De los seres mitológicos, el más enigmático. Ser oscuro y escurridizo que refugia su timidez entre cavernas recónditas.
Aparenta un corazón frío para resguardarse de tanto daño sufrido, pero está lleno de pasión y fuego. Aquel fuego que le otorga la fuerza, así como el calor de la ternura. Aquel fuego que se enciende como pira para calentar la hoguera y alimentar el romance. Aquel fuego que alumbra la lucha rebelde, que destruye lo mal concebido para otorgar una nueva oportunidad reivindicativa a la creación. Aquel fuego que enciende sus profundos ojos hipnóticos; ojos tan absorbentes que en ellos se refleja la esencia; ojos ámbar, traslúcidos como la miel cuyo oscuro contraste nos recuerda un trisquel, para que sepamos que nos advienen tres destinos. Símbolo mítico cuyos espirales amalgaman al pasado con el futuro a través del vertiginoso ahora. Símbolo que fusiona nuestras almas con el cosmos, haciendo síntesis ética de lo real y lo ideal.
El dragón es una fiera indómita, que puede hacernos volar más allá de lo imaginable y luego acurrucarnos como a su tesoro más preciado. Puede regalarnos su fuerza si sabemos comprenderlo y otorgarnos el valor para huir de un destino errante. Si le temes, se alimentará de tu terror, mas si lo respetas, te abrirá su alma al paciente ritmo de la vida serena.
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