La primera impresión siempre remarca lo agobiante que pudiera ser tener un horizonte limitado por el capricho de la orografía: cada despertar, cada desperezamiento, cada apertura de ojos, lleva a la inevitable evidencia de encierro permanente. Este alucinante claustro en el que vivimos nuestra cotidianeidad, que se revela con gran esplendor cada vez que arrancamos la vista a través de las ventanas.
Efectivamente vivimos en una olla, no siempre de grillos, pero si perenne vasija de barro. Despertamos y dormimos, vivimos y soñamos dentro de un abrigo constante de serranías, coronadas por el gigante nevado. Mas, a la larga, notamos que se nos hace indispensable su presencia, que no podríamos concebir la vida sin su cobijo; de la misma forma que evidenciamos, con la experiencia, aquellas opciones semiclandestinas de filtrarnos por sus hendeduras cual gotas constructoras de estalactitas.
Permeabilidad encubierta que obliga a una adaptación entre los resquicios de una filtración. Poesía absoluta que se hace vigente en la diplomática actitud de convivencia. Oda sintética a un caos de vigencia absorbente, caos exigente cuya interpretación requiere de un profundo análisis de sus grietas y en cuyo ámbito de supervivencia se precisará siempre el espacio clisado.
10/9/2013
Muy bueno!!! Grietas húmedas, grietas de colores, grietas peligrosas, grietas dominadas, grietas atravesadas, grietas sorprendentes.
ResponderBorrarCaos, si, agobio, jamas. Amo mis montañas, que antes de hacerme sentir prisionera en encierro de olla, me hace pensar en el espíritu indómito de cabras que no las habitan.
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