Nauseabundo pantanal abnegado de tragedias, tétrica retaguardia y tenebroso horizonte, lo único que muestran es opacado arcoíris, que ensombrece sin tregua a mezquino presente. Manchas solares que contaminan de ira al placebo estelar de otrora. Parasitarios deseos que sólo carcomen helados sentimientos ya sin pulso.
Mientras el ocio aglutina tristeza, la tristeza carcome el alma, que encerrada entre costillas clama libertad a cada suspiro. Aquella otrora besada sirena, disfrazada de mágica musa, con tez clara y cabellera morena, exhaló toda la ponzoña de medusa. Insanas melancolías retrotraen sin dejar salir del negro pasado. Obnubilando con pereza lo venidero, acarrea rencores con dolor pesado.
Lastres enredados loan, como fieles a su causa, la perdición en el fondo de abismal entuerto. Apeados se enfangan y enfangados quedan, sin poder desarraigarse del mundano cotidiano. Cual si aún fuera poco, el resto carcome al loco, desesperanzando con intrigas y la intención de apagarle el foco.
A pesar de ardua agonía, define tomar presa para su obligada ruta, rindiendo el mejor homenaje habido, a condenada doncella que se adueñó de su razón, cuya hipnosis le hizo perder cordura y olvidar su apremiante locura. Pasada la vida ordinaria entre sus brazos, tuvo que padecer la sombra del envejecimiento que la hizo víctima.
Sin poder alguno sobre el destino, se refugió en aguda resignación, evidenciando una vez más la infeliz pretensión de su pesar, pues una y otra vida se le irán de las manos, mientras purga la condena de la inmortalidad agobiante. La burocracia lo hace presa y la rutina lo retiene igual, brillándole el sol por horas, para apagársele después. Cuando el ocre color de la sangre seca, sólo puede recordarle el disecar de su pecho, que en angustias lo mantiene por siempre esclavo, aguardando la deletérea daga.
06/06/2013
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