Te busqué en todos los rincones de la urbe,
anduve rastreando en parajes lejanos y tupidos bosques, que me condujeron al escarpado
abismo, a aquel oscuro despeñadero que hiela la sangre y carcome el alma, sabiendo
que ni ahí te encontraría hasta hurgar en mí mismo.
Dulce mariposa, siempre delicada, siempre
hermosa. Arrebataste mi ser y enajenaste mi esperanza, cundiéndome de miedo a
brusca escena, de estropear tu delicadeza con mi tétrica cabeza. Estabas aún
allí, esperando a que la luna bajara a la tierra para reflejar tu dulce rostro
y resaltar el carmesí de tus labios, en tanto yo seguí siendo un monstruo en
cautiverio.
¡Oh fría soledad! aferrada a mí hasta la
asfixia, confundiendo la felicidad con el amargo sabor de la muerte. La cabalgadura
extraviada y el fogoso candor de la tierra derritiendo el carácter, mientras el
tenaz viento limpiaba los restos de una magra ceniza que amortiguó un andar
errante.
Desgarrando las montañas, se me escaparon las
sombras entre tinieblas. Lúgubre peripecia que surcó los caminos de tu
encierro, mientras pisaba frenético el acelerador, esperando que me lleve lejos
de ésta angustia, augurando derrapar en mi última curva y virar al más allá,
para descubrirte tras el velo de arcoíris.
(8 DE MAYO DE 2014)
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