Hoy
toca disfrazarme de ser vivo. Salir a calibrar mis signos vitales arrastrándome
por el piso enlosetado en forma de tablero de ajedrez, sintiendo los fríos
azulejos helándome la desnuda espalda, mientras intento identificar cada una de
las fichas derredor. Sé de antemano que formo un enroque; y al no ver torres
deduzco cual es mi rol. Mas mi fortaleza ya no aparenta adecuada y siento que
va mermando inferior a un simple peón de Ludo. Sabiendo que el azar juega por
mí, presumo así la cuadratura del manoseado dado.
¡Cómo
vamos tejiendo en plata, sin presentirlo quizás, los eslabones de la cadena que
nos ancla al extravío, en aguas supuradas de codicia, rutina y servilismo;
creyendo, a su vez y de la manera más ingenua posible, dotarnos de un perenne
momento confortable, mientras nuestros sueños, etéreos, aerostáticos y
volátiles, se van perdiendo en la nada de un vasto (y basto) universo, dejando
una costra lagrimal en nuestra impura y gangrenada alma, para asentarse en el
olvido del subconsciente!
En
fin, sé que sólo juegan conmigo las oscuras sombras de algún interés mezquino.
Que los titiriteros saben perfectamente quien soy y la conciencia que tengo del
artificio. Empero no reculan, maniatando mis pulsiones y ahogando las
pulsaciones hasta verme flaquear, mientras el filoso péndulo de Damocles pende
sobre límpido pescuezo.
Apeando
a las tribulaciones que se sobrepondrán ante el temple forjado por la paciencia
combativa, deduzco al fin aquel proverbio que reza: “terminado el juego todas
las piezas volverán a la misma caja” y la energía combativa sonroja nuevamente
mi rostro, para colmar de adrenalina el retomar de las riendas que guían al
sueño más sublime.
(SAMU,
22 de junio de 2015)
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