimientos, antes enérgicos, se vitrificaron en una marcha automática y apática. Su cuerpo, una vez templado por vivencias intensas, se fue transformando: las arrugas se adueñaron de su rostro, la espalda se encorvó, y sus pasos se volvieron lentos, pesados, atrapados en un perpetuo flujo de días sin sentido.

La ciudad a su alrededor era un monstruo de concreto, hiperurbanizado y caótico, donde cada habitante era parte de un rebaño inerte. Las avenidas se transformaban en ríos de gente que se empujaban sin detenerse, sin mirada, sin esperanza. Los edificios, altos y fríos, parecían engullir cualquier intento de individualidad. En ese laberinto, nuestro protagonista (ya convertido en un zombi de la modernidad) se movía como una sombra más de la multitud, un autómata dominado por la costumbre y el falso confort del que ya no recordaba su propia esencia.

Cada día, la rutina le arrancaba un poco más de aquello que lo hacía humano. El insaciable consumo de estímulos prefabricados, la publicidad ensordecedora, la música ambiental de ascensores y anuncios le robaban la capacidad de cuestionar, de sentir la intensidad de la vida real. Las horas se sucedían con la pesadez de la resignación, y él, prisionero de una costumbre colectiva, se iba convirtiendo en un adicto a lo consuetudinario, encadenado a grilletes invisibles que lo mantenían sumido en una anestesia emocional.

Pero, en lo más profundo de su desolación, en la penumbra de esa existencia apática, surgió un brillo inesperado: un recuerdo, casi olvidado, de tiempos en que la risa era auténtica y el sufrimiento un camino hacia el aprendizaje. Quizás en un atisbo de una tarde cualquiera, al cruzarse con el aroma de pan casero, o un destello de luz al atardecer que desafiaba la oscuridad implacable, se despertó la reminiscencia de que la vida individual tenía sabores, matices y sentidos. Esa breve chispa hizo eco en una parte de él que aún podía sentir, pero paradójicamente, esa conciencia le resultó tan dolorosa como liberadora. Ser consciente de la existencia de una felicidad genuina en el exterior lo hacía, a la vez, prisionero de su propio interior: el zombi se enfrentó a la amarga paradoja de descubrir que, para ser verdaderamente libre, primero debía romper las cadenas que lo ataban a la masa.

Sin embargo, ese despertar estaba contaminado por la peste de la mediocridad. La rutina había calado tan hondo que cualquier intento de reinvención se topaba con el falso confort de la inercia, y la rehabilitación se mostraba, a todos los ojos, como una quimera inalcanzable en medio del tumulto de una metrópolis que no dejaba espacio para la libertad real.

Solo un camino podía ofrecer salvación, una cura única contra el letargo colectivo: dejar de consumir cerebros ajenos, de vivir en la vida de los otros, de alimentarse de sueños foráneos. Era imperativo buscar, en lo más profundo de su ser infectado, aquella chispa de individualidad que una vez lo hizo pensar, sentir y cuestionar. La salvación residía en recuperar al hombre consciente de sí mismo, en reclamar el derecho a ejercer su pensamiento crítico en un mundo que se había rendido ante la uniformidad impuesta.

Con esa revelación, el peso de la existencia comenzó a transformarse: dejar atrás el automatismo, renunciar a la complacencia que lo mantenía encadenado a un destino prefijado por la masa. Llegó, finalmente, la hora de ser la oveja negra en aquella estampida de mediocridad, de rehusar el falso confort y abrazar la lucha interna por una libertad auténtica, aunque la sombra de la rutina aún intentara arrastrarlo de nuevo al pozo del averno.

 


(SAMU 5 de junio de 2025)

 

miércoles, 4 de junio de 2025

EL HIJO REBELDE DE CRONOS


Arys nació en la penumbra perpetua de un reino donde el tiempo se consumía a sí mismo, devorando el fluir de las horas como un fuego insaciable. En ese vasto imperio silente, donde los ecos de un antiguo poder se mezclaban con el tic-tac incesante de relojes invisibles, sentía en su pecho la inquietud de una criatura que aún no ha aprendido a someterse a la gravedad del destino.

