Como si la vida,
el tiempo en realidad,
me hubieran chupado
mientras el mundo entero
quedaba helado y estático.
Fui absorbido y depositado en un lecho,
para luego quedar envuelto,
sumergido,
enterrado,
capa tras capa,
de hojuelas traídas con danza en el viento.
Escamas reposando
suavemente encima de mí,
con tanta sutileza
que su peso acumulado
aparentaba ser un abrigo.
Pasmado, aquietado,
entre entumecido y aplastado,
siento de pronto
un pánico electrizante por respirar
y tú, cual Beatriz de Dante,
surges con un brillo gravitacionante,
soplando con tibias brisas
las escamas que toman vuelo
entre tus susurros,
mientras los ecos de vitalidad
me invitan a sentir de nuevo
la calidez de mi húmeda sangre.
El brillo inteligente de tu mirada
pasa a ser mi antorcha
y la claridad asoma
por la transparencia de las hojuelas
que se desvanecen en esperanza.
Fiereza y ternura, que
en su natural lucha de contrastes
fertilizan rebeldías temerarias
a su vez tentadoras,
coloreando todas las gamas sensitivas
que sólo pueden experimentar
quienes se aproximan a tocar la utopía.
Ilusión por la meta,
a la vez que nostalgia
por concluir un camino,
cuyo impacto introspectivo
nos contiene aferrados.
Eres puro fuego:
hipnotizante, candente, voraz, revitalizante.
Esencia pura,
con la dignidad de los elementos.
Así logras separar las escamas,
como lo hace el fuego,
que separa las cenizas en copos
que deambulan entre el humo,
brillando sus últimas chispas
hasta perderse en la oscura noche.
14/07/2022
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