Estoy mejor que nunca. Como no hacerlo, si por fin me encuentro nuevamente; como no hacerlo si por fin dejo que me encuentren; como no hacerlo si ahora vuelvo a comprender que en la crueldad de la vida es donde se esconden los mejores tesoros de uno mismo; como no hacerlo si tengo la constancia de que hay algo al otro lado del sol; como no hacerlo si ahora tengo la oportunidad de coquetear con las tensiones del prójimo, que generan mi rebeldía; como no hacerlo si lo racional es placebo y lo irreal no deja de ser fútil.

jueves, 29 de mayo de 2025

STAND UP DEL MIEDO


Buenas noches, amigos. Hoy quiero hablarles de mi compañero inseparable: el miedo.

¿Se han dado cuenta de cómo intentamos esconder el temor? Yo lo meto bajo la alfombra, justo donde se esconden esos calcetines que se pierden en la lavadora de la vida. Pero, claro, ese miedo no es tímido: se pasea con aire de grandeza, como si fuera el único que sabe qué tanto protagonismo merece.

Y hablando de protagonistas, ¿han visto esas telarañas que se enroscan en los aparadores? Esas hebras chismosas se dedican a comentar cada uno de tus pasos, como si de inquilinas entrometidas se tratara. Imagínense: “¡Miren, ahí va don Valiente, sin pretensiones de ocultar nada!” Parece que hasta el miedo se pone a cotillear de uno cuando piensa que nadie lo ve.

Luego tenemos el caso de la intimidad puesta en escena. Es como si la ropa interior se animara a salir al ruedo y se colgara de un tendal, cual portavoz atrevida, haciendo un desfile que ni el más osado se atrevió a imaginar: “¡Aquí estoy, sin complejos, listo para contar mis secretos!”. No hay duda de que hasta la ropa tiene su hora estelar en esta tragicomedia.

Y qué decir de esos miedos olvidados, relegados al estante como libros empolvados. Esos temores vienen en tomos gruesos y pesados, escritos por un guionista con un sentido del humor retorcido. Se han quedado ahí, acumulando polvo, esperando ser redescubiertos en una tarde de tormenta emocional. Imagínate abrir uno de esos manuales de “Cómo temer sin sufrir” y descubrir que en realidad es una colección de anécdotas ridículas para reírse de uno mismo.

Cada pensamiento, cada pequeño momento, viene acompañado de su diminuta bolsita de temor, como si llevara en el bolsillo una moneda de susto con precio de entrada al circo. Esos temores se convierten en la tarifa que pagamos para entrar al gran espectáculo de la vida: “¡Hoy, miedo clásico con extra de ironía, sin devolución!”. Y a veces, cuando el show se pone difícil, uno aprende que hasta el susto tiene su encanto, si sabes darle el giro adecuado.

En fin, amigos, el miedo es el verdadero protagonista de esta función diaria. No se trata de huir de él, sino de aprender a reírse de sus absurdos guiños. Que cada escalofrío se transforme en el motor que te empuje a seguir, y que cada temor, por ridículo que parezca, se convierta en una anécdota para contar en las pausas de la vida. Porque, al fin y al cabo, si no te ríes de tus miedos, ellos se ríen de ti.

(SAMU 28 de mayo de 2025)

viernes, 23 de mayo de 2025

POR UNA GESTION INTEGRAL DE RESIDUOS SOLIDOS EN COCHABAMBA

 

Cochabamba se encuentra en un punto de inflexión decisivo. La ciudad, reconocida por su rica historia, diversidad cultural y dinamismo, enfrenta un desafío urbano que incide directamente en la calidad de vida de sus habitantes: la gestión de sus residuos sólidos. Durante décadas, la acumulación de desechos en calles, mercados y espacios públicos, junto con la saturación del botadero de K’ara K’ara, ha evidenciado un sistema obsoleto y fragmentado que carece de visión integral. Hoy, Cochabamba requiere no solo mejoras en infraestructura, sino una transformación profunda y coordinada que abarque todo el proceso, desde la generación de residuos hasta su disposición final, incorporando tecnología avanzada, educación ambiental, políticas de incentivos y una coordinación interinstitucional robusta. Este cambio debe ser sistemático, orgánico e institucional, de modo que cada componente actúe en sinergia.

 

Cuando pensamos en este tema, ¿qué imágenes nos vienen a la cabeza? Seguramente, en una lluvia de ideas, la mayoría mencionaría desorden, mal olor, contaminación, insectos y vectores, lixiviados, manchas de grasa en las esquinas, torres interminables de bolsas plásticas con basura pestilente, incompetencia y abandono. Pero, ¿y si lo viéramos desde otra perspectiva? Reconocer nuestro rol y asumir que se trata de un tema de corresponsabilidad nos permitiría entender que es una oportunidad para fortalecer nuestra relación como seres sociales y potenciar nuestra participación comunitaria. A través de esta visión, podríamos forjar una cultura que beneficie nuestro entorno y mejore nuestra calidad de vida, además de identificar una gran oportunidad de rentabilidad y generación de recursos. En efecto, los residuos sólidos no son solo basura, sino recursos que pueden explotarse y valorizarse con inteligencia y estrategia, como lo hacen grandes referentes mundiales, entre ellos Singapur. Analicemos brevemente esta idea: desarrollar cadenas de valor en agroindustria, forestería y jardinería mediante el biocompostaje, la lombricultura y la industrialización de abonos y viveros a partir de desechos orgánicos; transformar plásticos desde pellets hasta fibras mixtas (camélido-PET) para textiles térmicos; aprovechar estos materiales en la emergente industria de impresiones 3D; combinar plásticos con pulpas para fabricar objetos cotidianos, como recipientes, mobiliario urbano e incluso herramientas; y reciclar metales y escombros para convertirlos nuevamente en materia prima y áridos destinados a prefabricados o moldes industriales. Estas son solo algunas de las muchas opciones disponibles si logramos integrar en nuestra visión la capacidad creativa del ser humano y transformamos este desafío en oportunidades.

