Estoy mejor que nunca. Como no hacerlo, si por fin me encuentro nuevamente; como no hacerlo si por fin dejo que me encuentren; como no hacerlo si ahora vuelvo a comprender que en la crueldad de la vida es donde se esconden los mejores tesoros de uno mismo; como no hacerlo si tengo la constancia de que hay algo al otro lado del sol; como no hacerlo si ahora tengo la oportunidad de coquetear con las tensiones del prójimo, que generan mi rebeldía; como no hacerlo si lo racional es placebo y lo irreal no deja de ser fútil.

sábado, 20 de septiembre de 2025

LITURGIA DEL CAFÉ

 

En la entraña húmeda de la tierra, donde el sol no manda, pero persuade, germina el café como promesa oscura, como conjuro vegetal que aguarda su destino. No nace por técnica, sino por pacto: la semilla se entrega, la tierra la acoge, y el tiempo la bendice con paciencia. Cada grano es un latido enterrado, un mapa de lluvias y soles por venir. La cosecha es ceremonia: manos sabias palpan el fruto como quien lee el pulso de un corazón dormido. El tueste es alquimia: el fuego transforma sin hervir, y el aroma que emerge es la voz de la tierra hecha perfume. La molienda es ruptura sagrada: cada grano, al quebrarse, libera su alma, esperando el agua como amante paciente.

Entonces, el agua hierve como deseo contenido y abraza el polvo oscuro en un beso secreto. Surge el elixir: vapor que escribe cartas en el aire, perfume que traza senderos en la mañana. Cada sorbo es plegaria sin dios, puente tendido entre la vigilia y el sueño. No solo despierta: revela, convoca, transforma. Quien lo bebe con el corazón despierto no consume, comulga.

Pero el café no se consagra en cualquier rincón. Requiere templo: muros que susurren historias, luz que acaricie sin invadir, mesas que sean altares de encuentro. Aquí, la prisa se quita los zapatos antes de entrar. Las sillas invitan sin retener, la música acompaña sin distraer, y el aroma convoca a las almas errantes. Se debate como en un ágora, se contempla como en jardín de ermita, se escribe sin saber que destino le depara a la letra. En este santuario profano, el café es más que bebida: es excusa para la pausa, escenario de miradas que fundan novelas, cómplice de amistades y amores, testigo de acuerdos y confesiones. Aquí los cuerpos se sientan, pero son las almas las que se inclinan.

¡El café es más que producto: es semilla, es elixir, es templo y es ritual!

Y llega el ritual. Caminar hacia la taza como quien busca un altar, abrir el sobre de granos frescos y liberar un aroma onírico que evoca recuerdos del petricor, de los mohosos troncos del bosque húmedo, del crujir de las hojas secas y la promesa de lucidez. El agua, en su hervor ritual, no invade: seduce. Cada sorbo se degusta: se siente su esencia, sus aceites con fragancias a frutos secos, el amargor que estimula las papilas y el despertar de viejos recuerdos en el corazón. Así, la semilla, el elixir, el templo y el ritual se funden en un mismo acto: materia y espíritu, pausa y revolución, vapor y deseo en danza lenta.

El café es aroma, pausa, compañía y revelación. Es puente entre la tierra y la palabra, entre la soledad y el encuentro, entre el silencio y la conversación. Porque en cada taza cabe un universo, y en cada sorbo late la certeza de que estamos aquí, más atentos, más humanos, compartiendo el milagro sencillo de una bebida que nos reúne y nos recuerda que vivir, también, es saber detenerse.

 

(SAMU 20 de septiembre de 2025)

jueves, 4 de septiembre de 2025

JUEGO CON TIERRA

 

Ella era tierra.

No aquella tierra pulida y ordenada en macetas,

sino la que resquebraja certezas

con su memoria de montaña viva.

Extendida en los valles tectónicos, concentrada en el corazón mismo de Pachamama y sus minerales ocultos, guardiana de secretos ancestrales y promesa de raíz. Puente a lo divino que se teje entre lo doméstico y lo eterno, la tierra late en el núcleo de nuestra permanencia. Gozosa en su silencio, poderosa en su firmeza. Virtudes conferidas por dioses y sabios: polvo, arcilla, piedra, cuarzo y hueso: sostén, fertilidad, dureza, alquimia y raíz. Metáforas densas y energías reposadas. Es transformación hecha forma, materia que condensa espíritu y sentido. Fenómeno táctil y emocional que inspira a quienes escuchan las grietas: sedimento, erosión, huellas antiguas, aroma a musgo y humedad de lo profundo; energía vital, pulso del suelo; energía creativa, lenta y fértil; energía en duelo, roca que conserva y tierra que transforma; energía ritual, altar de obsidiana y perfume de eucalipto; energía emocional, barro que une. No se mide en horas, sino en estaciones del alma.

Traía dentro estratos antiguos,

un linaje de raíces fósiles

que nunca aprendieron a desprenderse

y recorrieron selvas con paciencia.

Elemento denso y también poroso. Ciclo que sostiene y desintegra, que rebrota en cada vínculo: del arraigo silencioso al temblor tectónico; del susurro mineral al eco sagrado. Frente a la tierra descubres que no hay fronteras entre tu sangre y el suelo: cuna que resguarda el cuerpo, calidez del vínculo que no quiebra; honra del sentir y precio de entrega a lo lento con conciencia; forma que revela sin exhibir y raíz que reconforta o confronta; cimiento que edifica o erosión que libera; catarsis prolongada, sedimentación, hundimiento, pulido y redención. Incluso espejo que guarda historias, legados, duelos, silencios, fundamentos.

A veces germinaba como promesa,

a veces se compactaba como advertencia.

A veces justo se agrietaba

cuando más se le necesitaba.

En cada gesto, en cada signo, en cada ceremonia, ella vuelve a brotar. Se manifiesta como sostén, ruptura, maduración, impulso interno, metamorfosis duradera. La tierra puede ser encuentro, nido; pero también frontera, polvo que ensalza la resistencia hasta enterrar el deseo. Es emocional, espiritual, ética, estética, mítica y envolvente. Contiene, moldea, preserva, sepulta, abre caminos y delimita pactos. La tierra infunde respeto, pertenencia, contemplación y arraigo.

Y era entonces, rompiendo el silencio,

cuando su regreso pesaba

más que la levedad de su ausencia.

Definitivamente sus virtudes honran aquel privilegio de fundar altares. Queda así planteada la invitación ante la meseta: permanece allí, deja que la danza de su forma moldee tus contornos con pigmentos de raíz, respira su firmeza y deja que te transforme sin desmoronarte. Allí mismo, en la frontera entre tú y el sedimento, encuentra tu esencia más auténtica, aquella que cuestiona tus cimientos, aquella que sostiene para sanar, para crear, para crecer y para amar.

Yo fui agua, quise ablandar la piedra.

Fui barro, quise moldearla.

Fui fósil, quise recordarla.

Ahora soy memoria. La montaña que se acerca

deberá aprender a conversar con la grieta.



 

(SAMU, 4 de septiembre de 2025)