Desde muy pequeño, el crujir de las manecillas y el murmullo de la cuenta regresiva se colaban en sus sueños. Aunque su mirada se llenaba del brillo inocente de la eterna infancia, en lo profundo de su alma se abría un abismo: el temor a crecer y, con ello, a ser absorbido por aquel devorador ineludible, cuyo rostro se desdibujaba en la bruma de lo inevitable, su propio padre.

Una noche, mientras el cielo se vestía de sombras y la luna derramaba su luz pálida sobre sendas olvidadas, Arys, el hijo de Cronos, tomó la decisión de huir de aquel destino prescrito. Se adentró, con pasos temblorosos y un corazón acelerado, en un bosque de enredaderas y espejismos donde el tiempo parecía derretirse en un eterno crepúsculo. Cada hoja, cada susurro del viento, llevaba consigo la promesa de un instante sin medidas, de un latido que escapaba a los dictados de un reloj cruel.

Durante su marcha, Arys descubrió antiguos vestigios de un saber olvidado. Un hombre errante (Kairos), cuya voz parecía provenir de un eco primordial, le habló en metáforas y silencios:  "El tiempo, amado ser de luz, es solo el reflejo de nuestros temores. No dejes que sus sombras te marquen; en la pureza de tus instantes reside la clave para no ser devorado. Vive como vuela la brisa, sin temor a la inmediatez ni a la espera, y hallarás en lo efímero la inmortalidad de tu espíritu."

Esos versos se grabaron profundamente en el hijo pródigo de Cronos, como un conjuro, un mantra, una luz tenue en medio del caos. Inspirado, caminó y atravesó ríos de plata, donde el agua parecía contar historias de un ayer que se fundía en el presente, y de un mañana que aún soñaba con renacer. En cada recodo, la ansiedad se tornaba un compañero silencioso, una melodía que vibraba en el fondo de su mirada, recordándole que la lucha contra el destino era, en sí misma, el arte de reinventar la existencia.

A medida que el viaje avanzaba y las reflexiones le resonaban ecos de lucidez, la firmeza del tiempo (estructura gélida y predefinida) se revelaba como un velo opresivo que ralentizaba la esencia de la vida. Los implacables engranajes del destino, ocultos tras la fachada de una rutina inamovible, se convertían en un susurro que amenazaba con borrar la persistencia de la individualidad. Pero Arys, con su espíritu forjado en la resistencia y bañado en el rocío de la noche, halló en la imperfección de cada instante la exaltación de la libertad. 

En un claro, donde la naturaleza parecía haber olvidado los designios del tiempo, Arys se detuvo y, mirando al infinito, comprendió la paradoja: la verdadera rebeldía no era negar el paso de las horas, sino transformar el temblor de la ansiedad en un latido que celebrase la vida en su forma más pura. Allí, en la quietud de la noche, renació en él un sentimiento ancestral: la certeza de que crecer no implicaba perder la esencia tergiversada de su niñez, sino integrar la inocencia con la sabiduría, como dos ríos que confluyen en un océano de nuevos comienzos.

Así, el hijo del devorador del tiempo emprendió un nuevo sendero, uno en el que cada segundo ya no era una cuenta regresiva, sino un verso de una interminable poesía. Su destino, antes marcado por la ruta opresiva de un eterno reloj, se fue transformando en una danza fluida entre la ansiedad y el consuelo, entre la angustia y la esperanza. Y mientras él se sumergía en ese viaje interior, la silueta del devorador se disolvía entre las sombras, dejando paso a una vida en la que lo efímero se convertía en la semilla de la eterna libertad.

 


(SAMU 03 de junio de 2025)

ASAMBLEA AGRARIOSINDICAL


Desperté abruptamente con un fuerte golpe en la puerta de mi dormitorio. Acompañaba aquel golpe, un tono de voz al principio ininteligible. Se trataba de esas frases infinitas que nunca logro definir dónde empiezan y dónde acaban, porque la emisora acostumbra a pensar en voz alta y a hablar a la gente presumiendo que se le está prestando atención: atención a lo que dice y atención a lo que piensa, valga aclarar. En fin, esas frases que empiezan sonando a estática hasta que despiertas y buscas la sintonía adecuada. El mensaje, presumo que era una convocatoria a levantarse. Sonaba a mal sueño o abstracción fuera de lugar, pues aún no había clareado el alba. 