 

Uno de los aspectos más urgentes es resolver el problema del botadero de K’ara K’ara, un sitio que ya no es viable y que representa un riesgo ambiental y social sin precedentes. Su cierre técnico es inaplazable, y debe reemplazarse por un relleno sanitario metropolitano, diseñado con tecnología de punta y respetuoso con el medio ambiente. Este nuevo relleno deberá contar con celdas impermeabilizadas, sistemas de captación de lixiviados para evitar la contaminación de las aguas subterráneas y mecanismos que permitan la recuperación de biogás. Además, el espacio final debe planearse en coordinación con municipios vecinos para establecer un modelo mancomunado, compartiendo costos y utilidades, logrando una gestión más eficiente y equitativa.

 

La transformación empieza por cambiar la forma de entender la basura. Lo que antes se veía como un residuo sin valor debe considerarse como un recurso potencial. Implementar un sistema integral requiere organizar y optimizar procesos interrelacionados: desde la separación en origen hasta la valorización mediante reciclaje, compostaje, industrialización o aprovechamiento energético. Ciudadanos, autoridades, sector privado y recicladores deben colaborar para reestructurar los mecanismos existentes y crear nuevos modelos que conviertan la gestión de residuos en una oportunidad para el desarrollo urbano sostenible.

 

Una estrategia efectiva comienza en lo más básico: la separación en origen. Es fundamental fomentar una cultura ciudadana donde hogares, comercios e instituciones aprendan a clasificar sus residuos. Una separación adecuada permite que los materiales reciclables, orgánicos y peligrosos sean dirigidos a procesos de valorización que generen productos útiles y disminuyan la carga en los vertederos. Para ello, es necesario instalar contenedores diferenciados en puntos estratégicos, respaldados por campañas continuas de educación y sensibilización que impulsen el cambio de comportamiento. Paralelamente, es imprescindible promover el desarrollo de industrias innovadoras, enmarcadas en los sistemas de Desarrollo Económico Local y en la economía circular, que transformen plásticos, pulpas, metales y escombros en artículos de consumo, generando rentabilidad y sostenibilidad para el sistema.


Sin embargo, la separación por sí sola no es suficiente. Los residuos diferenciados deben ser recogidos y transportados de forma eficiente. Es imprescindible modernizar la logística de recolección mediante rutas optimizadas con tecnología GPS y sensores que indiquen el nivel de llenado de los contenedores, ajustando las rutas en tiempo real para evitar recorridos innecesarios y asegurar una frecuencia adecuada en cada zona. La creación de estaciones de transferencia, donde los residuos se agrupen y clasifiquen antes de llegar a su destino final, ayudará a reducir costos y minimizar el impacto ambiental.

 

El rol de los recicladores es esencial. Durante años han recuperado materiales valiosos, pero han trabajado en condiciones precarias y sin reconocimiento formal. Es el momento de integrarlos al sistema mediante la creación de cooperativas y redes que les proporcionen capacitación, equipamiento y acceso a mercados. Formalizar su labor no solo dignifica su trabajo, sino que optimiza la cadena de reciclaje y fortalece la economía circular, generando empleo y reduciendo la cantidad de residuos en los vertederos.

 

Asimismo, merece especial atención la gestión de los residuos orgánicos, que constituyen más de la mitad de la basura generada. Estos desechos pueden transformarse en recursos mediante el compostaje o la producción de biogás. La implantación de plantas de compostaje a gran escala permitirá convertir los residuos orgánicos en abono de alta calidad, ideal para la agricultura urbana y la revitalización de parques y jardines. Si se adoptan digestores anaeróbicos, los mismos residuos servirán para generar biogás, una fuente de energía renovable capaz de abastecer instalaciones municipales o industrias locales, vinculando la gestión de residuos con la generación de energía sostenible.

 

Para asegurar que todas estas medidas funcionen en armonía, es fundamental implementar un sistema de monitoreo y control permanente. La creación de una plataforma digital que recopile y analice datos en tiempo real sobre la generación, recolección, transporte, tratamiento y disposición de residuos permitirá conocer el comportamiento del sistema y realizar ajustes inmediatos en caso de deficiencias. Esta dinámica de gestión, basada en la transparencia y la rendición de cuentas, fomentará la confianza ciudadana.

 

Ningún sistema tecnológico alcanza su máximo potencial sin un marco normativo y administrativo sólido. Es necesario actualizar las leyes y ordenanzas de gestión de residuos, orientándolas hacia la sostenibilidad y la economía circular, y estableciendo sanciones para quienes incumplan y beneficios para quienes participen activamente. Además, la gobernanza debe consolidarse en un ente coordinador metropolitano que articule acciones entre Cochabamba y municipios vecinos, aprovechando sinergias y recursos de manera óptima.

