Aquellas manos tan relucientemente bellas como
la porcelana, lograron sorprender en mí, a través del inesperado calor que
exhalan del pasional fuego engendrado por sus ojos al mirarme, un torrente de
pasiones encontradas, que retomaron el diálogo dual entre la razón y la pasión,
teniendo como única mediadora a la tibia experiencia, presa irremediable de la
dialéctica entre Bien y Mal, sombra en la oscuridad y candela en luz.
Tan sólo la aproximación colmó mi ser, extasiado
de apenas tocar dulcemente su pequeña, suave y blanca mano, la cual invitaba a
toda mi voluptuosidad para invadirla a besos que rindan su amor ante efímera
circunstancia. Piezas tan codiciadas, que hasta el más temerario titubearía en
poseerlas, fueron brindadas ante bien aprovechada circunstancia, inyectando en
mi alma aquel dulce veneno que retiene, inagotable, su recuerdo perenne: desde
su prosaica fuente parida de un pequeño murmullo, hasta el grillete de obsesión
en que se va tornando a diario con su inhóspita presencia.
No cabe en mi entendimiento el terror que me
invade al verla: tan dulce y vulnerable. Su ternura me acribilla en
conspiración con mis sacrílegos deseos, cual si sus dones amenazaran la
integridad de una fría voluntad por aferrarme a la soledad como única amante,
siendo el ser consciente quien aún me alerta para eludir otro absurdo,
ahogándome en banales excusas de ciénaga rutinaria.
30/7/14
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