Estoy mejor que nunca. Como no hacerlo, si por fin me encuentro nuevamente; como no hacerlo si por fin dejo que me encuentren; como no hacerlo si ahora vuelvo a comprender que en la crueldad de la vida es donde se esconden los mejores tesoros de uno mismo; como no hacerlo si tengo la constancia de que hay algo al otro lado del sol; como no hacerlo si ahora tengo la oportunidad de coquetear con las tensiones del prójimo, que generan mi rebeldía; como no hacerlo si lo racional es placebo y lo irreal no deja de ser fútil.

miércoles, 8 de mayo de 2013

AL FONDO DE LA OLLA DE GRILLOS

La solidaridad es intrínseca en el ser humano, eso es lo que nos empujó a vivir en sociedad, para protegernos de los peligros de la naturaleza. Luego acrecentamos nuestros núcleos para protegernos de otros grupos humanos. Ahora debemos asociarnos para protegernos de nosotros mismos. Ese libido engañoso direcciona la homogeneización de las cosas, nublándonos la capacidad de ver que todos tenemos inserto algo más allá de lo evidente, embrión innato de la aptitud hermafrodita del carácter humano.

Esa mediocridad cercenadora nos hace estigmatizar al prójimo, quedando las cebras siempre vistas como aquellos animales rayados, simplemente por ser los únicos coherentes entre su ético actuar y su ético propugnar, cuando a éste mundo de burros le basta con sobrevivir y sobrepasar, disfrazándonos de borregos que sólo saben balar y seguir tontamente al líder impuesto, sin reconocer su rabo de zorro por debajo del manto de lana.

Invariablemente a través de las experiencias, la madurez y el tiempo, la percepción que se tiene de muchos aspectos de la vida va mutando, en la misma medida y proporción que reconocemos otras existencias además de la propia y aquella que llevamos unida por el cordón umbilical. Nos aferramos a cariños foráneos esquematizándolos dentro del umbral de la inocencia, hasta descubrir que ellos mismos tienen el germen de la codicia alimentándolos por sus ombligos.

Es en esta sociedad de dispares enlatados y abrelatas proscritos, que convivimos cual alimañas en una olla de grillos, a la cual convergen todo tipo de especímenes, desde las serpientes que se arrastran como pedigüeños, haciendo cruel uso de su viperina lengua, repartiendo ponzoña por réditos extra y mordiendo la mano de quien le ayuda, hasta elefantes que, creyéndose sumamente importantes y ostentosos, no hacen más que guardar rencores en su limitada memoria selectiva y resaltar simples nimiedades; pasando por otros parásitos semejantes a hienas y urracas, las cuales pierden el tiempo riendo y comentando intrigas ajenas (carnada favorita para alimentar su podredumbre), mientras los leones mantienen en sus cabezas de ratón coronas forjadas en latón, para jactarse mucho por la fidelidad del material y avergonzarse poco por la alta deslealtad con sus congéneres.

Es en esta sociedad actual que se ha violado ya lo más sagrado de la vida en colectividad: la solidaridad. Y es porque la crisis ética del inseguro sistema capitalista genera riesgos en la ayuda mutua, pisotea el génesis de la convivencia; acá los cuervos quitan ojos a diestra y siniestra, para coronar al tuerto, cebarlo, sobarlo, atragantarlo, loar su gula de rey y hacerle escarnio cuando ya no les sirva más que para carroña.

Evidentemente la pérdida de la solidaridad no es el mayor problema del capitalismo, tampoco es un problema exclusivo de ese sistema, pero de hecho que la búsqueda de recursos encarnada en la premisa de "saca ventaja o perece", "explota o serás explotado", hacen que la vida en sociedad sea cada vez más insegura. Esta inseguridad es la que genera desconfianza al momento de prestar ayuda mutua, pues no se sabe si el hacer el bien al prójimo o si dar a cada quien lo que necesita según las posibilidades de cada uno, resulta arma de doble filo en la que los "ingenuos" acaban mal parados y los generosos estafados. ¡Eso si es estrictamente atribuible al capitalismo!

Entretanto, los avatares de la burocracia adormecen el alma, mientras la política emerge de la hipocresía, sumergiendo cadáveres corroídos de envidia y mezquindad. Perversión colmada de alacranes en la olla de grillos, especialistas en atacar por sorpresa, ocultos entre el follaje más tupido de la masa, ora camuflados con la espesa oscuridad. Alimañas mañudas que se fijan quien cumple con simple presencia, importándoles poco la calidad del cumplimiento, esperan el momento para certero ataque, sin reconocer lo corrompida que anda su cola y los antecedentes de intriga que arrastra.

Es hora de tomar el abrelatas y soltar a las sardinas, hora de liberar nuestras mentes y abandonar nuestros temores. Es hora de sacarnos las vendas con las que el poder mantiene el control de nuestras vidas y guiar el camino de la sociedad para que la convivencia resulte armónica... aunque suene utópico es una misión ética a seguir, a través de los caminos que cada uno vea convenientes. Es hora de desplegar nuestras alas, correr con la libertad de un mustang y volar con la ligereza de un coliflor, pues conformarnos con lo que nos alquila este sistema, sólo anquilosa las aptitudes verdaderamente humanas, solo nos ratifica como los gusanos que se comerán nuestra carne cuando de las cenizas debiera surgir el fénix.

8/5/13

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