 

Esta propuesta integral para Cochabamba convoca a una transformación en la que cada acción, tecnología y política se interrelacionen para cambiar profundamente el manejo de residuos. Se trata de una cadena completa que abarca desde la separación en origen, pasando por una recolección optimizada y un tratamiento adecuado, hasta la valorización y disposición final con altos estándares de seguridad ambiental. La coordinación entre sistemas técnicos, educativos y normativos es crucial para que las intervenciones sean sistemáticas, orgánicas e integrales.

 

Imagínese una ciudad en la que la separación en origen se practique de forma masiva; donde los camiones inteligentes recogen la basura a tiempo, y cada contenedor depositado transforma el residuo en abono, energía o materiales de alta calidad. Una ciudad en la que los recicladores trabajen con dignidad y el botadero se convierta en un moderno relleno sanitario que proteja el ambiente y a la población. El camino no será sencillo ni exento de desafíos, pero la combinación de inversión, coordinación y compromiso ciudadano permitirá reinventar nuestra forma de gestionar los residuos.

 

La transformación comienza al reconocer que la basura no es el final de la cadena, sino el inicio de un modelo de desarrollo que une lo ambiental, lo social y lo económico. Es una invitación a dejar atrás viejos esquemas y apostar por un sistema integral basado en la separación, recolección, valorización, monitoreo y gobernanza coordinada. Cochabamba tiene el conocimiento, las herramientas y la capacidad para liderar este cambio y convertirse en un ejemplo de economía circular y desarrollo sostenible. La decisión está en nuestras manos; el futuro de la ciudad depende del compromiso de cada ciudadano, cada institución y cada actor que forme parte de esta gran cadena de transformación. Solo así podremos decir con orgullo que, cuando llegó el momento de enfrentar el desafío, Cochabamba se levantó y construyó un futuro sostenible, donde la basura de hoy es el recurso del mañana.

 



(SAMU 23 de mayo de 2025)

domingo, 18 de mayo de 2025

PARÁBOLA DE LA FLOR

 

Se alza en mi espíritu una reflexión que irrumpe como un susurro desde un confín más allá de todo sentido: despliega una imagen recurrente de flores que, al hechizar con su deslumbrante belleza etérea, con el fulgor vibrante de sus coloridos pétalos y con una fragancia que evoca auroras primaverales, cual emblema de esperanza, se transforman en cuestión de instantes, casi imperceptiblemente, en pétalos marchitos que desprenden halos de melancolía y un olor húmedo y mohoso, como el petricor que se eleva con las brumas nocturnas. 

Cadáveres marchitos, portadores de un asfixiante mensaje, reminiscente de aquella maceta que aún contiene las aguas verdosas incriminatorias, revelan la imperiosa necesidad de liberar aquellos vestigios forenses de flores ya desvanecidas. No obstante, al desecharlas es menester hacerlo con cautela, pues sus espinas, cual fieles guardianes con filosos sables, aún cumplen diligentemente sus funciones. 

Transcurrido un tiempo oportuno, se hace patente la imperiosa necesidad de renovarse con un nuevo ramo, y las memorias sensitivas invitan a gozar de la experiencia que se posa en la lejanía de un recuerdo. Se hacen así indispensables, casi categóricas, aquellas ansias por revivir aquel perverso destino que, ineludible y cíclico, se renueva con hiel y miel, con aromas a campo y ciénaga, con las luces de inicios y las inevitables sombras del fin.


(SAMU 18 de mayo de 2025)

miércoles, 14 de mayo de 2025

EL VALLE DEL INFORTUNIO

 

Aún cuando las primeras luces del sol acarician con timidez las fachadas gastadas y el murmullo del viento se transforma en un canto ancestral, el valle, en su silencio sepulcral, guarda celosamente un secreto. Al caer la tarde, cuando el horizonte arde en tonos ensangrentados y el crepúsculo envuelve cada rincón con un manto de brumas, las sombras se alargan y todo parece susurrar que algo inusitado acontece.

A saberse quién trajo a nosotros esta historia, tampoco existe información clara sobre cómo logró sobrevivirla, mucho menos deducir cómo trascendió en el tiempo y surcó impertérrita por las fauces de la desidia sin contaminarse de falacias míticas. Todo aconteció en aquel rincón valluno, donde el ensueño se funde con la sombra y el alba se abre paso como un suspiro de libertad entre callejones empedrados y fachadas marcadas por el inexorable paso del tiempo.

Con el primer roce del sol, aquel pueblo se viste de melancolía: cada puerta de madera y cada barandilla de hierro cuentan historias de amores prohibidos y promesas que se desvanecen en la fragilidad del instante. Parajes donde el alma errante, pluma en mano, recoge esos vestigios y esparce al aire versos de esperanza, mientras el murmullo del viento se hace eco de risas y secretos que se rehúsan a sucumbir al olvido.

Al caer la tarde, cuando el sol se rinde tras un horizonte ensangrentado, el pueblo se transforma en un escenario gótico de luces mortecinas y sombras que se deslizan con sigilo. Las tinajas, otrora rebosantes de memorias líquidas, se erigen como custodias de un oscuro misterio, y el metal, surcado de cicatrices, entona una elegía fúnebre en el silencio de la noche. En este regazo de penumbra, figuras etéreas emergen, transmutando la inocencia del día en un enigma seductor de pasión y desventura, donde cada rincón atestigua secretos que laten al compás de la decadencia.

