Todo vacío tiene un fin. Un duro recibimiento donde te esperan némesis y paradigmas. Una cruel superficie que aguarda la estampa de tu alter ego. Que te desencaja y despierta abruptamente tus gozosos sueños. Este vacío decidiste llenarlo con tu propia danza de cortejo fallido.
Fluye candente la sangre, cargada de adrenalina, cargada de claustro. Las piernas baten temblorosas la necesidad de correr. La mente palpita a borbotones el verdor de pastizales añorados. Lejanas montañas nos ven en soledad, extrañando libidinosas el perenne contacto de antaño, mas gozando la cicatrización que este tiempo les otorga. Cielo azul y candoroso sol aguardan la ruptura de nuestro exilio y las aves disfrutan su venganza, justa crueldad por la parca cedida y viajera del viento.
Siempre hay un elipse que concluye donde se acaba el ritmo. Ahí estas, nuevamente. Luciendo tu encierro, enjaulada y hacendosa, fingiendo quehaceres para exacerbar tu figura a trasluz. Absolutamente segura de ti misma y segura de que no se quitaran las miradas que llevas encima. Brincas al vacío y estiras tus alas. Flotas, vuelas, vas de picado y corres…, pero aun así te coge el olor a muerte. No hay escape. Su acecho es eficaz, cruel, insistente, fagocitante.
Gozosa de un encierro, una distancia obligada, te muestras provocativa a la vez que invulnerable. Gozosa, sabiendo que cuando esto termine dejaremos de vernos. Sabiendo que la perversión quedará desmotivada. Previendo aquel momento en que dejemos de disfrutarnos mutuamente, si es que ambos logramos sobrevivir hasta entonces.
3/4/2020
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Tus comentarios me retroalimentan