Llega un momento cúspide de la soledad, en el cual uno
pivotea con tanta constancia algunas ideas eco en su cerebro, hasta que las
crudas frases con conceptos al dente se convierten en extraviado perdigón
deseoso de encontrar la salida y dejar de rebotar dentro del cráneo ya
sumamente lacerado; ese es el momento oportuno en que el poeta desangra los
forúnculos de su pecho y el escritor plasma con candencia la cruda realidad que
lo está agobiando. Es aquel momento en el que logran brotar del tintero
erupciones de pasión que se impregnan cual basalto en arte retórico.
Lágrimas digeridas que se reabsorben antes de desbarrancarse
por el vértice ocular, cristalizadas en una esperanza y expresadas tales como
les manda el halo emotivo. Finalmente toman forma de parasitarias garrapatas
que se aferran a la celulosa hasta amotinar la expresión. Mociones concatenadas
cuya presencia sólo muestra una mísera parte del gélido tempano que lleva
dentro su autor, brotando cual vapor al hacer contacto con la febril necesidad
de desahogar pasiones.
Bipolaridades que escapan de las garras de la locura, antes
que el orate se ensimisme nuevamente. Desahogo y respiro, masoquismo y suspiro,
resignación y rebeldía; constantes dicotomías que cansadas de ser masculladas toman
vida propia, para que otros seres les den espléndida cabida entre sus propios
perdigones internos.
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