En una esquina relegada por el olvido, donde las grietas de la piedra se funden con el eco de tiempos remotos, se alza, inmóvil y enigmática, una antigua tinaja. Recubierta de musgo y marcada por las cicatrices del inexorable paso del tiempo, este relicario se erige como custodio de relatos prohibidos, portador de inscripciones en un idioma silente que murmuran leyendas impías. Allí, en el intersticio entre la luz que se desvanece y la penumbra que avanza, se percibe la esencia de una verdad olvidada: la leyenda de un ser abominable, nacido del dolor y la corrupción, cuyo eco recorre el valle en noches sin luna y penetra los corazones con un presagio ineludible.

A orillas de esa penumbra perpetua, donde cada piedra parece relatar historias de amores rotos y pactos olvidados, el eco de aquellas enigmáticas inscripciones se condensa en el aire. Nadie sabe si fueron esculpidas en un instante de divina inspiración o en otro de desesperada maldición, pero su presencia convoca la sombra misma de un poder inmemorial. Así, la leyenda del Aberrante —ese ser abominable nacido del dolor y la corrupción— comienza a entretejerse con el destino de quienes se atreven a contemplar la esencia oculta del valle.

En el vasto silencio que acompaña la espesura de la noche, un alma sin rumbo es impulsada por una fuerza inexplicable. Un hombre, cuyos pasos han sido marcados por el desencanto y la traición, emerge de las sombras. Su mirada, cansada pero inquisitiva, se posa sobre aquella tinaja milenaria, como si en ella se ocultara el eco de una verdad largamente sepultada. Cada surco y cada letra grabada en la fría superficie relatan tiempos en los que lo místico y lo humano se fundían en un lazo inextricable, en un ritual que, por voluntad o por condena, aún perdura.

Mientras el viento se cuela entre las grietas y los muros olvidados, el hombre se detiene. En su mente retumba el murmullo de voces antiguas, reminiscencia de aquellos que una vez entregaron su alma al destino del valle. Con el corazón golpeado por la memoria del dolor y la esperanza de redención, se dispone a descifrar aquellos signos arcaicos. Sabe que, tras las inscripciones, se oculta algo más que relieves de piedra: se esconde la llave de una conspiración que ha perdurado a lo largo de los siglos, un secreto trágico que ha formado el devenir de aquel lugar.

En ese instante, el susurro del viento transforma el entorno, haciendo eco de risas apagadas y llantos silenciados por el tiempo. Cada paso sobre la empedrada vía se convierte en un verso del gran poema del valle, un canto lúgubre que clama por la verdad. La noche, revestida en un manto de brumas y luces mortecinas, se erige como cómplice; las tinajas, otrora rebosantes de memorias líquidas, se han convertido en custodias de los relatos prohibidos de quienes osaron soñar en medio del caos.

En el silencio que surge entre la luz que se desvanece y la penumbra que avanza, el hombre intuye que ha llegado el momento de adentrarse aún más en el misterio. La fría caricia del viento le susurra el nombre del Aberrante, y cada latido de su corazón se funde con la cadencia trágica del valle. Así, en la encrucijada entre la noche y el amanecer, se prepara para enfrentar lo inevitable: desvelar la verdad oculta tras aquella lengua silente y descubrir si, en el abismo del dolor y la corrupción, puede germinar la semilla de la redención.

Mientras se adentra en el laberinto del valle, el destino teje para él una sucesión de desventuras, presagios de un oscuro designio. Los murmullos de los pobladores se extienden como un velo sobre las calles empedradas y los rincones olvidados. En las tabernas se comenta, en voz baja y con ojos que evitan cruzarse en la penumbra, que el hombre está condenado a arrastrar consigo una maldición ancestral. “Dicen que su andar convoca la desgracia; ha sido elegido por la sombra del Aberrante, y su paso deja tras de sí la estela de un destino trágico”, susurran.

En las callejuelas, los ancianos, con rostros marcados por el recelo y la superstición, hablan de aquel hombre como si fuera un presagio. “Ahí va el errante”, murmuran con gestos vacilantes, “portador de un mal antiguo, aquel que camina invocando la desdicha en cada paso.” En las sombras de las tabernas se comenta que su destino está sellado, y la mirada cansada de sus ojos refleja una condena irrevocable, heredada del mismo dolor que dio origen a la leyenda.

Una tarde, cuando el cielo se oscurecía en un aguacero de tormenta y la tierra parecía gemir bajo el peso del olvido, el hombre se encontró solo en un sendero que se convertía en un laberinto de sombras. La brisa helada se alzaba en un murmurar lúgubre y, de repente, la sierra se desmoronó como un río de magma espeso. Entre las sombras densas, una figura espectral emergió, tan fugaz y amenazante que el crepúsculo se tornó en un presagio de inminente desgracia. En ese instante, los latidos de su corazón se confundieron con el lamento de la noche, mientras el eco del viento le susurraba con voz de condena el nombre del Aberrante.