Me incorporé para entender qué es lo que estaba sucediendo y procuré seguir esa voz mientras aún intentaba sintonizarla. Así llegué hasta la cocina y la vi a ella, en medio de su monólogo, preparando el desayuno y diciendo que debíamos salir a algún lado por no sé qué motivo. 

Así que asumí la premura, me dirigí al baño, me despabilé lavándome la cara con agua fría y recién sentí que mis neuronas empezaban a asentarse en el cerebro, luego de pasearse toda la noche en otros mundos, en las lejanías de lo onírico. 

Una vez listo, aseado, vestido, bien despertado y con todo el ser en mis cabales, acompañé mi desayuno informándome de mejor manera, así, con un diálogo retórico, logré precisar justo cuando empezaba a clarear, que fuimos convocados a una reunión ordinaria del sindicato campesino, de la zona donde mi padre tiene una cabaña con una pequeña huerta de frutales. 

Luego del desayuno, emprendimos el viaje. El sol cada vez más brillante, el tráfico cada vez más pesado, las calles periurbanas cada vez más agitadas y en cada pueblo se notaba mayor vitalidad en la medida que recorríamos la carretera y el astro viajaba rumbo al cenit. 

Luego de un poco más de una hora de viaje, llegamos a nuestro destino. Era un terraplén, un recoveco entre las faldas escarpadas del cerro y una quebrada, techado con tinglado de calamina, una mesa larga con las cuatro sillas de la directiva, ladrillos de seis agujeros o piedras planas alrededor, dispuestas casi caóticamente, para que cada uno escogiera su aposento en torno a aquella testera apoteósica, con tronos de plástico brasilero, que marca los privilegios de la élite dirigencial. 

En fin, sentada a sus anchas en una de las clásicas sillas playeras, con un sombrero de ala ancha, se encontraba la presidente del sindicato quien, en cuanto nos vio llegar, puso cara de pocos amigos, nos hizo una expresión como si fuéramos extraterrestres intrusos y bajó la cabeza para disimular que redactaba documentos de suma importancia burocrática. Movimientos tan torpes, que se hicieron sumamente evidentes. Lo único que pasaba por esa mente mezquina era acomodar su jeta en el ángulo preciso para que el ala de su sombrero ocultara su rostro y sus expresiones maliciosas. Con esa intención para evitarnos el saludo, evitar contacto con aquellos seres poco bienvenidos por pertenecer a otra cultura, a otra raza y a otras condiciones de vida. Discriminación absoluta hacia lo citadino, el desarrollo intelectual, el extraño descendiente de élites que en el pasado explotaron a su gente. En ese momento me sentí como un patitoo feo, tan diferente al resto, sin embargo, el convertirme en cisne no sería un halago a la elegancia, sino otro motivo más para quedar segregado. 

Entretanto, nosotros procuramos integrarnos de la manera más natural posible. Saludamos a la gente que ya estaba sentada en sus respectivas piedras planas o ladrillos de seis agujeros, según cada preferencia. 

Al describir el terraplén y el tinglado, omití mencionar que, estacionado como dueño de casa, se encontraba un tractocamión de 80 mil dólares, refugiado bajo las calaminas azules (tono favorito e identitario del partido de gobierno), ocupando al menos el 30 por ciento de aquel improvisado auditorio (mal llamado sede sindical) y probablemente pagando un arriendo de estacionamiento que nadie más que la detentadora vería. 

En fin, saludamos a la gente y buscamos cómo acomodarnos, lo más integrados posible, a sabiendas de que éramos frijoles de otro costal. Poco a poco el lugar se fue llenando. Ya eran más de 30 minutos pasada la hora de convocatoria y aún se podían contar los presentes a simple paneo, sin embargo, con absoluta solemnidad, la secretaria de actas inició el control de asistencia respetando las formas más protocolarias heredadas de la colonia que, a su vez, heredaron del imperio romano y quizás de las polis griegas. 

