Sin
ánimo de ser pretencioso, simplemente pariendo reflexiones en voz alta, o para
ser precisos en texto con letra “Arial 12”, tañen con eco neuronal algunas
conclusiones ciertamente desoladoras: no sé si se trata de una cuestión ancestral,
tampoco si se replica en el resto de la región, mucho menos si se trata de
alguna rareza genética o instinto de supervivencia ante un mundo globalizado
sobre las espaldas de los países en desarrollo, sin embargo acá se hace
evidente nuestra capacidad, afición, voluntad, sujeción, dependencia, angurria,
fiebre por la piratería.
En
efecto, cuando encontramos que alguna idea o proyecto tiene buenos resultados,
somos los primeros en copiar la iniciativa… y si podemos tomarle la delantera hasta
nos arrogamos su autoría. Claro, cuando se trata de proyectos de desarrollo
solemos generar malas copias, con papel carbónico gastado por anteriores recomendaciones
de gabinete emitidas por el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial.
Pero en el resto de los aspectos de la vida suele irnos individualmente bien al
momento de imitar y/o superar la copia original.
Evidentemente
no es motivo de orgullo el adolecer de tal manera de creatividad y tener el
ingenio en reposo para usurpárselo a otro, mas en la cacería si somos expertos
en atinarle al blanco en el primer tiro… y si nos va mal, ya a alguien se le
ocurrirá otra nueva presa.
Esta
abstracta protuberancia del surrealismo en que vivimos se expande
transversalmente en prácticamente todos los espacios y momentos de
desenvolvimiento social que nos rodea. Muchas de aquellas veces, con grandes
satisfacciones e incluso inspirando ciertas alteraciones positivas que reditúan
posesionándonos en el podio del liderazgo; pero en otros casos no es más que
una masa fangosa que nos atrapa hasta el cuello y asfixia toda esperanza de brotar
eficientemente ante la dinámica mundial, abundantemente conocida como rigor caníbal
y competencia sin trincheras…
(4/12/13)
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