No fue la única vez que el valle enfrentó al hombre con su cruda inclemencia. En otra ocasión, bajo la sombra impenetrable de una noche sin luna, un incendio cercó el camino, transformándolo en un infierno dantesco. Envuelto en humo y desolación, apenas sobrevivió a tal tormento, donde cada copo de ceniza que caía parecía anunciar un nuevo infortunio. Allí, en el eco del viento, resonaban los susurros de aquellos que, desde las ventanas de casas viejas, afirmaban que aquel hombre arrastraba una maldición, un lazo ineludible con la oscuridad del valle y el fulgor de las llamas demoniacas.

Cada desventura se sumaba a la leyenda que los pobladores entonaban en noches de inquietud. El crujir de la madera vieja y el susurro del metal oxidado en las puertas parecían entonar un réquiem de amores perdidos y de pactos malditos. El hombre, hábil en su insaciable búsqueda de la verdad oculta tras la tinaja y sus inscripciones, se convirtió en la viva imagen de la tragedia del valle; un heraldo sin rostro, cuyas huellas despertaban la amarga certeza de que, en ese rincón olvidado, la redención era tan esquiva como la bruma que todo lo envuelve.

Así, mientras las noches seguían su curso y las sombras se estiraban en un diálogo melancólico con la luz menguante, él comprendió que las voces del viento y los murmullos del pueblo eran un tributo a un destino ya marcado. En ese eterno vaivén entre la esperanza y la condena, la figura del errante se erigía como símbolo de la lucha contra el ineludible designio del valle, un eco de la eterna batalla entre la luz del amor y la sombra del horror.

En un flujo incesante de contraste y unión, el canto reconfortante de las aves daba paso al croar de ranas, mientras aquellas sombras misteriosas danzaban en un soliloquio inacabado y se cubrían de rayos refulgentes de color. El crujir de la madera y el susurro del metal se fundían en una única melodía, donde cada paso –ya sea por la luz o por la sombra– se convertía en un eco de lo eterno, un verso que se resistía a ser encerrado en la fugacidad del tiempo.

A medida que el destino se desenvolvía en desventuras, y el eco del sufrimiento del valle se hacía cada vez más urgente, el hombre comenzó a percibir, en medio de esa noche gótica, una presencia que se apartaba de la sombra amenazadora. No era la furia implacable de la oscuridad, sino un tenue destello de algo más humano, un susurro delicado en el abismo del olvido. Era como si la misma penumbra, consciente de la amarga melancolía del lugar, hubiera tejido un lazo sutil entre el hombre y aquella figura que se deslizaba con la gracia de un anhelo redentor. Sus destinos, aparentemente opuestos, se entrelazaban en un diálogo silencioso: de un lado, la claridad rescataba la fragilidad de un amor que ansiaba renacer; del otro, la oscuridad revelaba la persistencia de un anhelo marcado por la traición y el rencor.

A medida que la providencia se fabricaba en estelas de desventura y en el murmullo tenue de la noche, una silueta emergía del regazo de la penumbra. Sin anunciarse con estrépito, parecía deslizarse entre la bruma, fundiéndose con el paisaje lúgubre que abrazaba el valle. En el cruce de sombras se hizo presente una figura etérea, cuyos pasos se confundían con el eco de la piedra y el susurro del viento. Esta presencia, bañada en el tenue halo de luces mortecinas y matizada por el palpitar fugaz del crepúsculo, rompía en silencio el monólogo amargo de la soledad del errante.

El hombre, detenido en su periplo de insólitos presagios, sintió que, en ese instante, el tiempo suspendía su curso. En el tenue brillo de unos ojos que parecían reflejar el secreto de la misma noche, se percibió la sutil promesa de una complicidad naciente. No eran palabras las que se intercambiaban, sino la convergencia de miradas cargadas de historias no contadas, de anhelos que se insinuaban en la vibración del alma. Así, en el incesante diálogo entre la luz moribunda de la tarde y la furia silente de la penumbra, dos destinos parecían entrelazarse, como si la propia oscuridad quisiera regalar al errante un destello de redención en medio del desespero.

El atrevido espectro de aquella presencia, deslizándose casi imperceptible entre las sombras, acompañaba la marcha del hombre con la delicadeza de una ópera en un solo suspiro. Mientras cada paso sobre las empedradas avenidas se exprimía en versos de melancolía y esperanza, el errante descubría, poco a poco, que el peso de su soledad se aligeraba en la tenue cercanía de ese ser enigmático. La brisa helada y el crujir de la madera en las antiguas puertas parecían entonar, de forma inefable, un canto a la unión de dos almas marcadas por el dolor y el anhelo.

Quedaba en el aire, casi susurrado por el viento, la promesa de que, entre la cruda sombra de lo ineludible y la fragilidad de los días, la compasión y la complicidad podían erigirse, como si en el encuentro de miradas y silencios se iniciara la redención del destino. En ese preciso instante, el valle —testigo mudo de pactos olvidados y amores prohibidos— parecía inclinarse, concediendo una tregua efímera a la oscura melancolía y dejando entrever que, en lo más hondo de la penumbra, germinaba la posibilidad de un nuevo amanecer, donde la unión se alzaría como el faro que desafiaba la condena del tiempo.

Con el alba apenas dejando entrever sus primeros destellos, el errante y aquella figura enigmática se adentraron en el laberinto silente del valle, donde cada callejón guardaba el eco de antiguas penas y efímeros suspiros. Sus pasos, acompasados por el crujir de la madera envejecida y el murmullo incesante de la brisa, los conducían por rutas olvidadas, donde las sombras se entrelazaban con vestigios de luz temblorosa en un eterno diálogo entre la esperanza y la condena.