Obviamente muy pocos respondían al llamado de lista, porque era mínima la presencia aún. Sin embargo, la secretaria de actas se seguía desgañitando, solfeando con voz en cuello como si pretendiera hacerse oír en los pueblos vecinos, coreaba nombres de una lista interminable de gente ausente. A medida que avanzaba, se interrumpía con exponencial frecuencia, porque los rezagados se hacían notar presentes y ella los buscaba y tiqueaba el recuadro respectivo si ya hubo mencionado aquel nombre en particular. Vago precisar cuánto tiempo insulso demoró esa ineficiente diana.

Luego de insulsa pérdida de tiempo y sentido, por fin se dio inicio a la reunión. Los gestos hablaban más que las palabras. El quechua, un idioma ajeno para algunos, se deslizaba por los labios de los líderes mientras el lenguaje corporal sellaba el mensaje no dicho: “nosotros”, los “otros”.

La secretaria dio lectura al orden del día y en seguida al acta de la reunión pasada. Hoy se resalta como tareas imprescindibles en su estructural formato: punto 1. Control de asistencia; punto 2. Saludos a la concurrencia; punto 3. Lectura del acta de la reunión pasada; punto 4. Informe de la presidenta; punto 5. Temas orgánicos; punto 6. Ejecución del presupuesto operativo anual asignado al municipio; punto 7. Temas políticos; punto 8. Proyecto de "atajado de agua"; punto 9. Palabras del representante de la subcentral: lo orgánico, lo político, lo municipal y los proyectos en curso; punto 10. Cobro de multas y sanciones por inasistencias; punto 11. Cobro de la cuota por presencia en la reunión ordinaria; punto 12. Varios y pendientes.

El saludo fue más breve que el propio orden del día. Básicamente se paró la presidente, hizo reverencia al público asistente, saludó a compañeros y compañeras (así, tal cual, usando, en femenino y en masculino el término casi obligatorio que representa la prueba irrefutable de su pertenencia a los buenos, a quienes forman parte del "proceso de cambio" y lucha contra el imperialismo), dio la bienvenida y se sentó nuevamente para que la secretaria de actas pudiera dar la tarea por cumplida y pasar al siguiente punto. Interesante mencionar cómo el saludo, en lugar de ser un gesto espontáneo, se convirtió en una especie de fórmula protocolaria, más una afirmación de identidad política que un verdadero acto de conexión con los asistentes. La reverencia calculada, el uso meticuloso del lenguaje inclusivo, todo parecía responder más a una necesidad de reafirmación que a un verdadero intercambio.

Para el punto tres, ya las náuseas de un obsesivo compulsivo ante semejante teatro burócrata-improductivo y un sol que subía la calda sobre nuestra presencia cual si fuéramos ollas express se entremezclaban con el fluir de frases sueltas, adheridos a un texto casi sin sentido, como si fueran la enumeración de conclusiones derivadas de otra reunión análoga. Obviamente se leyó el orden del día de aquella pretérita reunión y obviamente ese orden excedía en extensión a las conclusiones enumeradas.

Llegado el informe de la presidenta, quien toda solemne y fingiendo cara de emperatriz, se levantó al ritmo que levantaba la voz y las ideas empezaron a mezclarse. Un complicado discurso aparentemente redactado por Mario Moreno Cantinflas y los guionistas de Chespirito, juntó en una sola bolsa todos los temas venideros del orden del día. De pronto, tras una mirada de rayo caído del olimpo que escaneó la presencia de aquellos dos guijarros desentonados (nosotros, los urbanos), pasó casi automáticamente a otro idioma: el quechua, como recordándonos que no éramos ni bienvenidos ni merecedores de tan magna información. Entre su quechua contaminado con algunas palabras en castellano, logré deducir que tanto lo político, lo orgánico, lo ejecutivo, el atajado de agua y la pantomima de reunión eran una sola cosa. Realmente el informe de la presidenta se transformó en un espectáculo surrealista donde el contenido se diluía en la teatralidad. La combinación de solemnidad imperial y discurso desordenado hizo que el mensaje se vuelva un laberinto donde todo parece decirse sin realmente decir nada.

