Ella era agua.
No aquella que gotea mansa
y humedece los bordes de una fuente,
sino la que disuelve fronteras
con su oleaje de sal y misterio.
Expandidas
en abismos marinos, concentradas en el corazón líquido de Yemayá y Tiamat,
bendición de los peces antiguos y sus cantos sin idioma. Puente hacia lo
intuitivo que Apas extiende entre lo terrenal y lo onírico, latiendo como pulso
en cada lágrima, el agua goza de su alquimia silente. Poderes conferidos por
lunas y poetas: rocío, marea, lluvia, manantial y tempestad: fluidez, frescura,
intuición, memoria y renacimiento. Metáforas envolventes y energías
penetrantes. Es transformación hecha caudal, emoción convertida en ciclo y
símbolo. Fenómeno sensorial que acaricia y arrastra: oleaje, humedad, reflejo,
corriente perpetua, aroma de algas, sal viscosa, bruma que cubre y rocío que
sana; energía vital, pulso del corazón; energía creativa, erótica, espiritual;
energía en duelo, marea que arrastra y abono que fertiliza; energía ritual,
baño lunar y perfume de copal; energía emocional, fluido conector. Cuántica: no
se mide en horas, sino en ondas y partículas.
Traía dentro corrientes milenarias,
un linaje de aguas subterráneas
que nunca aprendieron a estancarse
y recorrían orillas sin descanso.
Elemento
sutil y a la vez abismal. Ciclo creador y transformador que se repite en cada
vínculo: del abrazo tibio al oleaje salvaje, del silencio que inunda al eco que
sana. Frente al agua descubres que no hay barreras entre tu piel y su humedad:
espejo que revela lo velado, profundidad que acoge sin juzgar; contenedor del
sentir y precio de entrega sin defensa; fluidez que transforma sin romper;
presencia serena o corriente impetuosa que limpia. Catarsis líquida,
emergencia, inmersión, disolución y descanso. Incluso memoria que viaja en
lágrimas, océanos, lloviznas, fuentes, rituales.
A veces fluía como refugio,
a veces azotaba como tormenta.
A veces simplemente se desbordaba
cuando más se necesitaba.
En cada
palabra, en cada verso, en cada ritual, ella vuelve a brotar. Se manifiesta
como deseo, desbordamiento, intuición mística, metamorfosis líquida, eternidad.
El agua puede ser encuentro, amparo; pero también distancia, fluido que se
escapa de las manos hasta colmar por dentro. Es emocional, espiritual, ética,
estética, mítica y envolvente. Transforma, ahoga, sostiene, purifica, disuelve,
abre cauces y diluye promesas. El agua infunde nostalgia, reverencia, gratitud
y contemplación. Llena embalses como llena corazones. Mientras, dibuja el
paisaje erosionando cañadas.
Y era entonces, en la quietud nocturna,
cuando su regreso mojaba
más que la sequía de su ausencia.
Definitivamente
sus virtudes merecen santuario. Queda así planteada la ofrenda ante el altar
acuático: permanece allí, deja que sus corrientes delineen tus formas con
transparencia de reflejo, inhala su frescura y deja que te transforme sin
desbordarte. Allí mismo, en la frontera entre tú y la marea, encuentra tu agua
más profunda, aquella que diluye tu ego, aquella que fluye para sanar, para
crear, para crecer y para amar.
Yo fui tierra, quise contener el agua.
Fui río, quise seguirla.
Fui piedra, quise grabarla.
Ahora soy esencia. La ola que se aproxima
deberá aprender a danzar con la calma.
(SAMU 18 de agosto de 2025)
👏👏👏
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