La presencia de Luz se hacía cada vez más palpable a medida que avanzaban, como si en ella se concentrara la memoria de un tiempo en que lo místico y lo humano compartían el destino. Sin pronunciar palabra, sus miradas se cruzaban cargadas de un silencioso entendimiento; cada gesto, por efímero que fuera, hablaba de un anhelo por desvelar la verdad oculta tras la fría superficie de aquella tinaja milenaria. Allí, en los recodos de las paredes antiguas y en los símbolos grabados en los muros descuidados, se vislumbraban pistas que prometían revelar la fuente misma del oscuro poder que marcaba al valle.

Avanzaban por pasajes serpenteantes, donde el eco de antiguas leyendas los envolvía en un manto de presagio. Bajo la penumbra, el destino parece guiar sus pasos hacia un rincón olvidado, donde restos de inscripciones desgastadas por el tiempo insinuaban la existencia de pactos sellados en sangre y silencio. La figura de Luz, con la gracia de quien conoce los secretos del olvido, se detenía para señalar detalles que pasarían desapercibidos al ojo inexperto, revelando con sutileza mensajes que solo podían descifrarse con el corazón abierto al misterio.

Mientras la brisa se mezclaba con la fragancia de la tierra húmeda, el hombre comenzó a recobrar la esperanza de redención que, oculta bajo la sombra de sus desventuras, se abría paso como un débil pero persistente rayo de luz. Cada símbolo hallado, cada signo grabado en las piedras gastadas y en la propia piel del valle, era una invitación a reescribir la sinfonía trágica de su existencia. El eco del Aberrante, siempre presente en las leyendas murmuradas en las tabernas, se transformaba ahora en el telón de fondo de un renacer posible; en ese diálogo silencioso entre la melancolía ancestral y la promesa de lo nuevo, se gestaba la idea de que, quizá, el amor y la complicidad podían desafiar la ineludible condena.

Así, mientras los primeros rayos del alba se filtraban, inciertos, a través de la densa niebla, seguían su camino, sumidos en un viaje donde cada paso era poesía y cada sombra, un enigma por descifrar. En la quietud del valle, entre el murmullo del viento y el susurro de la piedra, se inscribía con la tinta del destino un verso inacabado: la promesa de que, en el cruce de la luz y la penumbra, siempre quedaría la posibilidad de que dos almas errantes se unieran para iluminar el camino hacia una redención tan esquiva y esencial como la verdad oculta en las entrañas del tiempo.

Y así, mientras el valle seguía siendo el lienzo de una dualidad insólita, la historia se deslizaba hacia un mar de ansiosas dudas, en el que la pasión y el misterio se abrazaban en un adiós sugestivo. El destino quedaba suspendido, dejando la piel erizada y el alma en un perpetuo estado de anhelo, como si el último verso aún estuviese por escribirse en el umbral de un nuevo y decadente amanecer.

 


(SAMU 12/5/2025)

 

TARATA PATRIMONIAL


Recorriendo Tarata, pueblo de ensueño, quizá atrapado en la quietud romántica de un ayer que se niega a morir, o rescatado del impetuoso avance del tiempo, se siente en cada rincón el palpitar de historias silentes. Cada recoveco vibra con la dualidad de lo idílico y lo eterno, donde la materia se rinde al polvo, pero también se engalana de memorias imperecederas.

Umbrales que antaño prometieron abrigo, barandillas que fueron cómplices de confidencias; cada objeto se erige como custodio del peso de las horas, revelando en su desgaste la poesía escondida de un pasado que aún conversa con el presente. La madera, al crujir, invoca susurros de antiguas vidas; el metal, marcado por cicatrices, narra batallas y resiliencias; y las tinajas, expectantes, ansían recobrar la esencia líquida de instantes ya vividos.

Se escucha un eco, tenue y persistente, de lo que fue y de lo que se resiste a extinguirse. Cada fragmento es un poema de supervivencia, una sutil revuelta contra el olvido ineludible. La herrumbre, en vez de devorar, embellece; el implacable desgaste no marchita, sino que destila secretos y matices que sólo el tiempo sabe revelar.

De lo antiguo surge, paradójico, aquel desgaste que actúa como armadura, protegiendo lo eterno. Las puertas, mudas pero elocuentes, invitan a ser cruzadas no con los pies, sino con el vuelo de la imaginación, pues en cada grieta se esconde la historia vibrante de lo que, contra todo pronóstico, se mantiene en pie.


(SAMU 12/05/2025)

CONFESIONES DE DOMINGO

Nuestro mundo sensorial nos colma de momentos que logran erizar la piel, desde colores, sabores, composiciones, experiencias, hasta días. Muchas veces esas sensaciones se replican casi como si tuvieran un guion estricto. Es el caso del último día de la semana.

El domingo es una confesión de invierno, esa ola que se levanta en silencio para trasladar un secreto a la ciudad. Al alba, cuando aún todo duerme, las calles desiertas guardan en el aire el persistente aroma a resaca, vestigio de noches que se desvanecen entre sombras. Es el instante en el que la culpa aún es un susurro y la melancolía se mezcla con la quietud, anunciando la llegada de un día que se pinta de revelación.