Así, resulta que el "atajado de agua" qué figuraba en el punto 8 del orden del día, era justamente el POA asignado por el municipio (punto 6) y que se estaban haciendo las gestiones orgánicas (punto 5) para que los funcionarios sientan la presión política (punto 7); pero que no se tienen resultados, porque los del municipio pertenecen al ala del partido que está en el gobierno y la presidenta del sindicato pertenece al ala disruptiva del mismo partido político. De tal manera que, todo lo "orgánico" terminó diluido en quien es quien y cuanta influencia individual tiene, dentro de una página de poder en un partido fragmentado (como si su mundo sólo fuera eso y no existieras alternativas posibles además de su sigla política).

Toda aquella explicación le dio pie a la presidenta para incluir en su informe que, ante la profunda crisis que atraviesa el país, se debe participar (en calidad de autoconvocados espontáneos) de unas marchas con bloqueos de carreteras y cercos a ciudades, con carácter indefinido, hasta que renuncie en presidente (miembro de su propio partido político, pero en el ala opuesta), para así emplazar a elecciones y que venga alguien a salvarnos de la hecatombe. Realmente yo "no contaba con su astucia" como diría el Chapulín Colorado. Estamos en medio proceso electoral, las elecciones generales ya están en curso para llevarse a cabo en menos de tres meses, pero esta gente quiere imponer "orgánicamente" la decisión de generar convulsión para que renuncien las autoridades y se llame a elecciones. Para colmo, su imperativo mandato aclaraba que deberíamos formar parte de las protestas como autoconvocados, es decir a iniciativa propia, caso contrario seríamos posibles a multas y sanciones.

A esa altura, el sol no era más que un arcano mayor apuñalándonos desde el cenit con sus filosas lanzas o espadas, hirviendo nuestra sangre sin piedad alguna y prestando mayor atención a la reunión que los asistentes mismos. Hasta que por fin pasamos al noveno punto del orden del día: como salido de debajo de las piedras, aparece un elegante galán que guiñaba el ojo a cada cholita que había en su camino. Luciendo una brillante chamarra de cuero (más me inclino a creer que era cuerina sintética), sudando su atavío a 28° de temperatura, se ubicó al centro de la testera y con voz en cuello, dio las palabras de rigor con toda la solemnidad imperante, hizo una venia y prosiguiendo con su ínclito discurso repitió exactamente lo mismo que, segundos antes, dijo la presidenta. ¡El cherry decorando la torta de aquella parafernalia! simplemente para mostrar su presencia como autoridad jerárquica superior y refuerzo a su leal esbirra.

Ya en los confines de semejante suplicio, como confirmando que la tortura que padecimos era para reducir nuestra voluntad a su mínima expresión, pasamos al décimo punto: cobro de multas y sanciones. Curiosamente un tercio de toda aquella recaudación fue lo pagado por los dos forasteros, sin chance a rendición de cuentas y menos a explicación.  Y ante el menor indicio de reclamo tronó el abucheo de todos los presentes y se oyeron aisladas algunas arengas en quechua qué cubrían parcialmente a otras en español: básicamente acallaban la queja, insultaban, manifestaban su victimización ante siglos de tortura perpetrados por gente que no conocemos en contra de gente que ya no existe.

Finalmente concluye la reunión, se acerca una camioneta de la cual descargan unos sacos pesadísimos y nos distribuyen a todos por igual unas raciones de perdigones marrones. Se trata de una dotación periódica que se reparte a los sindicatos agrarios con recursos del "fondo indígena". Prebenda descarada que asegura la lealtad hacia un sistema de gobierno perpetuado desde hace 20 años, con el argumento de descolonizarnos y librar a nuestro país del imperialismo yanqui. Irónicamente, lo que nos repartieron era abono importado de una empresa petroquímica estadounidense.

