Estoy mejor que nunca. Como no hacerlo, si por fin me encuentro nuevamente; como no hacerlo si por fin dejo que me encuentren; como no hacerlo si ahora vuelvo a comprender que en la crueldad de la vida es donde se esconden los mejores tesoros de uno mismo; como no hacerlo si tengo la constancia de que hay algo al otro lado del sol; como no hacerlo si ahora tengo la oportunidad de coquetear con las tensiones del prójimo, que generan mi rebeldía; como no hacerlo si lo racional es placebo y lo irreal no deja de ser fútil.

miércoles, 14 de mayo de 2025

SIRENA

 

El mar rugía con el eco de antiguos halos oníricos, y en el crepúsculo de la costa emergía una presencia de voz etérea y mirada melancólica. Su voz inundaba la brisa nocturna con un encanto capaz de salvar almas perdidas; era una melodía de promesas, un arrullo que hipnotizaba y seducía. Del abismo surgían destellos de escamas gélidas y una cola ondulante que delineaba un reino sumergido, inalcanzable para un humano, como si la naturaleza se empeñara en guardar un misterio prohibido.

Entre olas y sombras, inerte se esconde el hielo,
donde el oro del abismo se forja en leyenda;
una ambición fría en un cofre de Neptuno,
convive con el alma que en la paz se enmienda.

Entre destellos de su arrullo, tras esa risa enigmática se ocultaba un secreto de ambivalencia: sus ojos oscilaban entre la ternura y la indiferencia, como si se rieran no solo de mí, sino del destino mismo. Yo, cautivado por esa ironía vital, seguí su rastro errático por la orilla, persiguiendo la estela de una criatura de mirada astuta. En ella se enmascaraba la ambición por tesoros: un deseo por el poder y el oro, donde cada centavo rescatado era moneda de un destino calculado; mientras que mi ambición se nutría de la humanidad, de la paz, del amor, la solidaridad y la libertad, usando el oro solo para paliar necesidades y compartir generosamente.

El brillo del metal aprieta corazones inertes,
mas el alma en su anhelo forja puentes de luz;
unos usan al prójimo por meros entes,
otros, con amor, transforman el dolor en virtud.

Con el murmullo del oceáno como testigo, avanzaba entre la espuma. Cada vez que me aproximaba, sus contornos se desvanecían entre las olas, dejando tras de sí un frustrante eco etéreo, inalcanzable, fútil. Atrapado entre el deseo y la certeza de su inalcanzable evanescencia, comprendí que el embrujo de aquella figura era tan bello como destructivo. Cada encuentro era una paradoja: en un instante mi ser vibraba con la intensidad de su energía y, al siguiente, el hechizo se congelaba en una resignación silenciosa, recordándome que observar su verdad implicaba perderme en su ambigüedad, en esa dualidad que hiere y seduce a la par.

En la espuma del mar, dos destinos se entrelazan,
uno de cálido querer, otro de frialdad letal;
en cada ola cambiante las esperanzas abrazan
la certeza amarga de un camino sin final.

Finalmente, en la penumbra del ocaso, me quedé con la amarga certeza de que ningún camino queda iluminado para siempre. La huella de su presencia se desvanecía con la espuma, dejando tras de sí la infinita interrogante de lo inalcanzable. En ese horizonte sin fin, la divergencia de nuestros anhelos se fundía en el murmullo eterno del mar: ella, atada al brillo frío de los tesoros; yo, alimentado por la promesa de un amor forjado en valores humanos. Así, quedé solo en la orilla, con la convicción de que la verdadera riqueza reside en el viaje, y el misterio de su reino permanecerá, como siempre, un enigma abierto a la interpretación del tiempo.

Y en el eco salado de un adiós sin final,
dos almas se separan en un crepúsculo ambivalente;
la leyenda del mar guarda aún su secreto inmortal,
dejando al destino escribir su verso indeleble y silente.

El océano siguió cantando y yo, a la orilla, entre el murmullo de las olas, aguardaba quizá el amanecer de un nuevo destino, o tal vez solo la certeza de haber amado lo inalcanzable.

(SAMU 23/04/2025)


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