Cuando el mediodía irrumpe, el éxtasis se hace febril, incluso sofocante. La ciudad despierta en una explosión de vida: rostros emergen y pasos se entrelazan en un frenesí casi sagrado, como la cresta violenta de una ola que brilla intensamente y se eleva sobre la cotidianidad. Es en ese torrente efímero donde se siente la comunión tácita, sin palabras, en el bullicio y el calor de los encuentros, una efímera tregua a la calma invernal que se dejó atrás.

Sin embargo, como toda ola, la exaltación debe ceder ante la ineludible marea del tiempo. Con la tarde, la intensidad se disipa y se asienta la pesadez del ocaso. La noche irrumpe con su modorra, su hastío y una melancolía que arrastra la culpa de las responsabilidades postergadas. Así, el domingo se despide en un arrullo de renuencia, mientras la espuma de esa ola de confesiones lentamente se desvanece, dejando tras de sí el eco de una jornada cargada de sentimientos encontrados e insolación.

(SAMU 11/5/2025)


POR AQUELLOS 8 PARA LAS 8

Una noche inquietante, en la que se congregaban los dolientes para rendir homenaje a la sangre injustamente derramada, se calentaba con himnos alegres que proclamaban un sueño anhelado.

La música acallada y los discursos silenciados por una marcha marcial que atronaba el pavimento con botas represoras, inaugurando la oscuridad absoluta, fueron un tibio prólogo al infierno venidero.

Un estruendoso estallido que cortó con esquirlas la tensión del ambiente, fue el clarín de partida para feroces fieras hambrientas de carne obrera, quienes con uniformes relucientes, cachiporras y armas de fuego, se lanzaron en jauría desquiciada a cazar de forma cobarde, a mansalva y a quemarropa.

Si se creían despertadas las tinieblas, nada fue más opaco que los días sucesivos: una prensa fabricante de postverdades y un Estado que impostor de crueldad sin máscara, ambos a merced de los billetes de aquellos que siempre movieron sus garras tras las sombras y se ocultaban bajo indignantes cortinas que reescribían su historia falazmente, cegaron sínicamente la verdad de aquella masacre, crédulos incluso de acallar sus ecos.

Así fue, ante la garra vacía y las fauces babeantes de hambre codiciosa, que los obesos magistrados de un corrompido tribunal vistieron sus anchas y largas togas que disimulaban la gula acumulada en sus flácidos vientres. Togas de un rojo carmesí que encubrían la sangre derramada por sus aberrantes decisiones, y pelucas encanecidas que ocultaban las huellas de sífilis que delataban su promiscuidad.

Así, en absoluta miopía impuesta por un contexto aún más oscuro que la noche inicial, la verdad se opacó, y un negro absoluto se vistió de artificio para brindar públicamente el sacrificio de ocho mártires, quienes exigieron simplemente ocho horas de ocio –o de libertad– y otras ocho de descanso, venideras tras aquellas únicas ocho abrumadoras horas necesarias para engendrar el pan.

Es así que, después de 139 años de silente olvido, se registran clamores en las paredes y se graban cicatrices en nuestras almas; las contundentes palabras vertidas con sabor metálico ante impías horcas resuenan hoy como testamento eterno. Recordamos a los mártires: August Spies, que declaró “La voz que van a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora”; Albert Parsons, cuyas palabras resonaron “La injusticia de hoy será la llama que ilumine el camino hacia la dignidad de mañana”; Adolph Fischer, quien proclamó “La opresión no aplasta el espíritu; al contrario, lo incinera para encender la furia de la justicia”; Louis Lingg, que exclamó “¡Os desprecio; desprecio vuestro orden, vuestras leyes, vuestra fuerza, vuestra autoridad! ¡Ahorcadme!”; Michael Schwab, quien confesó “Hablaré poco, y seguramente no despegaré los labios si mi silencio no pudiera interpretarse como un cobarde asentimiento a la comedia que se acaba de desarrollar”; Samuel Fielden, firmando “La fe en la justicia no se quiebra, aun cuando nuestros cuerpos se vean forzados a la oscuridad de la represión”; George Engel, cuyo grito resonó “No temo a la cárcel, pues en el encierro germina la semilla de la rebelión que un día florecerá en libertad”; y Oscar Neebe, quien afirmó “Cada gota de sangre derramada en esta lucha nutrirá la esperanza de un nuevo amanecer para la humanidad oprimida.”

Con un pesar que se enreda en cada latido, se lamenta hoy la injusta pérdida de aquellos hombres valerosos, quienes en su sacrificio encendieron la llama de la libertad. Hoy celebramos la reivindicación que, a pesar de las cicatrices, honra su legado, a la vez que defraudamos su memoria sometiéndonos a este ritmo acelerado de vida, dependientes de máquinas que rigen nuestra existencia y trabajos paralelos que atenúan nuestra codicia o nos alivian la subsistencia.



(SAMU 1 de mayo de 2025)

SIRENA

 

El mar rugía con el eco de antiguos halos oníricos, y en el crepúsculo de la costa emergía una presencia de voz etérea y mirada melancólica. Su voz inundaba la brisa nocturna con un encanto capaz de salvar almas perdidas; era una melodía de promesas, un arrullo que hipnotizaba y seducía. Del abismo surgían destellos de escamas gélidas y una cola ondulante que delineaba un reino sumergido, inalcanzable para un humano, como si la naturaleza se empeñara en guardar un misterio prohibido.