 


(SAMU 31 de mayo de 2025)

lunes, 2 de junio de 2025

ANSIEDAD PROGRAMADA

Despierto con una prisa repentina y carente de motivo aparente. Un torbellino se agita en mi estómago, y siento cómo unas mariposas invisibles baten sus alas, creando una vorágine que casi me arranca de la cama. Poso mi pie descalzo en el suelo helado, y al contacto, un escalofrío recorre mi cuerpo. A pesar de la rigidez del frío, pongo el otro pie, y mi cuerpo, tieso y seco, recuerda el estado de mis labios, que se han quedado resecos como si el agua se hubiera olvidado de mí. Mi lengua los surco en un intento vano de humedecerlos, sin lograr disipar esa sequedad emocional que acompaña mi despertar.

Inmediatamente, un profundo suspiro se escapa de mis labios, reiniciando el ciclo de mi ansiedad. Ese suspiro parece marcar el compás de una coreografía interna: cada inhalación se transforma en un recordatorio de la precariedad del ahora. Mis labios, aún más secos, parecen implorar alivio, mientras mi estómago se llena nuevamente de mariposas, literalmente una danza caótica de expectativas que se materializa en físicas vibraciones.

El corazón se apresura en una taquicardia incesante, adelantándose a eventos que aún no han ocurrido, y, al mismo tiempo, el sudor frío recorre mi nuca, como si una presencia ancestral de peligro se hubiese posado sobre mí. Mi mirada se torna inquieta, vagando sin descanso en busca de certezas que se escapan en la penumbra, mientras temblores recorren mis extremidades, y una opresión en el pecho me impide tragar sin esfuerzo. Cada uno de estos síntomas grita, sin palabras, que algo no encaja: que el presente, tan limitado y efímero, se muestra insuficiente para una mente que ya vive en el futuro.

Cada sensación (el suspiro, los labios secos, las mariposas en el estómago, las taquicardias, el sudor frío en la nuca, la mirada inquieta, los temblores, la opresión en el pecho y la dificultad para tragar) se funde en una sinfonía desintegrante. Es una danza visceral entre lo físico y lo emocional, donde mi cuerpo retumba al unísono con la ansiedad, creando un eco que resuena en cada fibra de mi ser.

Pero entonces, en medio de este torbellino interno, el tiempo se impone como la sombra ineludible que todo lo abarca. Nos han enseñado a medir cada segundo, a encasillar nuestras vidas en el implacable tic-tac de relojes que dictan nuestros compromisos y relaciones, limitando la verdadera libertad. El tiempo, en su relatividad y riqueza, se vuelve una prisión en la que, al intentar controlarlo, terminamos siendo controlados nosotros.

Y en esa contienda silenciosa, descubro la verdadera metáfora: el tic-tac de un reloj resuena en mi cabeza, marcando no solo segundos, sino las ansias incesantes por enchufarme a la dopamina digital. Cada scroll, cada historia ajena en TikTok, cada vida forastera que nos atropella la vida propia, se convierte en un intento desesperado de llenar el vacío, mientras nuestra propia vida se hiere en el proceso, siendo relegada a un segundo plano.

Entonces, aparece, en medio de la vorágine, un reel postpandemia: la pantalla, con su fría luz azul, se inunda de una leyenda que clama: "bienvenidos al sol". Y en ese instante, recuerdo que allá afuera hay algo mucho más cálido y nutritivo que aquellas historias efímeras y tan ajenas, tan alienantes. Afuera, el sol irradia la promesa de una vida sin los grilletes del tiempo digital, donde cada instante se vive en libertad, sin la necesidad de estar perpetuamente midiendo y controlando, acompañado de dulces brisas que se integran al alma, sedando a aquellos insanos suspiros persistentes.

Porque, al final, el tiempo (rico, relativo y escurridizo) nos obliga a controlarlo para, en realidad, controlarnos a nosotros mismos. La verdadera liberación no reside en encerrar cada segundo en un tictac implacable, sino en aprender a vivir el ahora, dejando que el sol de la existencia nos alumbre, lejos de la fría prisión de las pantallas y lejos de la mala copia de vidas ajenas.

 


(SAMU 2 de junio de 2025)