Entre olas y sombras, inerte se esconde el hielo,
donde el oro del abismo se forja en leyenda;
una ambición fría en un cofre de Neptuno,
convive con el alma que en la paz se enmienda.

Entre destellos de su arrullo, tras esa risa enigmática se ocultaba un secreto de ambivalencia: sus ojos oscilaban entre la ternura y la indiferencia, como si se rieran no solo de mí, sino del destino mismo. Yo, cautivado por esa ironía vital, seguí su rastro errático por la orilla, persiguiendo la estela de una criatura de mirada astuta. En ella se enmascaraba la ambición por tesoros: un deseo por el poder y el oro, donde cada centavo rescatado era moneda de un destino calculado; mientras que mi ambición se nutría de la humanidad, de la paz, del amor, la solidaridad y la libertad, usando el oro solo para paliar necesidades y compartir generosamente.

El brillo del metal aprieta corazones inertes,
mas el alma en su anhelo forja puentes de luz;
unos usan al prójimo por meros entes,
otros, con amor, transforman el dolor en virtud.

Con el murmullo del oceáno como testigo, avanzaba entre la espuma. Cada vez que me aproximaba, sus contornos se desvanecían entre las olas, dejando tras de sí un frustrante eco etéreo, inalcanzable, fútil. Atrapado entre el deseo y la certeza de su inalcanzable evanescencia, comprendí que el embrujo de aquella figura era tan bello como destructivo. Cada encuentro era una paradoja: en un instante mi ser vibraba con la intensidad de su energía y, al siguiente, el hechizo se congelaba en una resignación silenciosa, recordándome que observar su verdad implicaba perderme en su ambigüedad, en esa dualidad que hiere y seduce a la par.

En la espuma del mar, dos destinos se entrelazan,
uno de cálido querer, otro de frialdad letal;
en cada ola cambiante las esperanzas abrazan
la certeza amarga de un camino sin final.

Finalmente, en la penumbra del ocaso, me quedé con la amarga certeza de que ningún camino queda iluminado para siempre. La huella de su presencia se desvanecía con la espuma, dejando tras de sí la infinita interrogante de lo inalcanzable. En ese horizonte sin fin, la divergencia de nuestros anhelos se fundía en el murmullo eterno del mar: ella, atada al brillo frío de los tesoros; yo, alimentado por la promesa de un amor forjado en valores humanos. Así, quedé solo en la orilla, con la convicción de que la verdadera riqueza reside en el viaje, y el misterio de su reino permanecerá, como siempre, un enigma abierto a la interpretación del tiempo.

Y en el eco salado de un adiós sin final,
dos almas se separan en un crepúsculo ambivalente;
la leyenda del mar guarda aún su secreto inmortal,
dejando al destino escribir su verso indeleble y silente.

El océano siguió cantando y yo, a la orilla, entre el murmullo de las olas, aguardaba quizá el amanecer de un nuevo destino, o tal vez solo la certeza de haber amado lo inalcanzable.

(SAMU 23/04/2025)


DESTARTALADO


Bajo el abrasador sol del altiplano, como un espejismo danzante, se yergue la silueta fantasmal de un vehículo viejo y oxidado, arrastrándose en medio de un desierto infinito. Sus faros, parpadeando con luz tenue, son únicos testigos de un viaje que jamás logró despegar. Cada abolladura y cada pieza desgastada rechinan la historia de promesas incumplidas, son el reflejo de un aparato estatal desenfocado y sordo que se ha quedado estancado en un páramo de burocracia y represión.

En este escenario, cada elemento del vehículo simboliza una parte del Estado: la policía, el ejecutivo, el legislativo, el judicial y todas esas instituciones represivas, ensambladas de manera improvisada en un casco metálico que ya no soporta el peso de sus propios engranajes. Prometieron llevarnos a un destino seguro, a resguardar a la ciudadanía, pero ahora sus mecanismos giran de forma mecánica y chirriante, embadurnados por el lodo seco de su corrupción.

El motor, antes retumbante y vigoroso, únicamente murmura lamentos, mientras la oxidación corroe no solo el metal, sino también la confianza en un sistema que se desintegra lentamente. La arena, implacable en su avance, escurre entre las grietas del vehículo, borrando las huellas de una seguridad manufacturada que se ha revelado tan frágil como ilusoria.

Y aquí, en medio de ese paisaje tétrico y desolado, la pregunta se queda suspendida: ¿De qué nos sirve un vehículo que promete nuevos mundos, si apenas puede moverse y solo arrastra con él la vergüenza de un motor obsoleto?

El viento recoge la arena y arrastra consigo los ecos de respuestas inacabadas, dejando en el aire una incertidumbre que invita a cuestionar la verdadera esencia de aquello que llamamos seguridad. En ese horizonte abierto, sin un final claro, el silencio ancestral plantea sin cesar el interrogante: ¿Podrá alguna vez surgir un motor que nos libere de este letargo, o seguiremos varados en un trayecto sin destino, atrapados en la oxidación de un sistema que ya no cumple sus promesas?

Aún así, el destartalado sigue su ruta, dejando tras de sí el nauseabundo olor del aceite quemado y una estela de humo negro impregnado por la codicia. ¿Hasta cuando seguiremos inertes viendo el espectáculo y a la espera de montarnos en aquella máquina que sólo transporta degradación e inmundicia?


(SAMU 15 DE ABRIL DE 2025)